Gaizka IZAGIRRE
HERNANI
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Elegancia visual y emociones a medio camino

Película dirigida por la directora y escritora catalana Maria Ripoll y basada en la aclamada novela homónima de Milena Busquets. La historia gira en torno a Blanca, una mujer que regresa a la casa familiar en Cadaqués tras la muerte de su madre. Allí, en medio de un entorno de recuerdos, amigos, exmaridos y amantes, se enfrenta a su dolor, a su soledad, y a las contradicciones que surgen cuando el pasado aún pesa más que el presente. Marina Salas, en el papel principal, ofrece una interpretación muy destacada.

La propuesta es interesante: tiene un tono íntimo, personajes que van de lo superficial a lo profundo, y una estética visual que acompaña bien los altibajos emocionales.

Ripoll apuesta por la contención y evita el drama explícito, lo cual se agradece. Pero a medida que avanza la narración, crece la sensación de que algo no termina de encajar.

Tal vez sea la estructura, que parece más una sucesión de escenas que un recorrido emocional. O quizá sea la omnipresente voz en off, que en lugar de enriquecer el relato, lo fragmenta y lo sobre-explica. Lo que podría haber sido una historia llena de emociones se vuelve algo mecánica y forzada. Las imágenes, por sí solas, tenían potencial para decir más.

Tiene sensibilidad, tiene momentos, pero le falta una unidad interna, un pulso narrativo que haga que todo respire al mismo ritmo. La película, aunque interesante, se queda a medio camino.

Es una propuesta delicada y honesta que logra captar ciertos matices del duelo, el auto-descubrimiento y la memoria, pero que no termina de consolidarse como un relato plenamente cohesivo.

A pesar de sus aciertos visuales y de una actuación sólida por parte de Marina Salas, la película se dispersa en su forma y se vuelve redundante en su narración.