De un dios airado a una población complacida con la muerte ajena
Las máximas autoridades de diecisiete países de la UE, después de estar casi dos años regalando sonrisas y palmaditas en la espalda al genocida Netanyahu, algunos colaborando en mayor o menor grado con él y todos mirando al Oeste, comienzan a estremecerse con las imágenes que nos llegan desde el Este, desde Gaza, imágenes idénticas a las que veíamos cuando algunos de esos mandatarios prohibían manifestaciones que pedían el fin de la masacre, o detenían a los manifestantes y los multaban o procesaban por delito de antisemitismo. Pero no hay que preocuparse, porque todo seguirá igual: las decisiones de la UE se toman por unanimidad, y ya sabemos que la patria del nazismo, Alemania, se opondrá a tomar cualquier represalia contra su mejor alumno, Israel.
Hasta los dos papas que han convivido con esta tragedia han pedido en repetidas ocasiones el fin de la «guerra» (que no es una guerra, porque no combaten dos ejércitos, sino que solo hay uno masacrando a civiles, incluidos niños). Toda una paradoja lo de esos santos padres, si se tiene en cuenta que, como bien dicen los israelíes, Dios les regaló esa tierra, y ese Dios fue y es el general que ha dirigido siempre las guerras necesarias para que aquel pueblo llegado de Mesopotamia se haga con la totalidad de un territorio que no era suyo. Un dios belicoso, más sediento de sangre que el mismísimo Marte. Véase, si no, esta orden que Dios transmitió al primer rey israelita, Saúl, a través de su mensajero, el profeta Samuel: «Ve, pues, ahora y castiga a Amalec [uno de los reinos que los israelitas debían masacrar por orden de Dios] y da al anatema [en el Antiguo Testamento, «exterminio de personas y cosas»] cuanto es suyo. No perdones: mata a hombres, mujeres y niños, incluso los de pecho; bueyes y ovejas, camellos y asnos». Sí, has leído bien: ese Dios bíblico, común al judaísmo y al cristianismo, es más cruel que Hitler, porque, este, al menos, no asesinaba a las mascotas de sus víctimas.
Si crees, querido lector, que me he inventado la cita, desempolva ese libro titulado “Sagrada Biblia” que heredaste de tu abuela y busca el libro 1 Samuel, capítulo 15, versículos 2 y siguientes. Comprobarás que la cita es textual. Y, si quieres más noticias sobre cómo se las gastaba Yahvé para beneficiar a los israelitas, da un repaso a todo el Antiguo Testamento. Me agradecerás el consejo, porque, además de para entender las atrocidades que tantos judíos hacen o apoyan ahora, habrá servido para que leas una de las joyas literarias de todos los tiempos. Pero, eso sí, tómatelo como nos tomamos todas las mitologías: no como libros de Historia ni inspirados por Dios, sino como ficciones que reflejan los deseos de sus creadores.
Mientras escribo, oigo las declaraciones de un exdiputado israelí, Moshe Feiglin: «Nuestro enemigo no es solo Hamás; cada niño, cada bebé en Gaza es nuestro enemigo». No coincide por casualidad con su dios, que nunca existió. Coincide con la mentalidad hematófaga de las sanguijuelas que inventaron a ese dios hace más de 3.000 años, con el fin de que les diera permiso para vivir de la muerte ajena. Y aquí entro en otro aspecto del tema. Es algo común entre los periodistas que critican lo que ocurre en Gaza el insistir en que no es culpa de los ciudadanos de Israel, sino de su gobierno; en que no es un Estado terrorista, sino un gobierno terrorista; en que, en fin, se trata de un país democrático. Si la democracia permite matar de hambre y sed a los niños, me desapunto de ella. Si un país no tiene contrapesos que frenen el poder de un gobierno asesino, no es una democracia. Si un país tiene un gobierno terrorista, es porque los ciudadanos lo escogieron y lo apoyan (las únicas manifestaciones que hemos visto en Israel no han sido porque sus soldados estén asesinando a troche y moche, sino porque no consiguen que retornen los rehenes); o es porque sus ciudadanos permiten que un ministro de Finanzas diga con la sonrisa de un drácula que «a los palestinos, ni un gramo de sal».
Y esto lo digo del cien por ciento de los judíos? Claro que no. No me imagino a Daniel Barenboim saltando de alegría. Sé que hay intelectuales israelíes que huyeron del país horrorizados cuando comenzaron los asesinatos de civiles. Sé que hay israelíes, miembros de asociaciones proderechos humanos que, además de denunciar, hacen lo que pueden para ayudar a los palestinos, especialmente en la Cisjordania. Pero también todos tenemos noticias de comportamientos inadmisibles: esta misma mañana hemos visto imágenes de la partida de los pocos camiones de la ONU a los que han permitido pasar, aunque no distribuir alimentos: a ambos lados de la carretera filas de colonos silbaban a los camiones y molestaban a los periodistas. Y son civiles armados por el Ejército los responsables de la mayor parte de los asesinatos (siempre impunes) de palestinos cisjordanos. También son civiles los que compran un billete para realizar un viaje turístico por la costa de Gaza, con el fin de deleitarse con la destrucción, para observar con los prismáticos la desesperación con la que los gazatíes corren entre una y otra bomba y, sobre todo, para comentar entre ellos qué lugar escogen para construir su próxima casa cuando los gazatíes hayan «desaparecido».
Por último, a quienes proclaman que Hamás engorda las cifras de fallecidos les recuerdo que la más prestigiosa revista médica, la británica “The Lancet”, manifestó el pasado enero que las verdaderas cifras de asesinados son un 70% superiores a las ofrecidas por Hamás, pues hay que añadir las muertes posteriores de heridos, las producidas por el hambre y la sed y las ocasionadas por enfermedades adquiridas por la ingesta de aguas contaminadas.

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