Gaizka IZAGIRRE
HERNANI
BAJO UN VOLCÁN

Clichés y estereotipos en erupción

Al menos no era muy larga y hemos estado fresquitos en el cine». Esa fue la perla de sabiduría que le oí soltar a una pareja al salir de la sala del cine. Y, siendo sincero, no puedo sino darles la razón: fue posiblemente lo más destacado de los 92 minutos que duró “Bajo un volcán”.

La película se anuncia como una historia de amor en medio de la amenaza de una erupción volcánica en Tenerife. Vaya, pensé, romance y catástrofe: una combinación que, bien llevada, puede tener su gracia, quizá con ese aire nostálgico de blockbuster veraniego de los 90 o los 2000, made in Hollywood. Pero no. Ni catástrofe convincente, ni romance creíble.

Es de esas películas en las que resulta sorprendentemente fácil destacar lo mejor… porque hay poco donde elegir. Diré, con ánimo constructivo, que las interpretaciones son correctas, visualmente cumple con creces y la hora y media se pasa rápido. Si uno va con expectativas moderadas, incluso puede salir satisfecho.

Y es que ni el guion, ni los personajes, ni el propio tono de la película parecen ponerse de acuerdo sobre lo que quieren ser. “Bajo un volcán” no sabe si aspirar a thriller de supervivencia o a drama romántico con fondo de postal turística. El resultado es una especie de indecisión cinematográfica con erupciones emocionales incluidas. Quiere abarcar tanto que, al final, no profundiza en nada, y las subtramas acaban por diluir cualquier atisbo de tensión.

El reparto desfila entre estereotipos y cero profundidad, como sacados de un manual de clichés. La química entre los actores es inexistente y, para rematar, la película, muy consciente de su seriedad forzada, insiste en tomarse aún más en serio. Dicho esto, mi recomendación es sencilla: inviertan su dinero en otra película de la cartelera.