El poder del kalimotxo
Poca broma con las costumbres txosneras convertidas en ritual y costumbre identitaria, pero en expansión universal. La verdad es que Iruñea es singular, que el txupinazo sea un grito a favor de Palestina emociona. Me acuerdo de aquellos tiempos marcados de bronce esperanza y lunas pestañeantes en los que decíamos «jaiak bai, borroka ere bai» y nos sumergíamos en el tsunami sanferminero de manera irreparable para nuestra biografía. Tenemos huellas de haber formado parte sustancial de una historia secuenciada de las fiestas del vino y el tocino.
Ahora miramos desde lejos, con cierta nostalgia y excedencia de las pasiones básicas y vemos una evolución hacia el espectáculo prefabricado que no sabemos conjugar bien porque no hallamos los verbos adecuados. No nos sale ningún gerundio, vamos a trompicones con lo que es y lo que queríamos que fuera. Lo que fue, fue. Y se fue.
Y no volverá a no ser que exista una contracción del tiempo, el espacio y la conciencia política. ¿Se acabaron las utopías en manos de las distopías? Buen material para una tarde de mus. Pensaba seriamente y con conocimiento de causa que a poco que se apueste por el patxaran con hielo y el kalimotxo libre de gluten, entraremos de nuevo en la senda de los elefantes blancos que nos conducirá a un lugar reconocible, ya no sabemos si es un oasis vasco o un hayedo descontextualizado, pero algo está pasando más allá de los lindes marcados en las carreteras secundarias, por lo que hay que optar de manera decidida y sin complejos por las mañanitas que cantaba el trovador enmascarado con voz aguardentosa.

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