De colaboracionistas y apolíticos
Durante el franquismo no se podía hablar de política. Además de la censura colectiva impuesta por la dictadura, existía otra, más individual, alimentada por el miedo a ser incorrecto con el régimen. Había quien reafirmaba ese miedo gritando «soy apolítico». Así justificaba su silencio obediente y se eximía a sí mismo de cualquier responsabilidad en la continuidad del gobierno fascista. Las acciones de protesta, llevadas a cabo durante el paso de La Vuelta por Euskal Herria, a favor de Palestina y contra la participación del equipo israelí, han vuelto a poner en el centro la teoría de que por un lado está la política y por otro todo lo demás, es decir, la vida. Con sus argumentos retoman, aquel «soy apolítico» y lo modernizan con un aire de escapismo «democrático» que da vergüenza ajena. El filósofo francés Jean Paul Sartre contaba que, en la Francia ocupada, solo existían dos opciones, colaborar con los alemanes o apoyar a la resistencia. Sartre argumentó el «no elegir», y más en aquel tiempo, como un «autoengaño» y «mala fe». Lo mismo ocurre hoy con Palestina. Que los gobiernos callen y no tomen medidas contra Israel o que el deporte y la cultura miren para otro lado tiene mucho que ver con la «mala fe» de los «colaboracionistas» franceses y de aquellos «apolíticos» del franquismo.

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