Ethos y Eros

A más de uno la unión de las dos palabras del título de este último libro del portugalujo le sonará a irreverencia cuando no a puro oxímoron. Ya en los tiempos de los griegos, más en concreto cuando el centro de gravedad dominante dentro del helenismo (megáricos, cínicos, cirenaicos) era la tendencia ética -como búsqueda de la felicidad-, hizo que alguno fuese tomado como el mismo diablo por su irreverencia (y no me refiero a la anécdota que se cuenta del cínico Diógenes de Sínope que cuando , preguntado sobre la moral, se masturbaba sin tapujos). Qué decir del puerco Epicuro y sus seguidores quienes según el santo Jerónimo no hacían otra cosa que retozar en el Jardín; bonita forma de enjuiciar el hedonismo, ¡puro amor cristiano!
Generalmente cuando aparece el término ética, este se asocia de inmediato con una lista de normas y leyes dictadas por alguna instancia heterónoma (Dios, sus secuaces o el comisario de turno), en la medida en que se introduce la autonomía en el comportamiento de los individuos (¿Qué otra cosa es la búsqueda de la felicidad?) los guardianes del templo se mosquean y sacan las uñas a relucir.
Javier Sádaba se mantiene lejos del tono gran señor con que se reviste con frecuencia el discurso ético y/o filosófico y se mueve a ras de suelo, al nivel del día a día, evitando la grandilocuencia de las grandes, y obtusas, palabras que adornadas con mayúsculas parecen adquirir el privilegiado estatus conceptual. Explora Sádaba algunos acercamientos al territorio-ética y muestra cómo hasta en especialistas en general abiertos y honrados la sexualidad y el gozo quedan excluidos como si se tratasen de algo indigno, cuando lo que él trata precisamente es: entreverar la ética con una manera diferente de sentir, en pos de la Vida Buena, y en tal juego de lenguaje -utilizando la expresión witgensteiniana- nos vamos a mover a lo largo de las casi doscientas páginas, entre ethos (modo de ser) y Eros (dios del amor).
Queda claro por las líneas que anteceden que nadie ha de temblar a la hora de acercarse al libro, pues la sencillez expositiva es una de las virtudes del catedrático de Ética, que -como diría el otro- enseña deleitando y acerca el discurso ético al común de los mortales, sacándolo de los cerrados recintos académicos. Sádaba, armado del coraje por la verdad, tras poner el escenario en el que nos encontramos y desenmascarar el uso falaz de ciertas palabras sagradas (democracia, constitución, transición, monarquía, unidad hispana), pasa a apostar por una ética que dejando de lado el imperativo del deber, las obligaciones impuestas por instancias superiores (religiosas, fundamentalmente) o los criterios de utilidad, siga la senda de la imaginación, la sexualidad, la fantasía y el deseo., haciendo que la remilgada seriedad formalista de la ética ceda ante la felicidad como objetivo de nuestras vidas.
Los ajustes de cuentas nombrados con algunas escuelas morales, por medio de sencillas explicaciones, teñidas de ejemplos cercanos y sin cortarse ni un pelo a la hora de dejar ver ciertas dosis de medido humor, convierten la lectura en una actividad amena y ágil, lo que desde luego no es baladí y menos tratándose de un libro que trata de asuntos realmente serios de cara a nuestra vida cotidiana.
Navegación en la que vamos derivando, acompañados por los inevitables Sócrates, Platón y Aristóteles, Epicuro, José Bergamín, Ludwig Wittgenstein, Herbert Marcuse, Walter Benjamín, Étienne Bonnot de Condillac, Friedrich Nietzsche, Noah Chomsky y otros pensadores, por diferentes aspectos (ciudadanía, erotismo, sensibilidad, humor, imaginación, sexualidad) siempre guiados por la idea reguladora de que la ética, teórica y práctica, no se ocupe solo de lo que se debe hacer sino de lo que se puede hacer.

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