Pablo CABEZA BILBO

Neil Young descubre sus primeros años en «El sueño de un hippie»

El canadiense se está convirtiendo en un músico hiperactivo o, cuando menos, un músico en constante generación de noticias bien por su reproductor de sonido digital, por sus ediciones rescatadas de su amplio archivo, por la publicación de «A letter home» o porque llega a las librerías su autobiografía «Memorias de Neil Young. El sueño de un hippie», libro publicado por la editorial Malpaso y que cualquier seguidor de Young leerá de uno o dos tirones.

Neil Young ha sido recientemente noticia por la fabricación de su reproductor de música digital PonoMusic, aparentemente poco amigable por su diseño triangular cuando todas las tendencias se inclinan por los reproductores planos, cada vez más delgados y ligeros. Complicado lo tiene Young para que este formato de sonido se asiente más allá de un círculo pudiente o caprichoso, ya que no parece que la alta fidelidad preocupe demasiado a los oyentes actuales, salvo a veteranos que, de otra parte, ya cuentan con otros productos de alta calidad.

Pero Young es un broncas y un tipo tenaz y tozudo. Dio la «paliza» hace años con el asunto del biodiesel y aconsejaba a todo su círculo de amigos y satélites que lo utilizaran para mover sus respectivas giras. Tiempo después se supo que esto del biodiesel no era lo que prometía y que sus perjuicios colaterales eran prolijos. Sin obviar que cuando este tipo de grandes artistas gira consume con sus espectáculos de vatios de sonido y luz una enormidad de electricidad que se paga con emisiones de CO2. También se empeñó en crear un automóvil que funcionara con electricidad y etanol, que terminó ardiendo una tarde de un día cualquiera en un pasado cualquiera.

Más sugerente y realista resulta, por muy humilde que sea la comparación, la lectura de «Memorias de Neil Young. El sueño de un hippie», como ha sido traducido por la editorial Malpaso. Un libro que Young escribió mientras convalecía de un pequeño accidente sufrido en su piscina.

En términos generales, el libro es un poco caótico en cuanto al hilo temporal, pero poco importa si el lector se queda con lo que, finalmente, cuenta Young. Se descubrirá su infancia, las relaciones con sus padres, el trauma del primer divorcio, el largo camino hasta el éxito, el problema con sus hijos, cómo surgieron algunas de las canciones de sus días con Buffalo Springfield o CSN&Y. No es sencillo leérselo de un trago, pero sí de dos o tres sorbos, ya que las páginas desnudan algunas situaciones históricas con tanta sinceridad que es difícil parar y posponer para otro día lo que cuenta el sencillo héroe que Neil Young lleva dentro.

Al respecto de su afición por los trenes (otra es la de los coches enormes, aquellos de los tiempos de gasolina barata y abundante), Young se recrea en sus memorias durante varias páginas: «Ben nació tetrapléjico justo cuando yo volvía a aficionarme a los trenes, pasatiempo que de niño me enloquecía. Diseñar juntos la pista fue uno de los momentos más felices de mi vida. Él todavía estaba en el moisés cuando miles de trabajadores chinos tendieron la vía, trabajando sin descanso día y noche. Ben observaba mientras trabajábamos. Al cabo de unos meses llegó el momento de poner en marcha los trenes, y luego diseñé un sistema de agujas que Ben podía accionar apretando un enorme botón rojo. Nos costó mucho, pero le resultaba gratificante ver cómo podía accionar el mecanismo sin ayuda; lo cual parecía conferirle cierta sensación de poder».

Bruscamente Young explica que esto sucedió hace treinta y dos años, ahora serían treinta y cuatro (dos años de espera con la traducción) y precisa: «Me encuentro limpiando las cristaleras tras las cuales mis preciados objetos de Lionel [empresa de diseño de trenes de juguete] se encuentran a salvo y a la vista de todo el mundo. Tampoco es que venga mucha gente. Las visitas pueden contarse con los dedos de una mano, y es una pena si se tiene en cuenta el trabajo que ha supuesto escenificar esta especie de exposición. La mera observación de la pista puede llegar a provocarte una suerte de experiencia zen. Su contemplación me permite rememorar y revisitar el caos, las canciones, las personas y las emociones de mi niñez que todavía me acompañan. No es mal método, pero tampoco del todo recomendable. Durante meses se amontonan las cajas por doquier y los trenes descarrilados recubiertos por el polvo, y de pronto, milagrosamente, irrumpo de nuevo en escena, lo limpio y organizo todo durante horas, ocupándome de cada detalle hasta que todo vuelve a ir, literalmente, sobre ruedas. Producto, a buen seguro, de una conjunción astral que suele anunciarme el desenlace inminente de otros procesos creativos». Procesos astrológicos en los que Young realmente cree.

«Recuerdo que un día David Crosby y Graham Nash vinieron a verme a un establo que había convertido en sala de trenes, durante la grabación de `American dream', gran parte de la cual se hizo en Plywood Digital, que no era sino otro establo que había transformado en estudio de grabación en el rancho. Teníamos una camioneta aparcada en el exterior con un equipo de grabación y estábamos preparando varias canciones nuevas. Estábamos entusiasmados de volver a tocar juntos. Crosby ya no se drogaba, se estaba recuperando de la adicción a los chinos de cocaína, acababa de salir de la cárcel por algo relacionado con un arma cargada en Texas, y era propenso a echarse una siesta entre toma y toma. Todavía estaba desenganchándose y se esforzaba al máximo porque el grupo y la música eran su mayor pasión. No conozco a nadie a quien le apasione tanto la música. Graham Nash ha sido su mejor amigo desde hace mucho tiempo, en la salud y en la enfermedad, y la manera que tienen de cantar juntos da fe de cuán intensa es su relación».

Y no le falta razón ni sinceridad a Young al afirmar que las voces de Crosby y Nash, un norteamericano y un británico, han sido parte de las mejores armonías de la historia del r'n'r.

Crosby y Nash

Continúa: «Se conocieron cuando estaban en los Hollies y en los Byrds, dos grupos fundamentales en la historia del rocanrol, y luego, con Stephen Stills, formaron en 1970 Crosby, Stills & Nash. El primer disco de CSN es una obra de arte. Definió un sonido que otros grupos han imitado durante años, algunos con mayor fortuna comercial, pero no hay duda de que ese primer disco de CSN fue innovador. Stephen tocaba casi todos los instrumentos. Los grababa por la noche con Dallas Taylor, el batería, y Graham. Unos años antes Stephen había intentado hacer de todo en los Buffalo Springfield, desde producir, componer y ocuparse de los coros hasta asumir más protagonismo con la guitarra, y en CSN, por primera vez desde la disolución de los Buffalo Springfield, pudo explorar su propio potencial creativo, y lo hizo a lo grande. Pero volveré sobre ello más adelante...».

California, 2011

«Tampoco es que tenga la cosa mayor relevancia, pero hace poco dejé de fumar y de beber. Estoy tan limpio como no lo estaba desde los 18 años. La princi- pal duda que me asalta es si seré capaz de seguir componiendo. Todavía no lo he hecho, y la música es esencial en mi vida. Tengo ahora sesenta y cinco años (68 actualmente) y componer ya no resulta tan sencillo, pero, por otro lado, estoy bregando con este libro».

Young habla de los Crazy Horse. «En 1974, tras la muerte de Danny [sobredosis de heroína], Billy Talbot, el bajista, me presentó a Poncho Sampedro, y refundamos Crazy Horse. Era un grupo diferente pero igual de bueno. Poncho nunca trató de suplantarle, lo cual dice mucho de él. Nos gustó su actitud y nos permitió ser fieles a nosotros mismos, empezar de nuevo y seguir adelante. Grabamos `Zuma', `American stars'n bars' y `Rust never sleeps'. Somos un gran grupo de directo y para mí el hecho de tocar con los Crazy Horse es algo transcendental».

Nuevo álbum

El 27 de mayo se publicará «A letter home», un disco de versiones en el que Young recuerda a músicos como Phil Ochs, Bob Dylan, Bert Jansch -una de sus escasas influencias británicas-, Gordon Lightfoot, Willie Nelson, Tin Hardin... La primera grabación pública se realizó en vinilo el pasado Records Story Day con Jack White como corresponsable de todo: grabación, publicación y venta (solo en el sello de White). Dos locos juntos. Se grabó de la forma más lo-fi (baja fidelidad); peor que un disco de pizarra usado. La idea es descabellada (chasquidos, ruido de motor, pedorretas...), pero falta lo peor: las versiones en acústico. Young no supera ninguno de los originales; de hecho destroza preciosidades como «If you could read my mind» o «Reason to believe». Queda por ver cómo se publicará en cedé (Warner) -y caja-, pero será la misma decepción, puesto que las versiones, quizá sin ruidos, serán idénticas.