ALBERTO PRADILLA
PERIODISTA
TXOKOTIK

«Johny, la gente está muy loca»

El sábado por la noche me pitaron los oídos. Sentido arácnido para paliar la eterna batería vacía. Había quedado para echar unas birras con Facu Díaz, que siempre sale con dos paquetes de tabaco, uno para él y todos para mí, después de una asamblea de nazi-comunistas huidos del ataque de McBein, el alter ego de Schwarzenegger en «Los Simpson». Eludimos un bar cercano al Congreso para evitar la escena del miércoles: separados por cinco metros, en lados opuestos de la taberna, diputados de Amaiur y UPyD compartiendo barra. Juntos, pero no revueltos. De los dos grupos, solo en el segundo había alguien que hubiese sido miembro de ETA. Las birras, bien tiradas, las tapas no eran gran cosa. Dicen que en las tabernas de izquierdas los niños salen más crujientes. Me lo contó Pablo Iglesias. El del PSOE, no el eurodiputado.

Según informaciones un diario español de fuentes de toda solvencia, ese día se había celebrado la asamblea de EHAS, previa a la constitución de la Mesa de Altsasu. Todo la prensa al sur del Ebro coincidió en titular con la palabra «akelarre», pero se enfrascaron en una polémica acerca del uso de la «k» o la «q». Amigos de los conocidos de la familia en grado tercero de abertzales relacionados con el «entorno». Como dice Sacha Baron Cohen al final de «Bruno», «Corea del Norte y Corea del Sur, no os peleéis, si todos sois chinos». Una columnista realizó una reflexión acerca de un árbol y unas nueces pero, al igual que en el caso de la Orquesta Mondragón, confundió el postre de sidrería con la política. «¡Cráneo privilegiado!», según Sara Mago, gran pluma de la literatura inglesa. Hace tiempo convenimos en que la crisis transformó los platós. De «salsa rosa» a «salsa roja». Sale más barato que Belén Esteban, musa del unionismo tras su «Catalunya es España».

Decía el otro día Iñaki Soto, mi subordinado en GARA según la tertulia, que existe un problema de lingüística. «Cuando lo que tienes que decir no es mejor que el silencio es preferible callar». La lectura comprensiva también es un gran ejercicio para no ganar la «D» de la demagogia. De tanto gritar, solo escuchan el eco de sus consignas. Impunes, pensaron, como en Muchachada Nui, que «como la primera era gratis», todo era gratis. Y clamaron por cerrar todo Twitter salvo sus propias cuentas. «Johny, la gente está muy loca». «Vete a Cuba».