El gin-tonic: mucho hielo y poca sustancia

Maldigo al que inventó el gin-tonic! Dicen que fueron los soldados británicos en la India. Para tomar la quinina y hacer frente a la malaria se inventó la tónica. Pero como no había nadie que se la pudiera beber se vieron obligados a echarle un chorro de ginebra. Es decir, estamos bebiendo como si fuera el no va más una cosa que ni los ingleses podían tragar.
Y lo de echarle más hielos que un iceberg no ayuda nada. Al final, se te derrite todo y queda una plasta en la que se ha mezclado el agua de los cubitos, la tónica a la que se le ha ido todo el gas y lo que queda del chorrito del destilado de enebro. Si se bebe, se bebe. Y basta ya de experimentos extraños que a nadie sientan bien. Porque esa es otra. Estás entonado y te metes un cancarro gélido de esos -porque no se pueden beber chupitos, hay que meterse un vaso grande- y te recorre el cuerpo un escalofrío que te hunde y te amarga la tarde.
Porque puedo llegar a comprender que la gente se meta un gin-tonic en un momento de relax, sentado en una terracita. Pero aquí estamos a lo que estamos y no es plan beberse el brebaje ese en un vaso de plástico de Gora Iruñea colgado del cuello con un cordel mientras se deambula por el adoquín de Navarrería. Y eso de echarle verduras tampoco, que no queremos ensalada.

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