Oihane LARRETXEA
UDATE BETE

Las mareas vivas desnudan la belleza rocosa del Flysch

Como un enorme libro de piedra, el Flysch de Zumaia es el mejor de los relatos de la historia de nuestra tierra. Allí habitan cientos de especies que, estos días, debido a las mareas vivas, quedan al descubierto.

Imponente pero noble al mismo tiempo, su presencia abruma, haciendo del ser humano algo minúsculo. Adentrarse en sus entrañas es un viaje al pasado que permite entender mejor nuestro presente y lo que nos rodea. Descubrir desde sus cicatrices su paisaje, sus formas caprichosas, su olor a mar y a rocas es una experiencia viva, porque aquí la naturaleza habla. Solo hay que pararse y escuchar para descubrir qué cuenta. Es el Flysch de Zumaia.

A la belleza de la costa vasca se le suma algo extraordinario en el tramo de 13 kilómetros comprendido entre Mutriku y Zumaia, pasando por Deba, donde las calas, las cuevas y los acantilados crean un relieve mundialmente conocido. La zona del flysch, especialmente, atrae cada año a miles de turistas y también a expertos que quieren hacer un viaje en el tiempo de 60 millones de años observando las afiladas láminas de piedra.

Las visitas guiadas que organiza Geoparkea tienen muy buena acogida porque acerca al visitante de forma didáctica al entorno. Ayer había programada una. Como un reloj suizo, el grupo con el que se mezcló GARA partió a las 10.00 cerca de la playa de Sakoneta. Una vez revisado el calzado, Lorea Victoriano, que hizo de guía, animaba a ponerse unas metafóricas «gafas de científico». La curiosidad, por lo tanto, era esencial.

Tras un paseo de veinte minutos entre árboles y junto al río, la vegetación se abrió, dejando al descubierto el cielo y el mar, donde las rocas alargadas se introducían suavemente al mar, con una ligerísima pendiente, casi inapreciable, del 1%.

Se trataba, además, de una visita especial, porque las mareas vivas suben más de lo habitual, pero también dejan al descubierto más de lo normal. Mientras llegaba la bajamar de las 12.45 y poder ver la fauna y flora marina, la visita se centró en ese gran libro de piedra que conforman las placas, o el flysch, término de origen alemán y que hace referencia a lo deslizante, rebaladizo del lugar. Se ha conservado así en honor a la procedencia de los primeros científicos que lo estudiaron y lo describieron de tal forma.

Retrotaerse 110 millones de años es un ejercicio difícil, porque imaginarse cómo era el mundo entonces... es algo que queda a merced de la fantasía de cada cual. Lo cierto es que entonces Euskal Herria, Aragón y Catalunya estaban sumergidas bajo un mar tropical y el clima era cíclico. Había épocas cálidas, en las que millones de conchas que caían al fondo marino formaban capas de roca caliza. En épocas más desapacibles, eran los ríos los que desplazaban materiales hasta el mar, formando rocas más blandas que las anteriores. Esa alternancia en el clima posibilitó la alternancia en el tipo de placas, y un fuerte choque entre ellas, que estas quedaran colocadas en posición vertical, tal y como se ven hoy. Imagínense una porción de milhojas y lo que sucede al emplatarla. Que vuelca, dejando al descubierto las capas de nata y hojaldre en perfecto orden.

El símil que habitualmente emplean los expertos para hablar del flysch es la de un libro, porque paracen hojas, pero también por la información que estas contienen. Tal y como relató Victoriano, en ellas hay al descubierto un relato ininterrumpido de 60 millones de años.

Un relato que, poco a poco, la erosión del mar y las rocas que caen del mismo acantilado diluyen, ya que las estimaciones de los expertos señalan que la costa aumenta 1 centímetro al año.

Secretos bajo el agua

Bastaba con echar un vistazo a los alrededores para percatarse que muchos curiosos se habían acercado con las «gafas de científicos». Paseantes, bañistas, y algún espontáneo pescador que pretendía coger un escurridizo pulpo.

Se desconoce si hubo suerte, pero el responsable de Medioamente de Geoparkea, Gonzalo Torre, lamentaba estas prácticas, y recordaba que solo las personas con licencia para ello pueden hacerlo y con limitaciones: una pieza por día y persona.

No obstante, siempre hay quien no respeta las limitaciones, algo esencial en estos casos para garantizar la conservación de la biosfera. A este respecto, sorprende escuchar lo prematuro de la normativa que protege la zona litoral entre Zumaia y Deba, establecida en 2009. Un año más tarde se le sumó Mutriku, momento en que nació el geoparque, que consta de valles, costa, cuevas y montes.

Respetar no significaba que no se pudiera tocar, de hecho acercarse a la fauna y a la flora, tocarla, sentir su tacto, constituyó una de las partes más asombrosas de la experiencia. Lo importante era dejarlo todo en su sitio, tal y como estaba, para no alterar absolutamente nada. «Abrid bien los ojos -sugirió la guía-. Algas de todo tipo, anémonas, estrellas, pepinos y tomates de mar, crustáceos, pulpos, almejas... con suerte encontraremos todas estas cosas».

La búsqueda fue emocionante y pronto dio resultados. Los herizos de mar destacaban por sus intensos morados y sus afiladas púas para protegerse del mundo marino... y no marino. Agarradas a las rocas gracias a sus pequeñas patitas, la mayoría estaban cubiertas por conchas y esqueletos de herizos de mar. Es su estrategia para protegerse bien, mejor aún. Cogen lo que tienen cerca y crean sobre ellas un caparazón, una pequeña txabola en la que se resguardan frente a otros seres.

Las voces de los humanos daban la pista a los animales, así que muchos de ellos, sobre todo cangrejos, crustáceos y peces, se escondían a nuestro paso, así que levantar pequeñas rocas era la forma para descubrir otros secretos, como un inmutable pepino de mar, una escurridiza liebre de mar -muy similiar a una babosa-, y una pequeña estrella de mar de color gris, rodeada de caracolas, totalmente mimetizada con la piedra a la que se agarraba con fuerza.

Y descubrir que a las rocas no se adhieren solo las lapas, sino también los tomates de mar, los ermitaños y los herizos, comprobar que las algas, más allá de tratarse de plantas molestas para algunos bañistas, cambian de color cuando están sumergidas, pasando de ser marrones en el exterior a adoptar un intenso azul o verde al entrar en contacto con el agua.

No hubo suerte con los pulpos, tampoco con las estrellas de mar de mayor tamaño. No sucumbieron a los encantos de la bajamar, que para entonces dejó al flysch completamente desnudo.

Sus imperfecciones resultaban perfectas, cada surco, cada grieta marcaba la roca de una forma casi antinatural y parecía que era intervención del ser humano. ¿Cómo eran posibles unas líneas tan rectas? ¿Unas marcas tan simétricas? La única explicación posible es la naturaleza, a la que merece acercarse y escuchar.