El David Fincher más oscuro vuelve en clave de suspense

Al día de hoy considero a David Fincher como uno de los narradores más potentes con los que cuenta la industria de Hollywood, pero lo cierto es que en los comienzos de su carrera me costó entrar en su propuesta cinematográfica por culpa de una tendencia al efectismo que entonces era bastante acusada. Obras maestras recientes como «Zodiac» o «La red social» me parecen, por el contrario, ejemplos perfectos del controlado equilibrio que ha llegado a alcanzar. El cineasta de Colorado no ha perdido ese pulso narrativo que le caracteriza en «Perdida», pero el rocambolesco guion escrito por Gillian Flynn a partir de su propia novela le permite cometer una serie de excesos, los cuales conectan con su oscura etapa inicial de «Seven», «The Game», «El club de la lucha» o «La habitación del pánico».
En el género de suspense es muy difícil conseguir avances con respecto a los clásicos de Hitchcock, incluso para David Fincher, quien a pesar de lo intratable del desafío se propone mantener al público clavado en sus butacas durante dos horas y media. Y a fe que lo consigue, no sin poner toda la carne en el asador, mediante un sinfín de giros y sorpresas al límite siempre de la lógica argumental. Esto hace que el caso policial que cuenta resulte la mar de enrevesado, y con una puesta en escena de efecto teatral granguiñolesco. Hay momentos en los que Rosamund Pike parece haber sido dirigida por un Robert Aldrich especialmente sádico, con lo que más que a un proceso de transformación se ve sometida a la radiografía de una sicopatía deformante.
En cambio, en cuanto Fincher pone el foco de atención en la crítica social, saca a relucir todo su potencial actual. Nadie como él sabe reflejar la tensión y el estrés nervioso provocado por el ritmo de vida occidental, y da igual que se trate de una víctima del sistema o de alguien que pretende sacar provecho de la confusión reinante. Es más, incide en la ambigüedad con que todos hemos aprendido a movernos en medio de la maraña legal y a comportarnos ante los medios, conscientes de su poder manipulador.

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