Ironizaba el ministro de Exteriores sionista, Avigdor Lieberman, sobre el reconocimiento sueco del Estado palestino soltando aquello de que «las relaciones en Oriente Medio son más complejas que montar un mueble de Ikea».

Resulta complejo, valga la redundancia, discernir sobre la idea que de la complejidad puede tener el portavoz ultraderechista de los ashkenazíes (judíos de origen soviético, como él, y, en general, de Europa Oriental).

Pero, a tenor de la política que perpetra su Gobierno, el de Netanyahu, tengo para mí que la cuestión de Oriente Próximo destaca cada vez más por su sencillez. La sencillez provocada por un Estado, el israelí, decidido a impedir cualquier tipo de solución que contemple un futuro estado palestino viable y que, con su alocada huida adelante, está provocando reacciones en el ámbito internacional que eran impensables hace pocos años.

Al reconocimiento de Palestina por parte de Suecia, que sigue a los pronunciamientos de la Cámara de los Comunes británica y del Parlamento irlandés (Oireachtas) se suma la creciente impaciencia de la Administración Obama por la alocada deriva de su histórico aliado israelí, que responde una y otra vez a sus intentos de mediación anunciando nuevas colonias en Cisjordania y Jerusalén Oriental.

El cierre de la Explanada de las Mezquitas recuerda a la provocadora visita al símbolo religioso musulmán del tardiamente fallecido (tras años en coma) exgeneral Ariel Sharon, allá por 2001, que derivó en la segunda Intifada.

¿Busca Israel provocar un nuevo levantamiento palestino para imponer la sangrienta política de hechos consumados que tan buenos resultados le ha dado históricamente? No es descartable. Y menos cuando, pese al reconocimiento de Suecia o del sursuncorda, cada vez está más claro que la solución de los dos estados, israelí y palestino, es inviable. Es más sencillo impedir que los palestinos completen su puzzle estatal tras robarles la mitad de las piezas que montar un mueble con las instrucciones de Ikea.