Zinema kritikaria
CRíTICA: «The Zero Theorem»

Discurso sobre la nada en un kafkiano universo virtual

La última película de Terry Gilliam está despertando adhesiones y rechazos a partes iguales, y eso es una buena señal, porque últimamente solía haber más de lo segundo. Por la presente me sitúo en el primer grupo, convencido de que «The Zero Theorem» es su creación más original desde «Brazil». Aun así, su nivel de locura es tal que Sony ha estado a punto de no distribuirla, por lo que su estreno resulta especialmente valioso, tratándose de una rareza semejante.

No voy a entrar a discutir conmigo mismo si esto es ciencia-ficción o no, y en todo caso metería a «The Zero Theorem» en la rica tradición de producciones inglesas de especulación delirante. Me refiero a títulos como «La naranja mecánica» (1971), de Stanley Kubrick, u «O Lucky Man!» (1973), de Lindsay Anderson, cuyo más evidente común denominador es el tener como protagonista a Malcolm McDowell. Me parece un detalle muy importante, porque tales delirios cinematográficos necesitan de un personaje central al que el espectador pueda agarrarse de la mano para no perderse por el camino.

Un papel crucial que en «The Zero Theorem» desempeña Christoph Waltz, en la que es su más genial caracterización hasta la fecha. El actor austriaco aparece con la cabeza completamente rasurada y sin cejas, dando a entender que se encuentra enfermo de cáncer. Un aspecto terminal que conlleva un enloquecimiento paralelo al propio universo caótico y decadente en el que vive. Se expresa con dificultad y empleando la primera persona del plural mayestático, lo que le da un aire de funcionario inmerso en el absurdo kafkiano de su propio trabajo: una investigación sobre la nada.

El barroquismo visual del que tanto ha solido abusar Terry Gilliam en sus películas, en «The Zero Theorem» viene justificado por las limitaciones presupuestarias de la ambientación. Se las ingenia para diseñar una realidad virtual con apenas tres escenarios interiores, mientras que los exteriores se limitan a unas calles por las que circula el coche eléctrico Twizy y unos parques públicos llenos de señales con prohibiciones.