El show de Bill Murray solo se pasa en los cines

D e la misma forma que las estrellas de la televisión acaban teniendo su propio show, las del cine también aspiran a tener una película para su exclusivo lucimiento. Ese es un derecho que Bill Murray se ha ganado de sobra, así que está de más preguntarse si «St. Vincent» es una buena o mala película, porque ha sido hecha por entero al servicio estelar del veterano cazafantasmas, heredero natural del gran Cara de Palo Buster Keaton. La diferencia es que en Bill Murray, que con esa economía gestual iba para sufrido anticómico, fueron a fijarse autores cinematográficos de prestigio como Jim Jarmusch o Sofía Coppola, convirtiéndolo en un actor de culto.
El todavía primerizo Theodore Melfi sabe muy bien que está haciendo una película actoral, sin pretender poner apenas nada de cosecha propia. Se limita a realizar una versión en clave sentimental de «Gran Torino» de Clint Eastwood, razón por la que el niño que le da la réplica a Bill Murray no es más que un instrumento para la redención del protagonista. Todo con tal de que el viejo cascarrabias se transforme a través de la mirada infantil de su pequeño vecino en un ser merecedor de una peculiar beatificación, en función del trabajo escolar que el crío está preparando sobre la santidad cristiana, bajo la asesoría del sorprendido sacerdote encarnado por Chris O'Dowd.
El tipo de historias que se mueven entre la irreverencia y la corrección no terminan de convencer cuando buscan el equilibrio imposible, por lo que generalmente suelen decantarse hacia uno u otro lado. Si «Bad Santa» del genial Terry Zwigoff se inclinaba hacia lo incorrecto, no cabe duda de que «St. Vincent» prefiere escorarse hacia la amabilidad y el buenrrollismo.
Pero insisto en que se trata del punto de vista representado por el actor infantil Jaeden Lieberher, mientras que Bill Murray se mantiene en todo momento fiel a sí mismo y a su imagen de empedernido canalla. Su personaje no deja de comportarse jamás como un tipo desengañado y egoísta, que simplemente se deja querer.

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