Isidro Esnaola
PERSPECTIVAS ECONÓMICAS PARA 2020

Año crítico para asegurar el futuro del sector público

2020 continuará marcado por las políticas de recorte del gasto público y depreciación del valor del trabajo que están asfixiando la economía. Posiblemente sea un año crítico para el sector público, que lleva ya alrededor de 10 años de fuertes recortes, con lo que cada vez es más patente el importante deterioro de los servicios públicos.

Dentro de los rituales a cumplir cada fin de año está el de medir las dotes adivinatorias de los incautos que se dejan acorralar para que ofrezcan sus previsiones para el año entrante. Además, si como este año se llega al final con signos de una incipiente crisis, entonces las expectativas sobre la predicción no hacen sino aumentar. Poco importa que pasado cierto tiempo nadie se acuerde de lo dicho. Da la impresión de que lo significativo es decir algo: oír los conjuros correctos en el momento en el que cambiamos un calendario por otro. Como si cada vez creyéramos más en el poder performativo de las palabras, en la fuerza de los sortilegios.

Aunque todo eso pueda parecer raro, no se explica de otra manera que se crea que la diferencia entre que la economía caiga en una crisis o levante vuelo dependa de que se digan las palabras correctas en el momento oportuno. Una creencia especialmente extendida entre los que dirigen la economía. Así por ejemplo, la flamante nueva presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, dijo en su alocución del 12 de diciembre que «los datos más recientes apuntan a la persistencia de débiles presiones de inflación y a una dinámica de crecimiento débil de la zona euro, aunque hay algunos signos iniciales de estabilización en la desaceleración del crecimiento y de un leve aumento en la inflación subyacente». Es decir, que la inflación presiona, pero poco. Sin embargo, tampoco estamos con unos precios con el encefalograma plano: algo presionan. En realidad presiona tan poco que los precios prácticamente no suben en la zona euro desde hace tiempo. Quién iba a pensar que íbamos a echar en falta la inflación.

En el conjuro de la presidenta no podía faltar el crecimiento: «dinámica de crecimiento débil». Vamos, sin punch. Pero no está todo perdido, Lagarde, sabiamente, coló previamente otra palabra mágica: dinámica. La economía no crece mucho pero se mueve. No estamos tan mal, después de todo.

La siguiente frase termina rizando el rizo: «signos de estabilización» seguido de «en la desaceleración del crecimiento». No está claro si el BCE prevé que la desaceleración tome una velocidad constante o que deje de desacelerar.

Otro tanto se puede decir del Gobierno de Lakua que aprovechó la víspera de nochebuena para hacer público el informe trimestral de la economía vasca en el que «constata el fin de la desaceleración y el comienzo de la estabilización de la economía vasca». Una frase que recuerda mucho lo dicho por Lagarde diez días antes. Pero lo mejor es que Lakua no había reconocido hasta ahora que la economía vasca estuviera desacelerada. Y cuando lo reconoce es para decirnos que ya ha pasado. Todo para a renglón seguido rebajar una décima la previsión de crecimiento para 2020. ¿En qué quedamos? Discursos y más discursos de aquellos a los mandos de la economía; gente poderosa e ilustrada pero que, como los antiguos chamanes, todavía creen en el poder curativo y salvífico de la palabra.

Si de la palabras pasamos a repasar el estado de las relaciones económicas, que era a fin de cuentas de lo que trataba la economía hasta que la convirtieron en un relato ideológico, el panorama tiene unos contornos bastante nítidos. En octubre la OIT señaló que continúa creciendo en todo el mundo el número de trabajadores pobres a pesar de contar con un empleo. Las continuas reformas laborales y el desmantelamiento de la negociación colectiva han debilitado tanto el poder de negociación de los trabajadores que conseguir un empleo ya no es garantía de nada. Incluso algunos liberales abogan por recuperar la negociación colectiva y modificar parcialmente la normativa laboral para que el mercado funcione «mejor».

Los cambios legales explican parte de la pérdida de poder de la clase trabajadora. Pero otra parte muy importante responde a las nuevas formas de organización del trabajo, promovidas por plataformas tecnológicas que empezaron vendiendo la posibilidad de hacer trabajos esporádicos (eso que llaman economía gig) como algo interesante. El tiempo ha mostrado que en realidad lo que ofrecen son trabajos regulares pero en los que el empresario no tiene ninguna obligación hacia el trabajador o trabajadora, que de este modo pierden todos los derechos inherentes a su condición de empleado por cuenta ajena.

La degradación de las relaciones laborales está abaratando el empleo. En este punto conviene subrayar que trabajo barato y producto de calidad no casan.

Sobre las relaciones económicas actúan un conjunto de instituciones que las moldean y modifican, y en las que se plasman las decisiones económicas fundamentales. En este ámbito se ha impuesto un recorte drástico del gasto en general, y del social en particular. Esa ausencia de recursos está descapitalizando tanto la administración como los servicios públicos. La falta de medios empeora notoriamente el servicio; la congelación en las inversiones empieza a generar problemas de desgaste y obsolescencia; y la ruptura del relevo natural por falta de contratación está debilitando el desempeño general. Síntomas de este deterioro son las quejas, pero también, por ejemplo, el crecimiento desmesurado de la publicidad de los seguros médicos privados que como los buitres andan ya merodeando alrededor de una presa que adivinan moribunda. La batalla por unos servicios públicos de calidad se agudiza. Es posible que hayamos llegado a un punto crítico, cerca del no retorno.

Los trabajadores apenas gastan y el sector público tampoco, la economía se ahoga por falta de inversión y consumo. Y en algún sitio hay que vender la producción. La solución que propusieron fue fomentar la exportación, el discurso conocido de la competitividad, etc.; pero claro, cuando todo el mundo recorta gastos y en todas partes trabajadores y trabajadoras ganan menos, exportar también resulta muy complicado.

Además, no puede ser una solución global: si todo los países quieren exportar, alguno tendrá que importar. Y el que lo hacía hasta ahora, EEUU, tampoco quiere. De ahí que hayan tomado cuerpo guerras comerciales que siguen el principio de reciprocidad: si algunos países no pueden vender a sus vecinos, que estos a su vez tampoco puedan exportar. De este modo, el comercio exterior que iba a tirar de la economía aporta cada vez menos; y de recrudecerse las guerras comerciales seguirá reduciendo su peso.

Es como si todas las fuerzas económicas se hubieran conjurado para estrangular a la economía. Todas menos el dinero. Los bancos centrales siguen emitiendo dinero hasta el punto de que los tipos de interés se han vuelto en algunos casos negativos. Dinero hay a espuertas, pero las reglas no permiten que se gaste. Los trabajadores con sueldos de miseria no tienen capacidad para tomar dinero prestado y devolverlo; la administración pública tiene prohibido endeudarse por las reglas de la estabilidad presupuestaria y sostenibilidad financiera; tampoco puede contratar personal ni invertir. Los bancos también tienen nuevas reglas que les dificultan prestar dinero. En definitiva, los bancos centrales emiten dinero pero este no fluye hacia la economía real. La única salida que le queda a este inmenso caudal de poder de compra es desviarse hacia la especulación: la bolsa sube y se especula con todo tipo de valores. Los fondos de inversión compran gangas por todas parte, especialmente inmuebles, y presionan al alza a los precios de los inmuebles y a los alquileres

Y ese enorme poder de compra también se dirige al extranjero para apropiarse de empresas, inmuebles y otros bienes raíces. La política de expansión monetaria apenas influye en la economía interna, pero, sin embargo, es un arma poderosa de apropiación y dominación del resto del mundo. Como antaño con los espejuelos, durará mientras sigan aceptando nuestros papelillos como algo valioso.

Se mire por donde se mire, se adivina un horizonte oscuro. Y todo ello sin considerar el tremendo impacto que tiene el actual modelo productivo en el medio ambiente. El tejido productivo mundial está organizado sobre un transporte barato gracias a los combustibles fósiles. La necesidad de reducir emisiones van a obligar a tomar medidas drásticas.

Estamos en un momento crítico para recuperar lo público y dotarlo de futuro antes de que el deterioro sea irreversible y el capital de apodere de todo. Pero tanto el cambio de prioridades del gasto público como un mayor énfasis en los ingresos están sujetos a la capacidad de decidir. Es por ello que recuperar soberanía aparece como la clave de bóveda del momento.