Gotzon Aranburu
Iruñea

Camino de Santiago

Miles y miles de caminantes (y ciclistas y no pocos jinetes) atraviesan estos días Nafarroa de norte a suroeste. En realidad, lo hacen durante todo el año, pero es en los meses de verano cuando el Camino de Santiago conoce su momento de esplendor anual, repleto de andarines que provienen de toda Europa y de distintos puntos del planeta.

 

Un peregrino camina bajo el sol. (Gotzon ARANBURU)
Un peregrino camina bajo el sol. (Gotzon ARANBURU)

¿Son peregrinos? ¿Deportistas? ¿Turistas? De todo hay. Sin duda que el actual Camino de Santiago tiene muy poco que ver, sociológicamente, con el de la época medieval. No faltan los peregrinos con motivación espiritual y religiosa, pero la mayoría son viajeros que desean hollar con sus pies esta ruta milenaria, la primera «autopista» de Europa, por la que millones de personas caminaron antes que ellos con el objetivo de llegar a Santiago de Compostela.

Llegando desde Izura y Donapaleu, el Camino llega a Donibane Garazi y, tras reponer fuerzas en la capital de Nafarroa Beherea, los caminantes tienen que acometer una fuerte subida hasta Luzaide y Orreaga, ya en Nafarroa Garaia. Es un tramo exigente, que en invierno o con mal tiempo llega a ser peligroso, y que en siglos pasados se cobraba la vida de no pocos viajeros. Incluso en la actualidad, periódicamente salta la noticia de algún peregrino que se pierde y lo paga caro.

Cerca de 40.000 caminantes atraviesan cada año Nafarroa a lo largo de la ruta jacobea. Muchos menos lo hacen por el Camino de la Costa, a través de Gipuzkoa y Bizkaia. De estos miles de peregrinos, la mayoría proviene de distintas naciones europeas, pero también son muchos los provenientes del Estado español y de Asia o América. ¿Motivaciones? De lo más variadas. Desde la puramente religiosa, hasta las deportivas o turísticas, pasando por crisis personales, necesidad de ponerse a prueba uno mismo… Lo cierto es que, sea cual sea el motivo de ponerse en camino, senderos y albergues acogen a personas de distinto idioma, edad y condición, lo que constituye una inmejorable oportunidad para convivir con gentes de otras culturas.

Nafarroa ofrece al caminante una gran riqueza paisajística, monumental y gastronómica. Desde agrestes montañas hasta interminables campos de trigo y viñedos se suceden ante sus ojos, con iglesias, castillos y cascos urbanos que provocan la admiración de los viajeros, especialmente de aquellos que provienen de las latitudes más lejanas. Cierto que a veces la dureza del esfuerzo no permite a los menos entrenados apreciar del todo el entorno que atraviesa. Además, hay que tener en cuenta que las plazas en los albergues de peregrinos se ocupan según el orden de llegada; no se hacen reservas y, si el albergue está lleno, no queda más remedio que alojarse en hostales o hoteles, a un precio mucho más elevado. Para acceder a los albergues hay que justificar, mediante los correspondientes sellos estampados en el carnet del peregrino, que se está realizando el camino.

En el apartado económico, este rosario de viajeros supone una importante fuente de ingresos para la hostelería y el comercio de las localidades que atraviesa la ruta, especialmente entre abril y octubre. Quien más quien menos adquiere fruta, bebidas o un bocadillo a lo largo de la jornada, o disfruta de un «menú del peregrino» a la hora de cenar, y tampoco faltan quienes se ven obligados a comprar botas o bastones para sustituir a los propios estropeados. Últimamente, son varios los establecimientos que se han abierto en el camino para ofrecer masajes y fisioterapia, servicios que cuentan con una demanda creciente.

Los albergues de peregrinos del norte de Nafarroa están regentados por gente de la tierra, pero según se avanza hacia el sur no es raro que los hospitaleros sean extranjeros que prestan servicio durante algunos meses y luego son relevados por otras personas, también voluntarias. Es el caso del albergue municipal de Los Arcos, donde un matrimonio belga recibe a los caminantes con un listado de normas de obligado cumplimiento en el recinto, normas que se demuestran imprescindibles para la buena convivencia de los alojados. Por lo general, a las diez de la noche se da el toque de silencio, y para las ocho de la mañana hay que desalojar el edificio, de forma que tras un pequeño repaso por parte de los hospitaleros esté listo para recibir a la siguiente hornada de peregrinos.