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El presidente de Estados Unidos y su esposa entran en la Plaza Dealey de la ciudad tejana de Dallas a bordo de un vehículo descapotable y saludan a las personas que se agolpan al paso de la comitiva, a pesar de que JFK se encuentra en territorio hostil por sus políticas para acabar con la segregación racial. Son la 12:30 horas del 22 de noviembre de 1963. El día anterior habían aparecido unos pasquines con la fotografía del presidente acompañada por el lema: «Se busca por traición». Tras pasar por Elm Street, el coche presidencial avanza hasta situarse a tan solo veinte metros del edificio del Almacén de Libros Escolares de Texas. En ese momento se oye el primero de varios disparos, uno de los cuales alcanza a Kennedy en la parte derecha de la cabeza.
Mientras el presidente es trasladado al Hospital Parkland, Lee Harvey Oswald, un ex marine empleado de almacén que había desertado a la URSS en 1959, donde permaneció hasta 1962, es detenido como presunto autor del magnicidio, a pesar de que él niega una y otra vez que haya abierto fuego contra el mandatario. Asimismo, se le acusa de haber matado al oficial de la Policía de Dallas J. D. Tippit.
En el segundo 25, esta TV interrumpe la emisión para dar cuenta de la muerte de JFK
Media hora más tarde se declara oficialmente muerto al trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, una noticia que da la vuelta al mundo de inmediato. Pero las sorpresas no han terminado, ya que dos días más tarde el propio Oswald es abatido mientras era trasladado y custodiado por la Policía. El autor de los disparos que acaban con su vida es Jack Ruby, un hombre vinculado a la mafia y a los cubanos más beligerantes con la revolución, y que terminaría muriendo de cáncer en prisión en 1967.
La eliminación del principal sospechoso de la muerte del presidente no hizo más que incrementar las elucubraciones sobre la posibilidad de que una conspiración hubiera terminado con la vida de JFK. Para intentar acabar con las habladurías y esclarecer lo ocurrido, el sucesor de Kennedy, su vicepresidente, Lyndon B. Johnson, puso en marcha una investigación oficial una semana después del atentado. Conocida como la Comisión Warren, su informe final, publicado en setiembre de 1964, concluía que Lee Harvey Oswald era el responsable de lo ocurrido y que había actuado solo. Incluso introdujo la teoría de la «bala mágica» para explicar cómo un único proyectil había atravesado el cuello de Kennedy, el pecho y la muñeca del gobernador de Texas y terminó alojándose en un muslo de este último. Esa era la única forma de hacer mínimamente verosímil que un solo tirador efectuara los tres disparos que acabaron con la vida del presidente de EEUU.
Recreación de la «bala mágica».
Ante semejante explicación, que establecía la versión oficial sobre lo ocurrido, durante años siguieron creciendo las especulaciones sobre un complot que habría acabado con la vida de JFK. Incluso una investigación posterior llevada a cabo por el Comité de la Cámara de Representantes sobre Asesinatos daba por buena esa posibilidad y concluía en 1979 que el presidente había sido víctima de una conspiración ejecutada por dos francotiradores, aunque sin concretar quién o quiénes podían estar detrás de ella.
Entre los sospechosos de haber dado muerte al mandatario siempre han figurado la CIA con la connivencia del Servicio Secreto (la agencia encargada de proteger al presidente de Estados Unidos), el vicepresidente Johnson, la mafia, el FBI dirigido por J. Edgar Hoover, los cubanos de Miami, el mismo Fidel Castro y hasta la Reserva Federal, además de la Unión Soviética o el Gobierno israelí.
Bobby Kennedy, cinco años después
Toda esa rumorología se disparó unos pocos años más tarde a raíz de la muerte de su hermano Robert F. Kennedy en circunstancias bastante similares. El 5 de junio de 1968, Bobby Kennedy se encontraba en el hotel Ambassador de Los Angeles celebrando su triunfo en las elecciones primarias del Partido Demócrata en California. Aunque todavía no podía considerarse el candidato de su partido para los comicios presidenciales, su estrella parecía remontar tras ese triunfo y el obtenido en Dakota del Sur.
Mientras se dirigía hacia las cocinas del hotel por un pasillo repleto de gente que le quería saludar, el joven de 24 años y de origen palestino Sirhan Bishara se acercó al político y le disparó a quemarropa con un revólver. A primera hora de la mañana del 6 de junio, Robert Kennedy fallecía a los 42 años en el Hospital El Buen Samaritano de la ciudad angelina. Sirhan Bishara fue condenado a muerte por asesinato en primer grado, aunque su pena fue conmutada por cadena perpetua después de que el Tribunal Supremo declarara inconstitucional la pena de muerte en California. Desde entonces, sigue en prisión, ya que en 2011 un juzgado de California le denegó una vez más, y ya van 14 intentos, la libertad condicional.
Aunque este caso parecía menos sospechoso que el de JFK, lo cierto es que la teoría de la conspiración también hizo acto de presencia en torno a la muerte de su hermano Bobby. La autopsia realizada a su cadáver señala que los disparos que le costaron la vida fueron realizados a tan solo 2,50 centímetros del oído derecho de Kennedy, a pesar de que los testigos señalaron que Sirhan nunca estuvo tan cerca, sino que abrió fuego a distancia y de frente. Además, las gra- baciones de sonido existentes de ese momento revelan que hubo al menos diez disparos, cuando el arma del condenado solo tenía capacidad para ocho balas. Y, para redondear, algunos testigos aseguraron que habían visto en el hotel a una chica con un vestido a topos que habría gritado: «¡Le disparamos!».
El origen de su poder económico y político
Otra vez la sombra de un complot hacía acto de presencia y de entre los muchos interrogantes que surgían ante ambas muertes, como, por ejemplo, la autoría real de los dos atentados, aparecía el posible motivo de acabar con los dos hermanos. ¿Por qué habían matado a los Kennedy?, ¿por qué resultaban tan peligrosos, hasta el punto de ser eliminados? Para intentar responder a esas preguntas, hay que remontarse en el tiempo a fin de descubrir qué amenazas entrañaba uno de los principales clanes de Estados Unidos.
El origen de la influencia de los Kennedy está en el patriarca de la familia, Joseph Patrick, un descendiente de emigrantes irlandeses católicos que había amasado una enorme fortuna a través de las inversiones en la bolsa de Nueva York, tanto en diversas industrias, incluida la cinematográfica, como gracias a la importación de whisky escocés.
Con una posición económica tan «saneada», Joseph Patrick se decidió a entrar en política en las filas del Partido Demócrata, donde fue escalando posiciones hasta convertirse en embajador de EEUU en Inglaterra en 1938. Sin embargo, sus simpatías por la Alemania nazi, o por Hitler, le costaron el puesto y supusieron el fin de sus aspiraciones a la Casa Blanca. Pero Joseph no se rendía y estableció un plan para alcanzar la presidencia del país a través de sus hijos. Su gran apuesta era Joseph Patrick JR, pero este murió en 1944 combatiendo precisamente a las tropas de Adolf Hitler.
Tras sobreponerse a la pérdida de su vástago favorito, decidió centrar sus esfuerzos en sus siguientes hijos: John y Robert. Tras pasar por la Cámara de Representantes y ser senador, JFK alcanzó la presidencia de Estados Unidos en las elecciones de 1960, en las que derrotó por un ajustadísimo margen al candidato republicano Richard Nixon. A sus 43 años, era la persona más joven elegida para ese cargo y el primer, y por el momento único, presidente católico romano que ha tenido ese país.
Ya desde su discurso de investidura, quedó claro que la forma de hacer política de JFK iba a ser diferente a la realizada por sus predecesores y en los tres años que ocupó el cargo, introdujo un sustancial golpe de timón, especialmente en política interior. Así, dentro de lo que llamó su programa de ‘La nueva frontera’, prometió fondos federales para la educación, la atención sanitaria para la tercera edad, una rebaja de impuestos e impulsar la economía, algo que se logró durante su corto mandato. Incluso se planteó la posibilidad de desmantelar la Reserva Federal, de tal manera que los dólares empezarían a imprimirse con el sello del Gobierno, que así recuperaría el control de las finanzas del país. Con estas iniciativas, el poder económico de EEUU empezó a mirar con recelo y preocupación al nuevo presidente.
¿Por su política de igualdad?
Pero una de sus pro-mesas que más quebraderos de cabeza le iba a generar fue la de acabar con la discriminación racial, que todavía estaba muy presente en EEUU, especialmente en los estados del Sur. Así, en 1962 envió a más de 400 agentes federales y 3.000 soldados a Mississippi para que el estudiante negro James Meredith pudiera matricularse en la universidad, y actuó con la misma contundencia para que dos estudiantes afro-estadounidenses, Vivian Malone y James Hood, se pudieran inscribir en la Universidad de Alabama.
Al mismo tiempo, apostó por cambiar la política gubernamental sobre inmigración al promover una mayor igualdad y protección de derechos tanto para los ciudadanos nacidos en el país como para quienes obtuvieran la nacionalidad estadounidense.
Todas estas medidas le hicieron ganarse la animadversión de aquellos que querían mantener la segregación racial y que se intentaban apoyar en el vicepresidente Johnson (originario del Sur) para ponerles coto. Pero ese respaldo podía resultar efímero, ya que, al parecer, Kennedy pretendía deshacerse de Johnson de cara a las campaña de reelección de 1964, ya que suponía un freno a las aspiraciones en esta materia tanto de JFK como de su mano derecha, su hermano y fiscal general Robert Francis Kennedy.
La muerte del presidente no solo permitió que Johnson mantuviera su preponderante posición, sino que le aupó a la presidencia, cargo que juró en el Air Force One una vez que se confirmó que Kennedy había fallecido en el atentado. Así que el mismísimo vicepresidente figura en la lista de sospechosos por la rapidez con la que dio carpetazo a la investigación sobre el atentado («bala mágica» incluida) y porque el magnicidio le benefició tanto a él como a sus correligionarios. Además, resulta muy sintomático que tres grandes impulsores de esta política de igualdad (JFK, el pastor Martin Luther King y Bobby Kennedy) murieran abatidos a tiros en el plazo de cinco años, los dos últimos con tan solo dos meses de diferencia, entre abril y junio de 1968.
Al mismo tiempo, los Kennedy se habían ganado el odio de la mafia. Aunque algunos expertos en la carrera política de JFK aseguran que este alcanzó la presidencia con el apoyo oculto de la Cosa Nostra, el mandatario y, sobre todo, su hermano Bobby se convirtieron en su peor pesadilla tras alcanzar el poder. Desde su puesto de fiscal general, Robert Kennedy inició una guerra total a la mafia, ya que, en su opinión, amenazaba con tomar el control de la economía de Estados Unidos a través de sindicatos corruptos y de políticos, jueces y funcionarios electos que aceptaban sus sobornos. Ante esta forma de proceder de los Kennedy, la mafia se habría sentido traicionada, por lo que, siguiendo esta teoría, habría decidido acabar no solo con el presidente, sino también con su hermano, ya que si Bobby llegaba a la Casa Blanca podría retomar sus políticas contra ella.
Una de las personas que podía conocer esos vínculos entre el clan de los Kennedy y la mafia era la actriz Marilyn Monroe, que habría sido amante primero de John y posteriormente de Robert y que podría estar al tanto de importantes secretos de Estado gracias precisamente a su relación de alcoba con los poderosos Kennedy, lo que la convertía en un problema para el clan. Al parecer, el 4 de agosto de 1962, Bobby se habría presentado en casa de Marilyn Monroe para intentar hacerse con el diario en el que la actriz habría anotado esos secretos y pocas horas después de esa visita, la joven apareció muerta. Oficialmente, había fallecido a causa de una intoxicación de barbitúricos pero, según una investigación de Fred Otash, uno de los detectives más famosos de Hollywood, hecha pública recientemente, el hermano del presidente y la actriz discutieron y, para que los vecinos no la oyeran, «Bobby tomó una almohada y se la puso en la cara. Finalmente ella quedó en silencio y él se apresuró a salir de allí» sin saber cómo se encontraba Marilyn, quien horas más tarde sería hallada muerta. Otras teorías apuntan a que, tras marcharse Robert Kennedy, alguien se encargó de silenciar a Marilyn Monroe para que no se hicieran públicos los secretos que la estrella de cine conocía.
Además de enfrentarse a la mafia, Bobby mantenía su particular pulso con uno de los hombres más poderosos de EEUU: el director del FBI, J. Edgar Hoover. El azote del comunismo en el país no simpatizaba con esos jóvenes y ambiciosos hermanos que se habían hecho con el Gobierno dispuestos a imprimir su sello personal. Y, por su parte, los Kennedy querían poner coto a los manejos de Hoover, quien, desde la sombra, hacía y deshacía en política. Ese odio mutuo se hizo especialmente patente en el momento de la muerte de JFK. Hoover se encargó de informar personalmente a Robert de lo ocurrido. Primero le llamó a su casa para decirle en un tono gélido: «Tengo algo que anunciarle. Le han disparado al presidente». Tiempo después, le llamó otra vez y le anunció: «El presidente ha muerto». Y colgó de inmediato. Bobby llegó a decir que creía que el directo del FBI «sintió placer» al comunicarle la noticia. Así que la oficina dirigida por Hoover también engrosa la lista de sospechosos, al igual que el Servicio Secreto, la agencia que protege al presidente y que en Dallas cometió unos errores que siguen resultando cuando menos sorprendentes.
¿Por la venganza cubana y de la CIA?
La política exterior de los Kennedy también les granjeó numerosos enemigos. Por un lado, los «gusanos» y la CIA se sintieron abandonados por JFK a raíz del fracaso del intento de invasión de Cuba en la operación realizada en Bahía de Cochinos en 1961. Tras lo sucedido, el presidente y su hermano habrían decidido poner freno a la poderosa Agencia Central de Inteligencia, lo que les habría generado enemigos dentro de la misma. De hecho, defensores de la teoría de la conspiración contra los Kennedy como el periodista de la BBC Shane O’Sullivan, señalan que, desde los años 50, la CIA había realizado experimentos mediante hipnosis para forzar a determinadas personas a hacer cosas bajo sugestión y Sirhan, condenado por la muerte de Bobby, no recuerda ni una sola escena de la noche del crimen. Además, O’Sullivan asegura que existen pruebas psiquiátricas de que Sirhan pudo haber sido «programado» para matar al político demócrata.
Siguiendo con la posible conexión cubana, también se suele recordar que Fidel Castro podía estar ansioso por vengarse en el presidente de EEUU por los numerosos intentos de acabar con su vida que habían planeado las agencias gubernamentales estadounidenses. Aunque el mandatario sería quien concitaría esos odios, el general Alexander Haig llegó a asegurar que en la política de JFK en relación a Cuba el que ejercía como presidente era su hermano Bobby, lo que, siempre según esta teoría en particular, le convertiría más adelante en objetivo a abatir.
¿Por plantear la retirada de Vietnam?
¿Por plantear la retirada de Vietnam? Otro foco de tensión internacional para JFK fue la Guerra de Vietnam. En un primer momento, continuó con la política de apoyo a Vietnam del Sur ya emprendida por el presidente Eisenhower pero, a largo plazo, estaría pensando en apartarse del conflicto. Al menos eso dijo su secretario de Defensa, Robert McNamara, al afirmar que Kennedy estaba considerando seriamente retirar a los marines tras su reelección en 1964, una postura a la que era contrario el vicepresidente Johnson. De hecho, tras el atentado, su sucesor anuló una orden de JFK en la que se establecía la retirada de una parte de los militares desplegados en la zona. A partir de ese momento, se recrudeció la intervención de EEUU en una guerra que enriqueció a la industria armamentística. Una forma de actuar de Johnson que fue criticada por Bobby, quien hizo un llamamiento para detener esa escalada del conflicto.
Como se puede apreciar, los Kennedy resultaban peligrosos para muchos tentáculos del sistema de EEUU y, por ello, se habría decidido eliminar primero al mismo presidente JFK y posteriormente a Robert cuando este se lanzó a la carrera por la Casa Blanca.
No ocurrió lo mismo con su hermano pequeño Edward, más conocido como Ted, pero un accidente dañó sus aspiraciones a alcanzar la presidencia de EEUU. Un año después de la muerte de Bobby, Ted Kennedy se salió del puente por el que transitaba con su coche en una localidad de Masschussets. En el siniestro murió su acompañante Mary Jo Kopechne. El nuevo cabeza del clan Kennedy abandonó el lugar del accidente y por ese motivo se le condenó a dos meses de cárcel, que no llegó a cumplir al considerarse una pena leve. A pesar de ello, la imagen del senador quedó seriamente dañada y en 1980 fue derrotado en la carrera presidencial por el entonces presidente Jimmy Carter, que aspiraba a la reelección.
Ted Kennedy falleció en 2009 a causa de un tumor cerebral, después de ser testigo de otros episodios de la denominada «maldición» de su familia y que se ha cobrado, entre otras, la vida del hijo de JFK, John F. Kennedy Junior, fallecido en un accidente aéreo junto a su esposa y su cuñada en 1999. Maldición o no, lo cierto es que muchas incógnitas y muchos posibles motivos siguen rodeando y explicando hasta cierto punto la muerte de las grandes figuras de una de las familias más influyentes de Estados Unidos.

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