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Tailandia, más allá de las sonrisas

Muchas veces se ha presentado a Tailandia como el país de las sonrisas, por la amabilidad y el carácter que muestran buena parte de sus habitantes. Tras esas imágenes, demasiado idílicas, asoma la realidad.

Las manifestaciones han colapsado importantes zonas de Bangkok, la capital del país, añadiendo más calor a una ciudad que, como señalan los locales, solo tiene dos estaciones, «la del calor y la de más calor todavía». Esas protestas han empeorado el ya de por sí complicado tráfico diario, y mientras algunos funcionarios abandonan sus puestos para unirse a las protestas, la tensión aumenta y amenaza nuevamente con afectar a la joya de la corona tailandesa, el turismo.

Si bien es verdad que durante las semanas que hemos viajado por el país las miradas se ha centrado en las protestas de la oposición en determinados distritos de la capital, mientras tanto, en ciudades del norte como Phitsanulok, los partidarios del Gobierno se concentraban en torno a la plaza de la Torre del Reloj, donde los «camisas rojas» seguían a través de una pantalla gigante los discursos de sus líderes y de la primera ministra tailandesa, Yingluck Shinawatra.

Jimmy, partidario del Gobierno, denuncia que la oposición quiere seguir con la exclusión de la mayor parte de la población. «No quieren que podamos votar, que tengamos educación. Son muchos años, muchas generaciones que hemos estado marginados, y eso ahora se ha acabado», advierte.

Lo que comenzó como un rechazo a una ley de amnistía encubierta es parte de un guión que se repite. Tailandia vive una «crisis permanente» desde 2005, y las protestas callejeras paralizan la capital cada dos años, denunciando al Gobierno ilegítimo de turno y su «prostitución de la democracia».

Cada parte juega sus cartas

Tanto la oposición como el Gobierno están jugando sus cartas. Este último, consciente del apoyo con que cuenta en las regiones más pobres y agrícolas del norte, está evitando a toda costa caer en las provocaciones de la oposición, consciente de que cualquier enfrentamiento que degenere en una situación de caos podría servir de excusa para que el Ejército de un nuevo golpe de Estado.

Si durante los últimos meses se apuntaba a un relativo equilibrio entre el Gobierno de Yingluck y el Palacio Real, gracias a movimientos gubernamentales destinados a no «enojar» al poderoso Ejército tailandés, y sobre todo a contentar también a determinados sectores del establishment monárquico, la crisis en torno a la ley de amnistía ha hecho que ese frágil acercamiento amenace con saltar por los aires.

El poderoso apoyo que ha ido tejiendo el Gobierno (sobre todo en torno a la figura de Thaksin Shinawatra) se apoya en un abanico de factores. Destaca el importante auge económico que permitió a Thaksin elaborar una política populista, pero que ha incluido la sanidad universal, mejorando los estándares de vida y reduciendo la pobreza, sobre todo entre los sectores mayoritarios de la población del norte, quienes también han recibido en estos años importantes ayudas económicas gubernamentales.

La oposición rechaza medir sus fuerzas y apoyos en la urnas, tal vez consciente de que una nueva derrota es más que posible, como demuestra la historia reciente. Así, en 2001 y 2005 sufrieron sendos fracasos en las urnas ante Thaksin, boicoteando luego las elecciones de 2006, apostando por el golpe contra el entonces dirigentes tailandés. Las elecciones de 2007 supusieron un nuevo triunfo para los aliados de Thaksin, y en 2011, la victoria de Yingluck Shinawatra les dejaba nuevamente sin argumentos.

Por ello no es de extrañar su rechazo a la nueva propuesta electoral de la primera ministra. Y hay quien afirma que cada día que pasa la estrategia de la oposición es más clara, y puede acabar abocando a Tailandia a una guerra civil, o cuando menos a una ruptura social cada vez más amplia y evidente.

La actual alianza de grupos opositores gira en torno a tres fuerzas. La Red de estudiantes y Ciudadanos por las Reformas (NSCR), liderada por dirigentes de las protestas contra Thaksin en el pasado, y con una mezcla ideológica de nacionalismo, oposición a los megaproyectos y a la corrupción.

El segundo grupo lo forma el Partido Democrático, cuyo líder Suthep Tuagsuban pretende ser la alternativa. Su lema, «contra el régimen de Thaksin» y «salvar la nación y la monarquía» suena a viejo guión. Si hace unos años optaron por maniobrar bajo el escenario político, los continuos reveses electorales les han llevado a optar por la confrontación callejera, haciendo uso de los medios de comunicación bajo su control. Su propuesta de un Comité del Pueblo, elegido a dedo entre los poderes fácticos del país, y que sustituiría al actual Parlamento, no deja en muy buen lugar las supuestas credenciales democráticas de estos sujetos.

Finalmente, la tercera pata se articula en torno a la antigua PAD, rebautizada como Movimiento del Pueblo para Revocar el Régimen de Thaksin. Afirman que quieren salvar la democracia y abogan por una movilización no violenta (ahimsa), aunque los ataques contra partidarios del Gobierno lo desmienten. Uno de sus mayores logros ha sido reunir en torno suyo a los antiguos «camisas amarillas», a colectivos de médicos y enfermeras, a partidarios de los militares, empresarios de la comunicación y a un importante grupo de senadores.

Hasta ahora los esfuerzos de Suthep Tuagsuban se centran en el desgaste del Gobierno y en intentar mantener unida a esa variopinta suma de agendas e intereses diferentes bajo el manto de la oposición a Thaksin. Las manifestaciones de Bangkok muestran una serie de ocupaciones planificadas y simbólicas que buscan generar el caos de la capital y permitir a la vez que los sectores de la burocracia estatal puedan sumarse a las marchas, al tiempo que evitan distritos donde el Gobierno cuenta con mayores apoyos. También han mostrado su rostro más racista, con pancartas que insultaban a la primera ministra: «Estúpida perra, cara de búfalo de agua» y lindezas de este tipo que muestran el desprecio hacia los sectores rurales del país, base del apoyo al Gobierno.

Futuros escenarios

Los futuros escenarios dependen de la actitud que adopten los partidarios del Gobierno y los sectores fácticos que durante décadas han controlado y tejido el poder del país en torno al rey. De momento, el Gobierno sigue apostando por reducir la tensión, y por eso ha desconvocado algunas manifestaciones y ha buscado a través de la convocatoria de elecciones desbaratar los enfrentamientos con la oposición. No obstante, de persistir esta en su estrategia golpista, muchos se preguntan hasta dónde alcanzará la paciencia de esos sectores que durante tantos años han estado marginados y que desde hace una década han podido ser representados en el panorama político tailandés. Difícilmente se quedarán con los brazos cruzados.

La oposición puede buscar un boicot a las elecciones, como en el pasado, para, con el argumento de su supuesta carencia democrática, buscar un pronunciamiento del Palacio real o de la judicatura, como ocurrió en 2006. O incluso puede buscar un deterioro de la situación a través de enfrentamientos violentos que provoquen la intervención del rey o los militares.

También estos tienen mucho que decir. Hasta ahora parece que han mantenido un cierto equilibrio, buscando una solución negociada. Pero no hay que olvidar que Tailandia lleva décadas viviendo en «la cultura de los golpes de la élite».

Finalmente, encontramos a la judicatura, y sobre todo la poderosa Comisión Nacional Anti-Corrupción (NACC) y al tribunal Constitucional. Sus maniobras en el pasado han condicionado el devenir político del país, alineándose siempre con los sectores del status quo tejido en torno al monarca. Algunas fuentes apuntan a que la NACC podría publicar en los próximos días un informe que abriría la puerta a un vacío político y legal, la excusa perfecta para poner en marcha el llamado «Consejo del Pueblo» que persiguen los líderes de la oposición.

De hecho, se han filtrado nombres de posibles candidatos, que van desde figuras monárquicas, pasando por militares y antiguos aliados de Thaksin.

Una de las claves de Tailandia pasa por el devenir de la monarquía. Centro del poder del país, y con esa red de apoyos e intereses, el actual monarca atraviesa por una complicada etapa, con una larga enfermedad que, unida a su edad, alimenta las especulaciones en torno a su sucesión. Si el actual rey genera a pesar de todo grandes apoyos en la sociedad civil, no pasa lo mismo con su sucesor, el príncipe Maha Vajiralongkorn, rechazado en voz baja por muchos tailandeses. La simbiosis que ha funcionado hasta ahora entre la monarquía y los citados poderes fácticos podría verse afectada, de ahí que muchos prefieran cerrar filas para no perder su actual estatus, aunque ello suponga acabar con cualquier resquicio democrático. Ese temor al futuro podría tener mucho que decir en el futuro cercano.

Y mientras tanto, con el país desangrándose civilmente, toda una serie de problemas empeoran aún más la situación. La disputa territorial con Camboya en torno a un templo; la guerra de baja intensidad del sur con la minoría musulmana y malaya; la situación de las minorías; los problemas de tráfico de armas, personas y drogas en el llamado «triángulo de oro» del norte; los refugiados de Myanmar; el SIDA o la prostitución son algunos ejemplos.

Como sentenciaba un taxista, en Tailandia «estamos viviendo una nueva crisis, una más, pero siempre son los mismos protagonistas y con un guión muy parecido».

La cúpula militar accede a reunirse con el líder de las protestas para oir su plan

El comandante supremo del Ejército de Tailandia, Tanasak Patimapragorn, aceptó reunirse hoy con el líder de las manifestaciones opositoras, Suthep Thaugsuban, para un «intercambio de opiniones» sobre las propuestas de este último sobre una reforma política en el país, según informó el diario «The Bangkok Post».

El anuncio llega dos días después de que el comandante en jefe del Ejército, Prayuth Chan Ocha, cancelara la reunión prevista con Suthep argumentando que «sería peligroso para el país».

Suthep reiteró la negativa de la oposición a medirse en unas elecciones anticipadas e insistió en la exigencia de dimisión de la primera ministra electa, Yingluck Shinawatra. Fue más allá y auguró que, si llegara al poder, su movimiento «necesitaría un plazo de un año para introducir las reformas que necesita el país».

Tras la disolución el pasado lunes del Parlamento, la Comisión Electoral anunció que las próximas elecciones generales se celebrarán en el plazo de 60 días y podrían ser convocadas para el domingo 2 de febrero de 2014.

La primera ministra invitó a los partidos políticos y todos los sectores de la sociedad a participar en un foro este domingo para buscar una salida consensuada a la crisis después de que, en un gesto claramente democrático y conciliador, anunciara la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones anticipadas.

La oposición las rechaza, consciente de que «en las actuales circunstancias», el Gobierno las volverá a ganar como lo hizo en las anteriores elecciones. GARA