
Al grito de «dimisión» y «sin justicia no hay paz», miles de banderas macedonias, y también albanesas, ondearon ayer en las calles de Skopje, capital de la Antigua República Yugoslava de Macedonia (ARYM). «Es un momento histórico, épico», grita Leonardo Koviloski, uno de los 20.000 manifestantes –número significativo en un país de dos millones de habitantes– que se reunieron frente a la sede del Gobierno para exigir la dimisión de Nikola Gruevski, en jaque tras hacerse pública una amplia operación de escuchas telefónicas a políticos, periodistas y jueces, que presuntamente destaparían varios escándalos de corrupción y abuso de poder.
«Hoy estamos más unidos que nunca», sonríe Koviloski con una bandera albanesa anudada al cuello. El descontento con el Ejecutivo conservador del VMRO-DPMNE ha unido a los macedonios, eslavos y albaneses. Para Koviloski, no existe diferencia, lo importante es «revivir la democracia».
La oposición boicotea desde hace un año la actividad parlamentaria por considerar que hubo fraude en las elecciones de abril de 2014. En primera fila, Vladimir Kiroski, el secretario internacional del Partido Liberal Democrático (5 escaños), explica que la única alternativa que quedaba era salir a la calle. «No queremos llegar al poder sin el apoyo del pueblo. Por eso no queremos un Ejecutivo de transición, sino la dimisión del primer ministro y la celebración de unas elecciones».
La oposición, según Kiroski, es consciente de que las protestas pueden derivar en un conflicto civil. Sin embargo, asegura que «los macedonios han perdido el miedo» y confía en que la comunidad internacional intervenga para evitar consecuencias trágicas. «El 97% de la población se declara proeuropea, pero ese sentimiento ha decaído debido a la pasividad de la Unión Europea hacia los problemas del país en los últimos años», asegura.
Pero en la protesta participa el líder del Partido Socialista Europeo, Sergey Stanisev, para mostrar que «los macedonios no están solos». Rodeado de varios miembros de seguridad, el ex primer ministro de Bulgaria justifica su asistencia afirmando que es importante apoyar eventos que reclaman la democracia y la libertad. «No represento a la UE, solo quiero progreso y estabilidad para Macedonia. Existen muchas soluciones políticas, no solo la dimisión», señala a GARA.
En medio del tumulto, apenas se puede ver una pancarta que reza «La dimisión no es castigo», sobre las renuncias dos ministros y el jefe de los Servicios Secretos la semana pasada. Damian Aleksiev, quien sostiene el cartel, dice que ese gesto no es suficiente para «calmar los ánimos» y que deben ser juzgados. «La gente ahora tiene menos miedo de salir a la calle», apunta Aleksiev, estudiante de Filosofía que participó a comienzos de años en la ocupación de la universidad que espoleó el movimiento contra el Gobierno.
El jefe de la oposición, el socialdemócrata Zoren Zaev, también presente, anuncia una acampada frente a la sede del Gobierno hasta que Gruevski dimita. Los manifestantes insisten en un cambio pacífico, por lo que unos cien voluntarios velan por la seguridad.
El país atraviesa la mayor crisis política desde la insurrección de un grupo albanés en 2001 y Skopje ha acogido la mayor protesta desde la independencia de Macedonia y cobijará al sueño de parte de los macedonios: la dimisión de Gruevski. Para insomnio de algunos.
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