Angela Merkel escenifica el poder occidental con la cumbre del G7
El G7 está considerado el grupo de las economías más fuertes del planeta. Es un círculo selecto dominado aún por EEUU, pero en declive ante un mundo en transformación. No faltan policías ni manifestantes, peros sí poderes emergentes como Rusia, China e India.

En su reciente encuentro con la prensa extranjera, la canciller Angela Merkel, a la sazón actual presidenta del G7, no ha cesado de decir que la cumbre es un «encuentro informal» en el que no se tomarán decisiones vinculantes. Desde el punto de vista legal podría tener razón, pero desde el político sí se marcarán pautas que decidirán el futuro de estados y sociedades. Los deseos quedarán reflejados en la declaración final, que ya está más o menos redactada, y en sus anexos. Todo por obra de los «sherpas», los delegados de los respectivos gobiernos que en los últimos meses han estado negociando los temas que a cada actor le parecen importantes.
Si el G7 hiciera gala a su nombre (actual) en la foto de familia sólo debería haber salido Merkel con sus seis homólogos Barack Obama (EEUU), Stephen Harper (Canadá), Shinzo Abe (Japón), François Hollande (Estado francés), David Cameron (Gran Bretaña) y Mario Renzi (Italia). Pero con ellos hay dos caras más: la del presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, y la del polaco Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, que representan los máximos órganos ejecutivos de la Unión Europea. Con la misma arbitrariedad que se han excluido a los representantes del poder legislativo de la UE y de los estados del G7, se han dejado fuera tanto a Rusia como a China e India, pero sí se han citado con organismos internacionales como la OMS, la OIT y el FMI. Además se abren las puertas a algunos países africanos, para ayudarles en su desarrollo y en su lucha contra el «terrorismo islamista». Su denominador común su interés económico e industrial para el G7, que teme sobre todo la competencia de China en el continente africano.
La escenificación del poder no solo se expresa a través del idílico paisaje del Palacio de Elmau, con las milicias montañeras bávaras ataviadas con sus tradicionales uniformes recibiendo a los jefes de Estado y de Gobierno en el aeropuerto de Munich, sino también por los temas que se tocan.
Hoy se conocerá la opinión oficial del G7 sobre la crisis de Ucrania, el «terrorismo islamista», África y su desarrollo, la economía mundial y el comercio, el cambio climático y la salud. Las imágenes transmitidas desde la Baviera profunda trasladan el mensaje subliminal de que ahí se encuentran las siete (más dos) personas más poderosas del mundo que saben establecer qué temas son importantes para la Humanidad.
24.000 policías
Las manifestaciones en su contra, muy limitadas por el despliegue de 24.000 policías que velan por la seguridad de la cumbre, le dan cierto aire de legitimidad ya que no pueden evitar que se celebre este evento tan poco democrático. Además, hay que añadir la presencia de 3,700 periodistas que, desde un centro de prensa instalado a decenas de kilómetros del palacio, «informan» sobre el encuentro que solo va a durar veinticuatro horas. La libertad de prensa es uno de los valores que une al G7, pero que tampoco se garantiza en Elmau.
La razón de ser del G7 no son ni su agenda ni las declaraciones oficiales, sino lo que los mandatarios hablen al margen de los encuentros programados, tal vez en encuentro bilaterales o trilaterales. Bajo el égida de un comunicado preformulado en base a un consenso mínimo, Obama podría presionar para que se adopten más sanciones contra Rusia; Hollande podría pedir justo lo contrario argumentando que Moscú está cumpliendo el acuerdo de Minsk, y Merkel, en el medio, como siempre, podría ejercer de mediadora e intentar arreglar con el inquilino de la Casa Blanca el problema por el espionaje de la NSA en Alemania o encontrar una posición común sobre las negociaciones nucleares con Irán y el rechazo que provocan en Israel. Ante este fondo, los medios chinos están muy interesados en saber si Abe pone sobre la mesa la actual política exterior y militar de Pekín en la región asiática. Quizás los no europeos expresen su preocupación sobre la crisis griega y sus consecuencias para el mundo financiero internacional.
Según el programa oficial, ayer se habló primero de «Comercio Mundial, Crecimiento y Valores comunes». Precisamente estos últimos servían de excusa para excluir al presidente ruso, Vladimir Putin, del G8 por su política respecto a Ucrania. Siendo el gran ausente, Putin acompañó la cumbre con una entrevista en el del diario italiano “Corriere della Serra” en la que subrayó que «no hay necesidad de temer a Rusia» y que «tenemos otras cosas en qué pensar» que en embarcarse en una guerra en Ucrania. Obama y Tusk llegaron a Elmau exigiendo más sanciones contra Moscú. La idea no les gusta en absoluto a la economía e industria alemanas que están sufriendo enormes pérdidas por estas medidas de castigo, mientras sus competidores salen beneficiados.
El segundo tema a la tarde era el Acuerdo de Libre Comercio entre la UE y EEUU, del que Merkel es partidaria incondicional. Para la noche se dejaron la situación en Oriente medio y el «terrorismo islámico».

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