Hasta ahora, las instituciones comunitarias han sido siempre capaces de superar esas crisis con componendas y buenas dosis de ingeniería jurídica. Todo apunta a que volverán a hacerlo, más con la escasa participación (32%) en esa consulta, además no vinculante.
Pero, paradójicamente, el problema va más allá y apunta a una crisis más profunda y que amenaza con socavar los frágiles cimientos de la UE. Y no solo, que también, porque llega en vísperas del referéndum británico («Brexit»).
La Unión de los mercaderes y de los estados –no de los pueblos– arrastra de antiguo una crisis de legitimidad política.
Además, su grosera injerencia en Ucrania y su apoyo a oligarcas-presidentes con cuentas en Panamá como Poroshenko invitaba a darle un sopapo desde la izquierda en Holanda.
Pero a los votantes de la derecha extrema euroescéptica que han impulsado y decidido el resultado Ucrania les trae al pairo. Corrijo. Les importa que los ucranianos puedan llegar a Occidente a buscar un futuro mejor. Como les enfurecían los planes para acoger a refugiados antes de que la UE les cerrara las puertas en Turquía. Europa está en una encrucijada. Y sigue alimentando a los monstruos que, votación tras votación, acabarán devorándola.