Jamie Cullum y Barron-Holland; ni jazz, ni pop: música
Lleno absoluto en Mendizorrotza con el infalible y exitoso pop-jazz de Jamie Cullum y el concierto del pianista Kenny Barron y el contrabajista Dave Holland, que mantuvieron al público de Cullum embelesado con una sofisticada descarga de swing y tradición. Por la tarde, el pianista Yaron Herman ofreció un aburrido y decepcionante concierto en el Principal.

El debate de si el festival de jazz debe programar jazz está obsoleto, como lo está el debate de si artistas como Jamie Cullum hacen jazz o no. El mundo de la mercadotecnia está muy talludito como para tener que andar con cuidado a la hora de servirse de etiquetas a la hora de vender el producto. Al respecto de la primera cuestión, el festival de jazz, por lo general, programa lo que quiere o, en todo caso, lo que le venden las discográficas y los representantes con una buena cartera de nombres, que tampoco es cuestión de romperse la cabeza cuando está claro que lo que funciona, funciona, y esto no va principalmente de organizar un evento cultural, sino de vender entradas. Y, si alguien vende entradas en un festival de jazz, es Jamie Cullum. Lo que nos lleva a la segunda cuestión: ¿es un artista de jazz? Por supuesto que no, ni falta que le hace. Ir a un concierto de Cullum esperando escuchar jazz es como ir a Arzak para comerse una cheeseburger. O, dicho de otro modo —porque mi intención no es que esto suene peyorativo—, es como ir a Burger King para comerse un filete: no hablo de calidad musical, sino de diferencia de contenido en el producto. Y volviendo a la mercadotecnia, Cullum es un artista de pop —un gran artista de pop, todo hay que decirlo— con trazas de jazz; las suficientes para que quien lo tiene que vender, y quien lo tiene que comprar, pueda hacerlo dentro del ecosistema jazzístico. El tipo es realmente bueno en lo que hace, pero lo que en el mundo del pop sería cola de león, en el del jazz es cabeza de ratón.
Cullum, que protagonizó tres fechas seguidas con diferentes formatos en Jazzaldia de Donostia del año pasado, ejerciendo de embajador de su cincuenta aniversario, volvió el viernes a Gasteiz para celebrar los cuarenta años de su festival. Si bien esta poco sana tendencia de los festivales de jazz de Gasteiz y Donostia a rebotarse los artistas de un año a otro —reduciendo tristemente el abanico de posibilidades para el espectador euskaldun— acaba resultando un tanto cansina, hay que reconocer que, ya superado el complejo de si es jazz o no, un concierto de Cullum con su banda es siempre arrollador.
Esto ocurre, precisamente, porque su show está diseñado desde la óptica pop, donde todo está diseñado para que el público disfrute de un espectáculo variado y cuidadosamente medido, con el objetivo de que resulte imposible desviar la atención de lo que ocurre en el escenario. Y Cullum, como todo gran frontman pop, es un maestro del directo que sabe que, en lo suyo, es tan importante la música como el espectáculo. Para que esa ecuación funcione como le funciona a Cullum hacen falta dos cosas: desde el punto de vista musical, hacerlo realmente bien, y él lo hace; es un vocalista estupendo, un pianista más que correcto y escribe canciones pop suficientemente sofisticadas como para no ser una vulgaridad, y suficientemente digeribles como para gustarle a cualquiera que tenga en los 40 principales su fuente de música habitual. Desde el punto de vista escenográfico, controlar el show y no dar respiro al espectador ni un segundo, cosa que también Cullum domina a la perfección, dando al público espectáculo aeróbico, calidez y sensación de cercanía y, en general, transmitiendo la impresión de que nadie en el mundo puede hacer tan bien como él lo que hace. Y puede que no lo haya, la verdad.
Antes del torbellino Cullum, el escenario de Mendizorrotza acogió una propuesta muy diferente: el delicioso dúo del pianista Kenny Barron y el contrabajista Dave Holland, dos jazzistas magistrales con carreras muy distintas que en 2014 decidieron reencontrarse para grabar un álbum basado en la desnudez del dúo. Hasta ese momento, sus caminos solo se habían cruzado una vez en el estudio, produciendo el mejor álbum de la discografía de Kenny Barron: “Scratch”, grabado en trío junto al genial baterista suizo Daniel Humair en 1985.
Si bien el proyecto en dúo ha perdido cierta frescura respecto a su presentación hace un par de años, estamos ante dos músicos soberbios que en Gasteiz facturaron un concierto impecable, sobreponiéndose a las pésimas condiciones acústicas de Mendizorrotza, que en formatos tan orgánicos como este se hacen aún más evidentes. Con un repertorio basado en algunos de los originales que grabaron para “The Art of Conversation”, más el clásico “Segment” de Charlie Parker y el tema que Thelonious Monk escribió en homenaje a su amigo Bud Powell, “In Walked Bud” (también incluidos en el disco), el momento álgido del concierto llegó, curiosamente, con una electrizante versión de “Pass It On”, tema compuesto por Holland en honor al legendario baterista Ed Blackwell, aparecido originalmente en el disco de mismo nombre grabado por el sexteto de Holland en 2007.
Curiosa elección para el dúo con Barron que, siendo un pianista todoterreno (tal vez el pianista más todoterreno de la historia del jazz), no tiene mucho que ver con la música de Holland en solitario. Sin embargo, tirando del hilo, recordamos que el pianista en la versión original de “Pass It On” era Mulgrew Miller, amigo y compañero de fatigas, instrumento y mucho más de Barron, con lo que podríamos entender la revisitación de este tema como un homenaje al gran Miller, fallecido en 2013 a la temprana edad de 57 años. Fuese o no así, el tema fue la cumbre de un concierto excelente de mano de dos leyendas vivas del jazz, que no es poco.
Por la tarde, el regreso del israelí Yaron Herman al Teatro Principal parecía una apuesta muy interesante: su concierto en trío en 2008 en el mismo auditorio dejó buen sabor de boca y ganas de ver su evolución sobre el escenario. Lamentablemente, el pianista parece haberse domesticado —en el peor de los sentidos— y, lo que era un joven talentoso influenciado por Keith Jarrett y Brad Mehldau, se ha convertido en un cuasi imitador de ambos (del fraseo del primero y la aproximación al piano solo del segundo, concretamente). Herman se mantuvo todo el recital sin afrontar un segundo de riesgo, con piezas que ha tocado mil veces exactamente de la misma forma, incluyendo sus recurrentes versiones de Nirvana (“Heart-Shaped Box”), Leonard Cohen (“Hallelujah”) y Radiohead (“No Surprises”).
Al contrario que Cullum, Herman sí es un músico de jazz. Y en jazz, cuando intentas hacer eso que tan bien funciona en el show de Cullum, es decir, medir lo que va a sonar en el concierto al milímetro, la fastidias.

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