Alberto PRADILLA

El «elefante» de todas las elecciones

Hay un «elefante» en el salón de la campaña y es la disposición de los diferentes partidos a llegar a acuerdos postelectorales. Ocultar las preferencias se ha convertido en una de las obsesiones de los partidos que no quieren mostrar sus cartas ni ubicarse en posición subalterna.

Hay un «elefante» en la habitación de las elecciones y a la mayoría de partidos no suele gustar señalarlo, no vaya a ser que la trompa se vuelva en su contra. Se trata de la disposición a llegar a acuerdos en Lakua, un elemento central en este contexto político fragmentado, pero que los líderes y sus responsables de campaña tratan de esquivar a toda costa. Saber con quién y en qué condiciones está dispuesto a acordar cada formación es una cuestión clave para el votante. Sin embargo, las campañas se centran en el argumentario y el «ya veremos cuando conozcamos el resultado». Se quiere evitar dar aire a sus posibles socios, pero ahora rivales, ubicarse como parte subalterna de un futuro acuerdo o empeñar su palabra sabiendo que es fácil que pueda ser incumplida.

Por desgracia, este no es un fenómeno exclusivo del 25S. Podemos recordar cómo en Nafarroa, en mayo de 2015, hubo formaciones que daban largas y tuvieron a la mayoría social navarra con un nudo en la garganta hasta que finalmente se firmó el acuerdo entre Geroa Bai, EH Bildu, Podemos e Izquierda-Ezkerra. Al sur del Ebro se ha llegado a un punto de perfección sublime: el PSOE ha sido capaz de aguantar no solo la carrera hacia las urnas sino el tortuoso camino de negociación hacia la nada sin bajarse de su cuadratura del círculo (el triple «no» al PP, a Unidos Podemos y a unos terceros comicios). En esta campaña, que ha comenzado a ritmo soporífero, los futuros acuerdos han quedado fuera de la agenda pública. Más aún. Hay formaciones que han convertido en principal línea de actuación atacar a quien, previsiblemente, terminarán sosteniendo en un futuro Ejecutivo, aunque sea desde el exterior.

Son las dos formaciones que están polarizando la carrera hacia las urnas, PNV y EH Bildu, quienes se han mostrado más claras a la hora de exhibir sus preferencias. Los jelkides, apostando por profundizar en su acuerdo con el PSE y jugando a la ambigüedad con la posibilidad de que el PP se convierta en tercera pata, aunque sea solo en la investidura. La coalición independentista, reivindicando un acuerdo de país con los partidarios del derecho a decidir, es decir, PNV y Elkarrekin Podemos.

Por el contrario, son las formaciones que acompañarían a los dos principales partidos en la CAV quienes juegan al despiste. El caso del PSE es paradigmático. El domingo, en Gasteiz, Idoia Mendia lanzó un discurso centrado en atacar al PNV, como si no gobernase con el partido presidido por Andoni Ortuzar en las principales diputaciones y ayuntamientos. «Nos ven como una muleta de los jelkides», admitía la candidata de Ferraz en un reciente reportaje en ‘‘El Mundo’’. Veremos cómo se explican si, tras el 25S, los representantes de Pedro Sánchez terminan abonándose al «donde dije digo, digo Diego» y van del brazo del partido al que se han dedicado a denostar durante toda la campaña.

El caso del PP sigue en la misma línea. Por mucho que desde el Estado se insista en que podría haber un «intercambio de cromos» entre Gasteiz y Madrid tras los comicios de la CAV, en el PNV tienen claro que si en Génova tienen que elegir entre el «malo conocido» jeltzale y una alternativa soberanista no habría debate posible. Y lo harían gratis, por convicción, sin esperar nada a cambio.

Quien lo tiene complicado también para explicarse es Elkarrekin Podemos. En los meses previos a las elecciones se ha especulado con la posibilidad de un eje alternativo junto a EH Bildu, pero conforme se acercan los comicios, sus portavoces se limitan a guardar distancias. No se puede pasar por alto un detalle: si en el Estado se celebrasen terceras elecciones, Pablo Iglesias vería como dificultad añadida justificar un acuerdo con la izquierda soberanista, que sigue criminalizada al sur del Ebro. Así que, aunque la decisión se adopte en Araba, Gipuzkoa y Bizkaia, habrá que ver cómo influirían las reticencias de una dirección estatal que, según sus estatutos, tiene la última palabra a la hora de los pactos.

El «elefante» sigue en el salón de la contienda política y no tiene intención de marcharse. Señalarlo es una obligación que se encontrará con las excusas de quien no las tiene todas consigo y prefiere parapetarse en frases hechas y argumentarios con fecha de caducidad.