
Cosas como la acontecida hoy en la Audiencia Nacional son tan trascendentes que hace falta tomar perspectiva y leerlas con la lupa de la Historia. Ciertamente los tiempos cambian en el mundo, y cada vez más rápido, pero el reloj apenas se mueve en España, patéticamente fosilizada. El pulso catalán ha desnudado al Estado al completo, ha dejado al aire todas sus tripas y sus vergüenzas: no solo son su monarquía autoritaria, su gobierno incapaz o sus tribunales títeres, son también sus izquierdas autocensuradas, sus medios hooligans sin excepción, su inexistente conciencia crítica. Todo ese magma dividido si acaso en dos mitades: la de quienes festejan hoy y siempre la prisión (los del «Viva la muerte» de Millán Astray), y la de quienes hoy se declararán incrédulos pero mañana seguirán alimentando al Minotauro.
Las ganas de unos y las incapacidades de otros hacen que hoy el Govern de Catalunya esté en prisión. Como en 1934. Se dice pronto. Companys y sus compañeros fueron encerrados en el Uruguay, barco-cárcel anclado en el mismo puerto de Barcelona en que ahora hay otro lleno de policías.
Pero la Historia no acabó ahí. Año y medio después, el Front d’Esquerres ganaba las elecciones con 41 de 56 escaños. Lo lideraba ERC, partido de Companys y también de Oriol Junqueras. Las encuestas lo sitúan en cabeza para el 21D; si al final hay lista conjunta, no tendrá rival. Porque España sigue en 1934, pero Catalunya está en 2017.
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