David GOTXIKOA

Relevos generacionales en la era de Youtube

Robert Glasper volvió a Donostia liderando el proyecto R+R=NOW, un rotundo puñetazo en la mesa que demuestra su papel trascendental en el jazz del nuevo milenio. El británico Jacob Collier abrió la cita nocturna en la plaza de la Trinidad con una confusa mezcla de géneros y objetivos.

La gira Ofertorio de Caetano Veloso e hijos tiene algo de recapitulación y entrega de testigo. Como de casta le viene al galgo, a Caetano le ha salido una prole de artistas y, dado que cada vez es más difícil conciliar agendas y juntar a los suyos en una comida familiar, ha preferido ponerle ruedas a la barbacoa y sacarla de gira. Sea como fuere, el espectáculo adopta un formato de reunión informal, para que el público experimente junto a ellos un simulacro más o menos logrado de intimidad.

Como aquel que se cuela en una boda ajena y comparte una alegría que no le pertenece, el viernes por la tarde asistimos a un entrañable desfile de anécdotas y pequeños tributos personales, oficiado con eficacia por un Caetano aún en buena forma.

Ofertorio es una variada selección de composiciones firmadas por todos, arreglada de forma tan modesta como resultona –como única concesión a la vistosidad, el constante intercambio de instrumentos entre Moreno, Tom y Zeca–, pero donde la espontaneidad pareció excesivamente medida: basta echar un vistazo al cedé en directo que recoge esta gira para constatar que apenas hay alteraciones respecto el setlist que presentaron en el Kursaal.

Pero más allá de la autocomplacencia o del tono crepuscular, la sobremesa deparó momentos emotivos y refrescantes –esa delicia titulada “Alexandrino”– que llevaron en volandas a un público entregado de antemano a la seducción brasileira. Para el recuerdo de esta 53ª edición del Jazzaldia donostiarra, una perla que llegó en los bises: “Deusa do amor” en la voz delicada de Moreno. “Todos cantando felices y bien con la vida”. Tal cual.

Una historia que contar

En estos tiempos donde todo nace y muere en Twitter hay una tendencia generalizada por captar nuestro interés mediante el suspense: “Lo que pasó a continuación no lo creerán”. ¿Qué es lo que queda tras la sorpresa inicial? A menudo, nada más que una anécdota. Tal vez el sitio natural donde disfrutar de Jacob Collier sea YouTube o un talent show. Puede resultar sorprendente ver a una sola persona tocando diferentes instrumentos de forma consecutiva y sin ningún acompañamiento, armando –con ayuda de un sampler– el esqueleto melódico y rítmico de una canción. Pero, ¿durante cuánto tiempo?¿Qué carajo significa todo esto? ¿A alguien le importa realmente? En lo que se refiere a la música, el único márketing en el que muchos confiamos desde hace tiempo es el boca-a-oreja. Lo demás, humo de colores.

Jamie Cullum y Jacob Collier comparten iniciales, aspecto aniñado, nacionalidad y mucho morro, pero, aparte de eso, no pueden ser más diferentes. Aquel también aterrizó en los festivales vascos precedido por una ensordecedora fanfarria publicitaria, pero detrás de todo aquello hay un artista capaz de emocionar con la música que lleva dentro. No hay nada malo en recurrir a puntualmente a algunos juegos de manos para atraer la atención del público sobre lo realmente importante: la historia que vas a contar. Pero si no hay historia, no hay música. La escasa música que Collier es capaz de ofrecer no tiene de momento ningún atractivo. Poco más que añadir.

De otra parte, Robert Glasper dirige con pulso firme el proyecto R+R=NOW, un dream team que reúne a algunos de los protagonistas en mayúsculas de ese nuevo jazz que se encuentra más a gusto respirando bajo el apelativo de Great Black Music.

La etiqueta les permite transitar a su antojo –y sin tener que rendir cuentas a nadie, ya que esta amalgama comienza a ser una creación exclusivamente suya– entre el hip-hop, el funk, el jazz modal o la electrónica más libre. Se toman su tiempo para ir sedimentando capas y capas de sonido, con el pulso constante de unos rocosos Derrick Hoge (bajo) y Justin Tyson (batería). Terrace Martin y Taylor McFerrin se parapetan también tras los teclados; cubierto de oro y vestido como una estrella del básket –si revisan viejas fotografías de Freddie Hubbard en los años ochenta se sorprenderán– Christian Scott hace buenas las reiterativas comparaciones con Miles Davis, como un arco tensado en la oscuridad que eleva y resuelve el climax musical. El trompetista atraviesa el momento de madurez apropiado para comenzar a aportar cosas importantes, y a fe que lo hizo en Donostia.

La gloriosa parte final, donde parte del público abandonó apresuradamente la Plaza de la Trinidad con las primer gotas de lluvia, pareció motivar al grupo a elevar todavía más la intensidad. Con Terrace Martin soplando el saxo alto a plena potencia y empujando a Scott a vaciarse a su vez, la atmósfera terminó liberando una tormenta gloriosa de electrones. Camuflado como un espectador más en la oscuridad, Brad Mehldau no perdía detalle.