Maitane Aldanondo

«Tienes miedo de cómo va a salir y a la vez el placer de estar creando algo de la nada»

Lejos de modas y del consumo rápido, Pohorylle es una marca de mochilas artesanales que lleva el sello de sus creadores, Tomás López y Arancha Enríquez. Frente al usar y tirar, apuestan por moda lenta de gran durabilidad. Una apuesta que en el contexto actual ha recibido el apoyo del consumidor.

Arancha Enríquez y Tomás López elaboran las mochilas y bolsos Pohorylle de forma artesanal, como antes, con materiales buenos para que duren.  (Luís CERDEIRA)
Arancha Enríquez y Tomás López elaboran las mochilas y bolsos Pohorylle de forma artesanal, como antes, con materiales buenos para que duren. (Luís CERDEIRA)

Los madrileños Tomás López y Arancha Enríquez están muy vinculados al arte y siempre han sido muy inquietos. Querían hacer algo, pero no acababan de darle forma a su idea, hasta que un día pensaron poner en marcha un negocio vinculado a materiales especiales. En 2015 esta pareja de aficionados al arte y a las cosas bien hechas, creó Pohorylle (apellido real de Gerda Taro, fotógrafa alemana que murió en la Guerra Civil y que junto a su compañero firmaba con el seudónimo Robert Capa).

López aprendió el oficio de la mano de su tío, quien fabricaba bolsos para marcas como Loewe. Durante cuatro años cortó piezas de cuero a mano, «como se hacía antes», y aprendió a coser. Enseñó sus conocimientos a Enríquez, que los asimiló «con mucha cabezonería, pero con rapidez». Los primeros pasos los dieron en un local de Madrid, aunque estaban afincados en Zarautz. La razón es que la emprendedora cursaba el master de fotografía de Photo España y vivía a caballo entre ambos municipios, hasta que a los dos años se decantó por quedarse aquí.

Hace tres años abrieron su tienda-taller en la calle Embeltran de la Parte Vieja donostiarra. Tuvieron que hacer frente a varias dificultades, sobre todo económicas. «Cuando buscas un local en Donostia los requisitos son una locura –apunta Enríquez–, no ayuda a emprender tener que pagar 7.000-8.000 euros para entrar. Es difícil cuando es un negocio pequeño». Se dieron de alta en autónomos y pidieron ayudas para el alquiler así como otras vinculadas a la artesanía. «No es mucho dinero, pero sirvió para empezar el negocio, pagar los primeros meses de alquiler y la compra de materiales». El resto lo obtuvieron de dos préstamos, uno de ellos de la mano de la Fundación Gaztenpresa.

Al aspecto económico se suma la complicación añadida derivada de los materiales que emplean. Les costó encontrar tejidos fabricados en el Estado con las condiciones éticas que querían, ya que la mayoría fabrican en China. A día de hoy han dado con tres o cuatro proveedores que funcionan, aunque algunas cosas las traen de Alemania y Nueva York.

Califican la experiencia de «agridulce». «Cuesta mucho, porque no hay casi ayudas, y eso que en el País Vasco hay más. O tienes un colchón o padres que te ayuden o es complicado». Sin embargo, ve también una parte muy positiva. «Es interesante, te activa. Tienes miedo de cómo va a salir y a la vez el placer de estar creando algo de la nada. Disfrutas mucho del proceso, ves que vas creciendo y no solo económicamente, también personalmente: se te ocurren más cosas, trabajas más rápido, la creatividad va mejor...».

Defender el valor

Siempre les han llamado la atención los negocios pequeñitos y querían mostrar a la gente cómo hacen sus productos: «Como antes, bien, con cuidado, sin prisas, con materiales buenos para que duren». Sus mochilas son piezas atemporales y «heredables», pensadas para que duren muchos años y puedan disfrutarlas también quienes vengan después. Sus clientes suelen ser personas mayores de 30 años, preocupadas por el medioambiente, que aprecian las cosas bien hechas y están dispuestas a pagar un poco más por algo duradero. Así mismo, comprar es una experiencia. Algunos entran a la tienda-taller, compran, y se van; pero otros preguntan sobre el producto, los materiales, la elaboración...

Los dueños de Pohorylle necesitan cerca de tres horas para confeccionar una mochila y reivindican el valor real de cada producto en base a los materiales y el tiempo de trabajo. En el caso de la colección continua Poho, tienen un precio de en torno a los 100 euros; mientras que una pieza única y numerada de la colección 1/1 cuesta el doble, porque parte de materiales que ya no se fabrican o que están disponibles en una cantidad limitada.

Además de en sus dos tiendas, venden online y en otros establecimientos que comparten su filosofía. Así, están presentes en Viena, Munich, Galicia, Zaragoza o Barcelona, lo que les ayuda a hacer marca y «crecer un poquito».

Aunque la Parte Vieja está inusualmente tranquila, en el último año la responsable ha notado mucho el apoyo de la gente local, lo que hace que esté muy contenta y agradecida. «Las personas aquí son más fieles, si dan con algo bueno quieren mantenerlo. Es obvio que algo estaremos haciendo bien, hay gente que nos ha comprado ocho mochilas. Se agradece mucho».

A pesar de la delicada situación económica provocada por la pandemia y de que la gente tiene miedo, Enríquez cree que es un buen momento para emprender, «para esa gente que siempre ha tenido ese sueño. Si tiene un pelín de respaldo económico... Tampoco hay que tener tanto, al final, las cosas salen luchando y haciendo un buen trabajo. Solo tienes que ser muy constante, creer mucho en lo que estás haciendo y tener paciencia. El principio es duro».