Mikel Chamizo

Un concierto de clausura como mandan los cánones

Budapest Festival Orchestra, en Donostia. (Andoni CANELLADA / FOKU)
Budapest Festival Orchestra, en Donostia. (Andoni CANELLADA / FOKU)

La 82 Quincena Musical se cerró anoche con un concierto muy adecuado para clausurarla. No es que la Budapest Festival Orchestra sea una desconocida en Donostia, puesto que ha actuado en Quincena en 2009, 2011, 2014, 2016 y 2018, pero sus visitas a la ciudad tienen siempre el aura de las ocasiones excepcionales, algo que un buen festival debería atesorar -sin que esto implique descuidar a los músicos de la tierra, que le han salvado la papeleta a la Quincena en estas dos últimas ediciones pandémicas-. Pero tras haber escuchado este verano a cuatro orquestas vascas y españolas, apetecía encontrarse con esta magnífica orquesta húngara, considerada una de las mejores de Europa e incluso del mundo -la revista Gramophone, al menos, la metió hace unos años en su top ten mundial-.  

El programa estuvo dividido en dos partes: comenzó con música francesa de las primeras décadas del siglo XX y dio luego un giro hacia música húngara de corte festivo. Ambas partes, cada una a su manera, resultaron muy atractivas. Comenzaron la actuación con ‘Le boeuf sur le toit’ (El buey sobre el tejado), una alocada pieza que Darius Milhaud compuso recopilando melodías y ritmos suramericanos y que Jean Cocteau transformó en una pantomima aún más loca por la que pasan boxeadores, enanos, mujeres barbudas y corredores de apuestas. Es un pieza paradigmática del ambiente artístico en el que se desenvolvió el grupo parisino de Les Six, pero más allá de sus excentricidades se trata de una composición muy sólida que se merece una escucha como la que le brindó Ivan Fischer. El director húngaro diseccionó y sacó a la luz el trasfondo modernista de disonancias, armonías descolocadas y contrapuntos politonales que forman el armazón de la que, a primera vista, parece poco más que una sucesión despreocupada y un tanto caótica de tonadillas populares.   

Llegó después el maravilloso ‘Concierto en sol’ de Ravel, que tantas veces hemos escuchado por aquí interpretado tanto por pianistas extranjeros como vascos -Marta Zabaleta o Joaquín Achúcarro son grandes especialistas de la partitura-. Esta vez estuvo en manos de Dejan Lazic, un pianista croata que lleva años moviéndose en el circuito internacional pero nunca ha terminado de dar la campanada. Debutaba en la Quincena y la sorpresa fue estupenda: hizo un Ravel magnífico, perfectamente equilibrado entre la integración del piano con la orquesta para extraer toda la magia del mundo tímbrico raveliano, y una musicalidad declamatoria y francamente interesante en los momentos que Ravel reserva para la expresión personal del solista. En el apartado orquestal, los vientos de la orquesta húngara realizaron sus habituales filigranas y el resultado fue un ‘Concierto en sol’ preciosista, aunque con el impulso característico que imprime Fischer a todo lo que dirige.     

Tras dos breves páginas de Satie, la velada terminó con las ‘Danzas de Galanta’ de Zoltán Kodály, una creación basada en música popular romaní que aquí puede resultarnos un tanto lejana, pero que en Hungría es todo un clásico del repertorio. Los músicos de la Budapest Festival Orchestra se dejaron la piel interpretando los ritmos incisivos y las melodías ornamentadas y de carácter improvisto que son tan características de estas músicas, así que la energía que desprendía el escenario terminó arrastrando al público en un punto y final a la Quincena festivo y satisfactorio.