«La reacción político-identitaria viene porque sienten que pierden el relato de la conquista»
Con sus libros, Peio Monteano ha contribuido decisivamente a la difusión de lo sucedido durante la conquista de Nafarroa en el siglo XVI. Junto a otros historiadores, está recordando unos acontecimientos de los que se cumplen 500 años y que generan en el presente una batalla por el relato.

En una tarde con un sol de justicia, pero a la sombra del Archivo General de Nafarroa donde trabaja, el historiador Peio Monteano analiza con el rigor científico que impregnan sus obras cómo se están viviendo en Nafarroa los sucesivos aniversarios relacionados con los 500 años de la conquista del viejo reino pirenaico y el eco, en forma de batalla del relato, que generan en un presente que tiene muy en cuenta cómo está influido y marcado por el pasado.
Desde 2012, el 500 aniversario de acontecimientos relevantes relacionados con la conquista de Nafarroa ha puesto el foco en ese período decisivo de nuestra historia. ¿Cómo le parece que está siendo ese recordatorio desde los movimientos ciudadanos? ¿Se está haciendo un buen trabajo de difusión?
Noto el impacto de la pandemia. Con el caso de 1521, nos ha pillado saliendo de ella de una manera lenta y creo que el recuerdo no hubiera sido así en otras circunstancias. Se ha notado que no se puede organizar todo como se quiere. Además, está la circunstancia de que lo sucedido en 1521 es, hasta cierto punto, una novedad, porque no se recordaba con tanta fuerza como 1512, que es la fecha de los libros, hasta de los franquistas, que tenían la línea de que ese año Navarra se unió a Castilla.
La rememoración de 1521 es interesante porque demuestra que la conquista fue un proceso muy largo, que hubo cambios en los protagonistas pero el problema de fondo persistió con otra generación y tampoco quedó definitivamente cerrado, frente a lo que reflejaba una visión muy particular de la conquista, que casi la pone como un abrazo al duque de Alba cuando llegó. Se está viendo lo complejo que fue.
Mi impresión es que, como tema, la conquista es una patata caliente para un sector historiográfico, también para un sector de la opinión política de Navarra. Y que existe un ansia por conocer los hechos, pero sobre todo por manifestar los sentimientos que provocan esos hechos en el presente en otro sector de la sociedad navarra, que es más ávido por querer superar ese relato simplista, tantas veces repetido y muy poco renovado que hemos heredado del siglo XX. Aunque no hay nada nuevo bajo el sol y la misma ansia se pudo ver a comienzos del siglo XX, cuando se recupera el 400 aniversario y hay un repensar sobre qué ocurrió en Navarra a comienzos del siglo XVI y su cambio de estatus político.
En estos nueve años se han sucedido los trabajos históricos que rescatan ese decisivo período para el gran público desde la óptica más navarra y alejada de lo sostenido durante tanto tiempo. ¿Cómo califica esos estudios y le parece que están calando entre la ciudadanía?
Ha habido unos intentos de divulgación de lo que se ha investigado. Conocemos mucho mejor la conquista de lo que se conocía hace cien años, doscientos, trescientos… porque se ha hecho una labor de investigación con unas nuevas tendencias historiográficas, no fijándose exclusivamente en la historia político-militar, aunque sigue primando.
Pero la renovación ha venido de uno solo de los polos interpretativos, la otra parte ha seguido con la inercia. Ha sido más ‘una respuesta a’ y se planteaba un poco a dos niveles. Hay unas investigaciones, entre ellas las mías, que han indagado más en qué ocurrió sobre todo a nivel popular, algo que no siempre es fácil, porque los historiadores evidentemente no fuimos testigos presenciales y tenemos que trabajar con lo que quedó en testimonios escritos. Pero por el otro lado, en mi opinión, han seguido manteniendo unos estudios un poco institucionales, de superestructura, que no están de sobra, pero que se quedan en una visión muy coja.
Es verdad que resulta difícil saber cómo se vivió el proceso de la conquista y qué consecuencias tuvo en las masas populares. Era una sociedad muy distinta a la nuestra y lo que podríamos entender como política se vivía de una forma completamente diferente. Hay una serie de investigaciones que no se han llevado a cabo todavía sobre cómo lo vivió la mayoría de la población.
Una consecuencia de esa difusión podría ser que la derecha navarra parece haber asumido el término conquista frente al tradicional de incorporación. ¿Pero esa aceptación va más allá de las palabras?
A veces parece que más que el conocimiento del pasado tenga influencia en el presente, ocurre exactamente lo contrario, que es nuestro presente el que está cambiando completamente el cristal por el que cribamos los hechos del pasado.
Sobre la conquista, son curiosos esos recelos más propios del nacionalismo español del siglo XIX, porque antes se hablaba abiertamente de conquista. En todos los documentos que veo, nadie discute que fue una conquista y, si se estudian los hechos objetivamente, son muy claros. La anexión, la incorporación... son palabras jurídicas que son la consecuencia de una conquista y ocupación militar; lo uno no quita lo otro. Llama la atención porque el término conquista y el hecho de que fue un acontecimiento violento y una imposición militar, con todos los matices que se quiera, estaba claro.
Creo que sí que se ha terminado por aceptar el término conquista, aunque es verdad que, precisamente por ese mismo cristal ideológico con el que se mira el pasado, se dice que la oposición fue solo de una parte, que el reino estaba patas arriba, que era lo mejor que podía ocurrir… Es decir, más que explicar la conquista, se justifica. El sustrato ideológico de la interpretación de la conquista aún persiste, aunque es verdad que se van asimilando hechos que, por otra parte, son difíciles de contradecir, como el militar.
A nivel popular, está bastante asumido el tema de la conquista. La gente conoce mejor el fenómeno de la Navarra del siglo XVI. No ve a Navarra en el descubrimiento de América y cuando el conquistador español Hernán Cortés está entrando en México acaba de ocurrir la batalla de Noain. Eso a la gente le ha chocado, porque le ha dado la idea de que la historia que nos han contado no es lo que pasó y eso tiene el efecto positivo de suscitar cierta curiosidad.

¿Qué afirmaciones sobre la conquista provenientes del ámbito académico de la derecha le han producido más sorpresa o incluso indignación?
Indignar no, pero sí que molesta cómo cosas que ya se han probado que no fueron así, que son errores históricos, muchos transmitidos carentes de cualquier crítica documental, se repitan. Hay documentos de época a los que sometemos a crítica documental, qué conocimiento tiene la persona sobre lo ocurrido y qué interés puede tener en distorsionarlo, y vemos que las cosas no fueron así. Me sorprende el apego a marchamos históricos que está demostrado que no fueron así.
¿Jaime Ignacio Del Burgo parece que vuelve a asumir su particular papel de ‘salvador de la historia navarra’ ofreciendo su visión de lo ocurrido hace 500 años?
Reacciones como esas son las de gente, con un sector de la población navarra, que ve que, y utilizo palabras suyas, está perdiendo la batalla del relato. Hubo una batalla de Noain y hay una batalla del relato de Noain, por ejemplo. En ese sentido, en mi opinión, es un relato carente de renovación, ya que siguen y vuelven sobre los mismos temas y parecen impermeables a los hallazgos documentales. Unos hallazgos sorprendentes en muchos casos, tal vez por haber roto un poco el cascarón de recurrir siempre a las mismas fuentes o la transmisión de las fuentes. Porque muchas veces se repite lo que escribió alguien en el siglo XVIII y no se pregunta cómo lo sabía o dónde lo leyó. Veo que ha habido una reacción con una motivación fundamentalmente político-identitaria que ha salido a responder a lo que ellos entienden que es una pérdida del relato.
Profundizando en esa idea, ¿le resulta sorprendente que hechos ocurridos hace cinco siglos puedan despertar debates en la Nafarroa del siglo XXI, que se produzca esa batalla por el relato de la conquista?
Es que la historia no es una ciencia neutra. Cuando comento en EEUU que escribo sobre la conquista de Navarra porque hay mucho interés y que es una cuestión no carente de polémica en la sociedad vasca del momento, me suelen preguntar: «¿Pero cuándo ocurrió eso?». Y cuando les respondo que estamos recordando el quinientos aniversario, me dicen: «¿Y aún estáis discutiendo sobre eso?».
Para un americano igual es más difícil de entender, porque es un país relativamente joven, pero la sociedad navarra siempre ha sido muy historicista, medievalista, porque a partir del final del Medievo empezaban las broncas. Es verdad que estamos en un terreno que siempre suscitó polémica. Por ejemplo, el monumento a Amaiur lo destruyó una bomba en 1931. No es algo de este momento.
Y es verdad que la historia es uno de los conformadores más grandes de la identidad, una historia compartida. También es verdad que es una historia desde el presente, porque no nos interesa todo lo que ocurrió, a cada generación le interesa determinados aspectos de lo que sucedió. Y con todo eso, más que forjarnos un conocimiento del pasado desapasionado, tenemos un conocimiento apasionado, porque vemos que ese pasado ha influido en nuestro presente y nos preguntamos desde el presente cómo hemos llegado aquí y no a otros sitios. En su día se abandonaron unos caminos y ahora se pueden retomar caminos que se abandonaron. Y se suscitan las distintas opiniones, porque ni hoy todos queremos llegar al mismo sitio.
En este terreno de la batalla del relato histórico, ¿somos muy diferentes respecto a otras sociedades?
No. El debate suele plantearse entre una interpretación asentada, divulgada, soportada por el sistema educativo, porque los estados siempre han tenido mucho interés en controlar el sistema educativo, ya que es poner el cristal por el que los ciudadanos van a ver, por ejemplo, su pasado.
No hay más que ver Francia, qué historiografía tiene y cómo las tendencias que buscan rebatir determinados aspectos no son aceptadas, porque hay una interpretación de Estado conformada a lo largo de mucho tiempo para que los ciudadanos vean el presente nacional como el único, e incluso deseable, final al que se podía haber llegado. Y cuando salen interpretaciones que hacen otra lectura de la historia, son miradas con hostilidad.
Así que, hasta cierto punto, el debate es natural y está presente en todos los países. La historia se escribe en marcos nacionales que pueden ser completamente artificiales, como hablar de la prehistoria de España. ¿Pero tenían algo en común los neanderthales de Gibraltar con el ámbito pirenaico? Se fuerza y es lógico que haya debates sobre el marco interpretativo.

¿Resulta complicado ser un historiador riguroso y científico en un ambiente tan polarizado?
Como casi todos los que trabajan en humanidades, los historiadores no pueden pretender la objetividad absoluta. Lo que tenemos que pedir es un esfuerzo de honestidad intelectual. Es decir, esto es lo que a mí me habría gustado que pasara, pero esto no pasó o no veo que pasara. Sobre la polarización, esta influye porque a veces pienso «¡cómo va a caer esto!».
En mi caso, tengo muy clara la idea de lo que quiero para el presente, pero eso no me lleva a distorsionar el pasado. Y, por supuesto, no todos podemos tener la misma sensibilidad hacia los hechos del pasado, ya que ni siquiera nos llama la atención la investigación de los mismos hechos. Te condiciona todo y el ambiente también, porque sabes que vas a estar vetado en determinados ámbitos y que te van a reprochar una y mil veces el uso de los adjetivos… Pero nuestra labor como historiadores es explicar cómo hemos llegado hasta aquí, y no justificarlo.
¿Todavía queda mucho por saber sobre lo sucedido durante la conquista?
Hemos encontrado muchísimas cosas. Si algún ámbito me ha sorprendido ha sido el francés. Tal vez por nuestra formación, tenemos una gran ignorancia del mundo francés, que tanta influencia tuvo en Navarra. De hecho, no se puede entender Navarra sin la gran influencia francesa. Francia tuvo un gran papel en la guerra de Navarra, que en gran parte fue un conflicto internacional, y hemos encontrado muchas cosas. Siempre habíamos pensado que, a raíz de la Revolución francesa, se había destruido mucha documentación, pero no es así.
También el Archivo de Simancas y el Archivo de Navarra son una mina, aunque a otro nivel, porque aquí todo está mucho más escondido. Si algo no hicieron los perdedores fue alardear de haber estado en ese bando y menos los nobles, que la mayoría de ellos, y sobre todo sus descendientes, hicieron grandes esfuerzos por montarse en el barco ganador. Además, a raíz del perdón de Hondarribia, se ordenó destruir los procesos realizados a la disidencia y ahí hubiéramos podido encontrar lo que decían de ella sus enemigos.
Pero sí es verdad que surgen los hallazgos en los rincones más recónditos. Ahora mi línea de investigación se centra en indagar en los procesos judiciales de los años 1520-1530 de Navarra, porque en esa época hay una tendencia a desacreditar testigos acusándoles sobre hechos del pasado reciente de la guerra. Y así nos enteramos de lo que ocurre a nivel popular.
Con todo, en el tema de la conquista nos falta saber qué ocurre durante la guerra civil previa. No podemos interpretar a los navarros en la conquista sin saber qué ha pasado en los cincuenta años previos, porque marcan muchísimo las posiciones. Sobre todo entre la nobleza y las élites locales, tendremos que entender qué ha hecho que los ‘buenos’ de 1451 son los ‘malos’ de 1512 y viceversa. Hay que ver qué hay detrás de todo eso, si hay proyectos políticos distintos, egoísmos personales, economía, odios de linajes… Porque es una sociedad muy distinta: no hay ciudadanos, hay súbditos; y no hay soldados, hay guerreros. Y eso cambia mucho más allá de las palabras.

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