Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional

Tras su pensamiento y su voluntad de poder, Xi sella su historia en el PCCh

Hace cinco años, el líder chino logró que el PCCh asumiera su pensamiento. Hace tres, que eliminara el límite de edad y le permita un tercer mandato presidencial unipersonal. Ahora, el secretario general ha inscrito su revisión en la historia del partido. Tras Mao y por delante de Deng Xiaoping.

El líder chino saluda en la parada militar en Tiananmen en el 70 niversario de la fundación de la República Popular.(GREG BAKER-AFP)
El líder chino saluda en la parada militar en Tiananmen en el 70 niversario de la fundación de la República Popular.(GREG BAKER-AFP)

El Sexto plenario del Comité Central del XIX Congreso del Partido Comunista chino (PCCh), reunido durante cuatro días a puerta cerrada en un hotel militar de Pekín, ha aprobado esta semana una «Resolución sobre los grandes logros y la experiencia histórica del partido en el último siglo».

Presentada por su secretario general, Xi Jinping, consagra al también presidente chino como una de las tres figuras más importantes del partido y allana el camino para que encare, en el XX Congreso de octubre de 2022, por lo menos un tercer mandato al frente del «Imperio del Centro».

No estamos ante una cuestión menor. Solo en dos anteriores ocasiones el PCCh, que este año ha cumplido cien años, ha aprobado resoluciones o revisiones de su historia, la primera en 1945, y que consagró el liderazgo absoluto de Mao Zedong.

En plena guerra civil con los nacionalistas de derechas de Chiang Kai Shek (el movimiento Kuomintang), el que sería bautizado como el «Gran Timonel» marcaba su impronta omnímoda en el partido cuatro años antes de la victoria de la guerrilla comunista y la proclamación de la República Popular China, en 1949.

La segunda revisión histórica fue promovida en 1981 por Deng Xiaoping, el «Pequeño Timonel», artífice del proceso de reforma y apertura económica, e incluyó una crítica a los excesos del maoísmo, ejemplificados en el Gran Salto Adelante, un proceso de colectivización y expropiación agraria que, en aras a la acumulación originaria de capital para impulsar el crecimiento, provocó millones de muertos; y en la Revolución Cultural, movimiento mesiánico de pureza ideológica y sectaria que se convirtió en una purga general, una de cuyas decenas de miles de víctimas fue el propio Deng.

Resulta como poco curioso, a ojos occidentales, que los máximos líderes de un país impongan, cada cierto tiempo, revisiones de su pasado para fortalecer sus posiciones en el presente y en el futuro. En el caso que nos ocupa hay que tener, en cuenta, por un lado, la importancia de la historia en un país milenario como China –4.000 años de civilización– y la práctica habitual de sus dirigentes –no exclusiva a ellos pero históricamente acentuada– a utilizarla para legitimar el poder.

A ello se suma la tendencia, también histórica, del comunismo y de sus líderes, para escribir –o reescribir– la historia, lo que incluye en su caso borrar la memoria de pasajes y personajes incómodos. El propio Stalin, con su manipulación –desaparición– de las fotos de los que años después serían purgados y ejecutados dirigentes del PCUS portando el féretro de Lenin (Kamenev, Zinoviev, Trotski…), es considerado el padre del fotoshop.

A instancias de Xi, los 350 miembros del Comité Central han aprobado con una sola voz que el PPCh ha escrito «la epopeya más magnífica de la historia de la nación de china de los últimos milenios». Hasta ahí una autoglorificación esperada por el partido único.

Pero la resolución constata que, tras la llegada al poder de Xi en el XVIII Congreso de 2012 «el socialismo con características chinas ha entrado en una nueva era». Este mantra es la base del llamado «pensamiento político» del actual líder chino.

La resolución va más allá y afirma que su pensamiento «es la quintaesencia de la cultura y el alma chinas», e insta al «Partido, al Ejército y al Pueblo a unirse en torno al Comité Central, en el que Xi Jinping es su corazón».

Y es que Xi no solo ha logrado incluir su propia revisión en la historia del partido, sino que logró en 2017 que su «pensamiento político» fuera inscrito en los estatutos del PCCh y en la Constitución, lo que le equipara únicamente a Mao (1949-1976).

Deng Xiaoping, que apostó por un liderazgo colectivo para evitar los excesos del maoísmo, solo logró que su aportación tuviera el rango de «teoría», término de menor nivel.

En el comunicado oficial de la resolución, Deng es nombrado cinco veces, Mao en siete ocasiones y Xi ¡en 17!

Los medios oficiales promocionan una secuencia en la que Mao pasa a la historia como el líder que alzó a China, Deng como el que la hizo rica y Xi como el que la hizo, y la hará, fuerte.

No son estos los dos únicos hitos de Xi, quien en 1918 logró que se reformara la Constitución para eliminar el límite de dos mandatos presidenciales –y eso que cumplió en junio 68 años, hasta ahora la edad límite tradicionalmente impuesta a los dirigentes chinos–, y acabó con el liderazgo colectivo promovido por Deng precisamente para evitar los excesos del maoísmo.

Xi ha ido cimentando su base política tratando sin contemplación alguna a hipotéticos y reales adversarios –entre ellos el neomaoísta Bo Xilai, que purga desde 2013 una pena de cárcel de por vida–, y fomentando un culto a la personalidad que no tiene precedentes desde los tiempos de Mao.

Retratado en los nuevos hogares de los aldeanos desplazados a las ciudades dentro del programa de alivio de la pobreza –uno de sus proyectos estrella–, proyectado en gigantescas pantallas sobre las calles de las grandes ciudades, protagonista de todas las noticias de portada del oficial «Diario Del Pueblo», loado en inspecciones provinciales en la que es agasajado con bailes tradicionales... su presencia es hoy omnipresente.

También como salvador del pueblo tras el estallido de la epidemia en la ciudad central de Wuhan, que el año pasado inauguró una exposición sobre «los logros del Partido para doblegar la pandemia» y en la que sobresalían alocuciones, instrucciones y fotografías de Xi para resaltar «su decisiva aportación».

Su busto igualmente asoma entre los de Mao en los remotos enclaves revolucionarios que reciben a miles de turistas cada año, y su ideología ya forma también parte de los libros de texto que deben estudiarse en escuelas y universidades de todo el país.

Los funcionarios del PCCh tienen que leer sus discursos y estudiar su programa político que, de acuerdo con la propaganda oficial, ha conseguido limpiar al partido de la corrupción y ensamblarlo para alcanzar «el sueño del rejuvenecimiento de China» y «la readaptación del marxismo» al contexto chino contemporáneo.

Pero, ¿cómo ha llegado hasta aquí?

Xi era un «príncipe rojo», término con el que se designa a los vástagos de los altos dirigentes del partido. Su padre fue Xi Zhongxun, uno de los fundadores de la guerrilla comunista y en su día viceprimer ministro de China purgado por Mao y rehabilitado por Deng tras la «Revolución Cultural».

El experto gallego sobre China Xulio Ríos asegura a Efe que en noviembre de 2011 fue escogido por las élites por su pragmatismo y su capacidad para complacer a las diferentes familias que conformaban el partido.

«El PCCh llegó a la conclusión de que la reforma china transitaba por una fase de ‘aguas profundas’ y que era necesario un liderazgo fuerte. No podía haber titubeos al respecto, ni sobre la concepción vertical del poder que, según el mantra de la China milenaria, no se debe compartir más de lo necesario», añade Ríos.

El director del Observatorio de Política China concede que «figuras como la de Jiang Zemin (presidente entre 1993 y 2003) aún poseen una influencia significativa», pero lejos del aura de Xi

No obstante, recuerda que «un tercer mandato de Xi supone quebrar un mando más colegiado en el seno del Partido», por lo que ha habido ciertas «reservas» a este cambio, y de ahí algunas de las purgas más recientes, como la del exviceministro de seguridad pública, Sun Lijun, expulsado del partido en octubre y que se enfrentará a juicio por corrupción.

Ríos constata, finalmente, que si Xi aspira a convertirse en «la figura más prominente de la China del siglo del XXI», no solo es porque ha fomentado el culto a su personalidad sino «porque ha sabido imbricar su impronta en todas las capas de la sociedad».

Pese a ello, advierte de que, «si aspira a no solo un tercer mandato sino a más incluso (2035), complicaría un escenario que Deng sí había abordado: el de su sucesión». Ahí residen precisamente los problemas que afronta Xi. Jean-Pierre Cabestan, de la Universidad baptista de Hong Kong, coincide en que el líder chino tratará de aquí al XX Congreso de octubre de 2022 de insistir en su resolución histórica para conjurar la oposición interna a su tercer mandato.

Según esta tesis, la posición de Xi no estaría tan cimentada como se hace creer. Ello explicaría la decisión de no remover el pasado, tal y como hizo Deng en su revisión de 1981.

De ahí que el plenario del Comité Central no haya ido tan lejos como pretendía el líder chino y no ha incluido en su revisión las cuatro palabras mágicas, las de Xi como «dirigente de por vida», lo que sí logró Mao, en el poder hasta su muerte en 1976.