Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

Es duro ser una actriz

Uno de los graves problemas a los que se enfrentan las actrices en su profesión es el de la edad, porque tienen que seguir trabajando cuando otras mujeres ya se jubilan, y cuando la madurez asoma a sus rostros el repertorio de papeles se va limitando cada vez más y más. A esto hay que añadir la urgencia de la visibilidad, debido a que es necesario mostrarse mediáticamente para que el público no te olvide, incluso participando en el reality televisivo de turno si hace falta. No sé qué precio le ha tocado pagar a Verónica Forqué dentro de una maquinaria tan exigente y voraz, pero está claro que su última actuación no fue la esperada, ni tampoco la que toda dama del escenario sueña para su adiós.

La presión sicológica a la que está sometida una actriz en su trabajo de desdoblamiento, fingiendo ser lo que no se es por exigencias del guion, lleva a una complicada relación intima entre la persona y el personaje. Por eso hace mal la prensa de opinión en entrar a juzgar cuál era el problema real de la buena de Verónica, que ha acabado pagando los platos rotos, por citar el título de su serie de televisión más emblemática, bajo la dirección de su gran amigo Joaquín Oristrell. La marcha de las que se van a causa de una dolencia física suele ser respetada, pero si se trata de la salud mental la cosa cambia, y se hace del tabú y de la falta de diagnóstico médico una hoguera de las vanidades.