Beñat Zaldua
Edukien erredakzio burua / jefe de redacción de contenidos

2022: Acabe o no la pandemia, abordar sus consecuencias no puede esperar

2021, el año en que debía finalizar la pandemia, acaba con la ola más salvaje en cuanto a número de casos. Las vacunas y las nuevas variantes están cambiando las reglas del juego de un modo aún incierto. Pero ocurra lo que ocurra, las consecuencias están aquí. Hay que abordarlas sin demora.

Centro de vacunación puesto en marcha esta semana en Medellín, Colombia.
Centro de vacunación puesto en marcha esta semana en Medellín, Colombia. (Joaquín SARMIENTO | AFP)

Hace ya tres años que el SARS-CoV-2 irrumpió en nuestras vidas, y la pregunta goza de un consenso inusual en estos tiempos: ¿Cuándo se acaba esto? El problema es que no hay respuesta. «No hay dos pandemias iguales», advierte Anton Erkoreka, médico, historiador y director del Museo Vasco de la Historia de la Medicina.

Eso no significa que la historia no sirva de nada: «Las pandemias víricas de los últimos 130 años, como la gripe española o la gripe rusa, han durado entre dos y tres años, y han acabado evolucionando en formas de gripe leves, de presentación estacional con las que ya hemos aprendido a convivir». He aquí una hoja de ruta, un recorrido posible al que aferrarse. Pero con tiento. Erkoreka señala que, atendiendo a la historia, «esta ola invernal era previsible» y que «antes del verano puede haber otra ola que esperemos sea menos virulenta». Es un bien escaso, y quizá hay que introducir cartillas de racionamiento, pero 2022 va a seguir requiriendo grandes dosis de paciencia.

También de esto da lecciones la historia. Como en todas las pandemias largas, «la sociedad se cansa de mantener la atención y de llevar cuidado», señala Erkoreka, que confía en que la pandemia «terminará dentro de este tercer año», lo que desembocará en un escenario de convivencia con un virus «más sosegado». «Como lo hemos hecho en la historia con otros muchos microorganismos» concluye.

¿Hacia la cronificación?

La clave, apunta Erkoreka, se encuentra en una transición que él ha investigado a fondo en el caso de la gripe: «Las gripes pandémicas, muy graves –como la de 1918 o la de 1957–, se continúan con las gripes estacionales, como si hubiera una continuidad entre ellas». La gente, al final, les va quitando hierro hasta considerar «la gripe como una enfermedad benigna». He ahí el escenario posible, señala Erkoreka: «el coronavirus se va a cronificar y vamos a tener que vivir con él los próximos años».

Es lo que ha ocurrido con otros coronavirus que producen catarros leves. Uno de ellos fue objeto de investigación en Inglaterra a finales de los años 80. En un experimento que pasó sin pena ni gloria, rociaron con coronavirus 229E las narices de 15 voluntarios. Diez se infectaron, y ocho de ellos desarrollaron los síntomas de un catarro. Un año más tarde, repitieron la operación. Los cinco que no se infectaron en la primera ronda, sí se contagiaron esta vez, y de los diez que se infectaron anteriormente, seis volvieron a contagiarse, pero nadie desarrollo ningún proceso catarral.

El experimento dejaba entrever que las reinfecciones son habituales al menos con este coronavirus, pero que los anticuerpos presentes hacían el contagio más leve.

¿Hacia allí vamos? Puede ser, así lo indican los modelos matemáticos, señala Eli Arrese, microbióloga de la UPV-EHU, que sin embargo se mantiene cauta: «Veremos qué ocurre».

Arrese también aclara un término que genera cierta confusión: «Endémico no quiere decir leve». «Las infecciones endémicas pueden ser también graves, como el dengue, las fiebres tifoideas o el paludismo. No es más leve, nos informa de que los casos que aparecen se circunscriben a una zona concreta», apunta. Es decir, la característica endémica nos habla de geografía, no de la gravedad, y en casos de virus respiratorios como el SARS-CoV-2, en un mundo globalizado, el paso del carácter endémico al pandémico puede ser un suspiro. Llevamos dos años comprobándolo.

La vacunación global, primordial

Las nuevas cepas, además, favorecen esa propagación. Arrese no considera que este coronavirus sea especialmente cambiante –la gripe y el VIH lo son más–. Es la gran cantidad de contagios, señala la microbióloga, la que «da más oportunidades de mutar» al virus.

El remedio, parcial, es fácil de identificar: el reparto equitativo de las vacunas. «No tiene sentido; aunque estemos vacunados con varias dosis, si el virus se reproduce en otros países, sufrirá mutaciones y surgirán nuevas cepas; nuestras vacunas no servirán y habría que producir otra vacuna más eficaz… y así esto no acabará nunca».

Maíra Aguiar, bióloga y matemática, es directora del grupo de investigación Mathematical and Theoretical Biology del Basque Center for Applied Mathematics (BCAM), y coincide con Arrese al ser preguntada sobre qué condicionará el curso del año 2022: «Debemos actuar de manera responsable para evitar la diseminación del virus y enfocarnos en una distribución global equitativa de las vacunas».

Aguiar considera lógico que los casos disminuyan conforme pase el invierno, pero señala que «es difícil predecir dadas todas las incertidumbres sobre las nuevas variantes y la eficacia de las vacunas». Son dos de las variables que incluyen los modelos matemáticos que han elaborado a petición de Lakua. Actualmente, el modelo incluye varias variables, tanto en cuanto a las características de las vacunas –si frena la transmisión, o si evita la enfermedad grave pero no la transmisión–, como al papel de los asintomáticos en la transmisión –en qué medida propagan la infección, algo que no está claro en detalle–.

«Modelizando todas las variables, observamos que la tasa de hospitalización se reduce en todos los casos cuando la cobertura de vacunación es significativamente alta», señala, pero añade: «Si la vacuna no tiene capacidad para interrumpir la transmisión, el número de infectados, lejos de disminuir, aumenta en el caso de que los asintomáticos transmitan más que los sintomáticos». No por sus características intrínsecas, sino porque pueden no estar aislados.

«El número de hospitalizaciones aumentará cuando las personas no vacunadas o cualquier otro grupo de riesgo adquieran la infección», concluye. Es exactamente lo que está ocurriendo.

Resetear la Atención Primaria

¿Podía preverse la saturación actual en la atención primaria? Aguiar es clara: «Nuestros modelos pueden predecir el número de infecciones, graves o leves. Las predicciones sobre la enfermedad grave pueden anticipar la ocupación hospitalaria, y las predicciones sobre infecciones leves o asintomáticas podrían orientar a la atención primaria».

No renovar a 4.000 sanitarios en octubre advierte ya de la poca previsión con la que, en este caso Lakua, afrontaba este invierno. Esa cifra nos habla también de una de las grandes fallas de la respuesta a la pandemia: ha sido meramente coyuntural, no se ha aprovechado para reparar carencias que venían de lejos. En el fondo del colapso actual no está la gente, ni los profesionales, ni siquiera el covid-19, está una prolongada y a menudo premeditada devaluación del sistema público de salud.

Ángela Fuentes Campos, médico de familia y portavoz de la asociación Osatzen, así lo suscribe: «Se puso un parche coyuntural, pero no ha habido cambios en nada que resuelva el problema que ya teníamos en Atención Primaria». «El personal está muy agotado, desencantado, frustrado», apunta Fuentes, que intuye que la gente también lo está: «La población está incrementando la contratación de seguros privados, lo que pone de manifiesto que la atención que recibe no es la atención de calidad que necesita».

A corto plazo, Fuentes –que contesta a las preguntas de GARA el día antes de que se anuncien los nuevos protocolos– considera que las características actuales de la pandemia «no justifican una atención sanitaria en Atención Primaria tan importante».

«La pregunta, compleja, es hacia dónde hay que destinar los recursos, porque si realmente se comprueba que tener el covid ahora mismo no te va a generar la saturación hospitalaria de antes, ¿por qué se tiene que saturar la Atención Primaria? ¿En qué momento vamos a dejar de tener tantos recursos destinados a algo que, realmente, no está produciendo ahora mismo consecuencias tan graves en la salud de la población? En algún momento hay que dar ese salto, no sé cuando».

A medio plazo, Fuentes eleva la mirada y resume: «Atención Primaria necesita que los recursos no se destinen a lo urgente, sino a lo importante». «Hacen falta muchos cambios, desde la dimensión de las plantillas, ahora insuficientes, a quitar las mutualidades, para que la gente de ese nivel económico-cultural pase a Atención Primaria», señala. «Hay que decidir si la Atención Primaria se va a dedicar a la prevención, al enfoque en salud y al control de las enfermedades crónicas, o si vamos a seguir atendiendo catarros, dando bajas y haciendo papeleos», resume.

La Salud Mental al centro

La Atención Primaria no es el único ámbito de la sanidad pública que necesita más recursos. Iñaki Arrizabalaga y Sara Chivite, gerente y jefa de servicio de Salud Mental en Osasunbidea, señalan que pese «al incremento de la actividad de nuestros profesionales», no se ha podido dar respuesta «ni en tiempo ni en número, a la necesidad generada». «Finalizamos el año con una alta lista de espera», informan, y recuerdan un problema añadido: «La escasa disponibilidad de profesionales».

«Hemos perdido áreas de bienestar. Los determinantes sociales de la salud han influido no solo en la facilitación del contagio y evolución de la infección, también en el empeoramiento de las personas con problemas de salud crónicos», explican Arrizabalaga y Chivite, que apuntan que todo esto «ha tenido una impronta muy importante en la salud mental y en el bienestar emocional de la población». «La pandemia ha impactado más en población vulnerable: infancia, juventud, mujer, víctimas de violencia de género, inmigración, colectivos minorizados en derechos y adultos mayores que viven solos», resumen.

Estos dos profesionales distinguen entre la afección, por un lado, que estos dos largos años están teniendo en los pacientes con trastornos crónicos, «personas muy vulnerables que requieren una atención más intensa y a los que debemos adaptarnos», y la presión asistencial, por otro lado, «que viene determinada por aquellas personas que sufren, en las que se ha producido un desajuste emocional y no pueden adaptarse a esta situación». En estos casos, en Nafarroa han planteado «intervenciones escalonadas según intensidad, con el fin de no patologizar situaciones» e ir «amortiguando este impacto y malestar sicológico, empoderando a la persona en su proceso de recuperación».

Preguntados sobre dos de los colectivos más afectados, mayores y jóvenes, Arrizabalaga y Chivite dibujan un cuadro que hace imperativo poner la Salud Mental en primer plano en este 2022 a punto de inaugurar. En el caso de los más mayores, «las personas más afectadas de gravedad por covid-19», señalan que la pandemia ha exacerbado «estados depresivos, ansiosos latentes, pánico, trastornos de adaptación, estrés crónico e insomnio». El distanciamiento social, cuyo valor en la lucha contra el covid-19 no ponen en duda, también causa soledad, «considerada como un factor de riesgo para la depresión, trastornos de ansiedad y el suicidio».

Sobre los jóvenes, señalan que se ha observado un aumento en los pacientes atendidos entre los 15 y los 24 años, aunque no se ha observado un incremento global del trastorno mental grave. Sí que se ha observado, sin embargo, un aumento de trastornos de la conducta alimentaria y trastornos afectivos (depresiones).

Hacia un sistema de cuidados

Hay que coser la comunidad por arriba y por abajo, por lo tanto. Así lo considera también, desde las ciencias sociales, Felix Arrieta, investigador de la Universidad de Deusto. Considera que el tercer sector y los servicios sociales «han respondido bien, en líneas generales», gracias sobre todo al «compromiso de los y las profesionales y a la puesta en marcha de recursos de urgencia». Sin embargo, apunta que «hace falta pensar en soluciones estructurales para dos realidades que la pandemia ha puesto más en evidencia: el sistema de cuidados y la situación de las personas sin hogar». Arrieta propone, en resumen, «transitar de nuestro sistema de bienestar hacia un sistema de cuidados».

Sobre la población más envejecida, apunta que es importante introducir cambios en la atención a domicilio y en los servicios públicos, para que las personas puedan vivir en su hogar «el mayor tiempo posible». En el ámbito residencial, apunta que «es necesario transitar a modelos de mayor habitabilidad, con unidades más pequeñas y realidades que respondan mejor a las necesidades de las personas, a la inversa de como se han pensado las cosas muchas veces». Esas reflexiones se están realizando, apunta, pero «es el momento de pasar de la experimentación a la implementación».

El investigador también aborda la situación de la juventud, «uno de los sectores más perjudicados por las medidas», y cuyas necesidades pide situar en un lugar más destacado: «La realidad del Estado de bienestar, incluso cuando se piensa en clave intergeneracional, ha pivotado mucho sobre las necesidades de las personas mayores. Será necesario transformar eso, modificando la agenda pública».

¿Habrá dinero?

Hemos repasado algunos de los ámbitos que dos años de pandemia han traído –o deberían–, al primer plano. Vacunación global, atención Primaria, salud mental, cohesión social y sistema de cuidados. No están todos los que son, pero son todos los que están. Pero hay otro ámbito, transversal, que condicionará la respuesta que se dé a los retos planteados: el económico. La cantidad de recursos disponible, y más importante todavía, el orden de prioridades que se establezca.

En las próximas páginas se va a hablar de ello con mayor profundidad, pero el economista Joseba Barandiaran, de Mondragon Unibertsitatea, da algunas pistas. No le preocupan tanto la inflación y las posibles subidas salariales, cree que hay margen, pero sí pone el foco sobre la actuación del Banco Central Europeo (BCE). «No creo que pudiésemos soportar un cambio rápido en las tasas de interés, nos apretaría mucho», señala.

Añade un interrogante: Bruselas. «¿Qué va a hacer? ¿Van a volver los hombres de negro y la ortodoxia fiscal?», se pregunta. Los fondos Next Generation pueden ser un revulsivo en algunos ámbitos, explica, pero si llegan de la mano de grandes exigencias fiscales, la situación se puede complicar, «en un momento en el que la sanidad y la educación están ya bastante tocadas».

Sea cual sea el escenario, sin embargo, Barandiaran apunta que «todo no se va a poder hacer», y que se tendrán que «fijar prioridades», algo en lo que considera que «no somos muy buenos». Pone como ejemplos algunos de los proyectos que se han querido incluir en los Fondos Next Generation: «Hay bastantes contrasentidos, tenemos que hacer una transición energética, pero insistimos en el TAV y en el Guggenheim de Urdaibai, no hay una coherencia». «Necesitamos un cambio de paradigma, lo sabemos en teoría, pero no lo tenemos interiorizado, no estamos preparados, tampoco como sociedad», añade.

Acabamos. Hay nubarrones en el horizonte económico, pero a la espera de Europa, puede haber margen para encarar las consecuencias de la pandemia, siempre que se enfoquen bien las prioridades. Para eso, sin embargo, es conveniente leer adecuadamente lo que estos dos años han hecho aflorar. Aspirar a no tocar nada y fijar como objetivo un regreso al escenario prepandémico no es sino volver a todo aquello que, desde el expolio de los recursos naturales al desmantelamiento de la sanidad pública, nos ha traído hasta este agujero del que urge salir.