La mascarilla y la adquisición del lenguaje: coexistir es posible
Expertos investigan los posibles retrasos que el uso de la mascarilla podría implicar en el desarrollo del lenguaje de niños y niñas. A falta de evidencia científica que corrobore tales percepciones, logopedas ensalzan la plasticidad cerebral en el inicio de la vida.

El uso de la mascarilla en los dos últimos años ha condicionado hábitos y afectado a acciones tan cotidianas y necesarias como conversar. Su implantación ha hecho que hayamos adquirido nuevas costumbres y asimilado que ciertas acciones como comunicarse no están exentas de dificultades. Hablar requiere mayor esfuerzo, lo mismo que escuchar con nitidez. Es como si la conversación estuviera invadida por una neblina que impide ver con claridad. Ciertamente, resulta muy incómodo. Este nuevo escenario ha hecho despertar ciertas preocupaciones respecto a la capacidad en la adquisición del habla y del lenguaje de los más pequeños; expertos de diversas disciplinas trabajan ya para la detección de posibles retrasos en ambos aspectos.
Aún es muy temprano para tener conclusiones: la horquilla de estudio, apenas dos años, es corta, pero es que además aún estamos inmersos en la realidad que todo lo cambió. La ciencia lo está investigando y son varios los estudios que están en marcha para determinar si el uso de la mascarilla ha afectado en el proceso natural de niñas y niños para el aprendizaje del lenguaje. Conviene para evitar alarmismos distinguir entre certezas e hipótesis. Dicho de otra manera, hay que separar la paja del grano.
Concienciados con la importancia de informar con rigurosidad y a raíz de los datos confusos y malinterpretados, el consejo general de colegios de logopedas ha emitido un comunicado al objeto de aclarar cuál es el escenario real. Y afirma, en pocas palabras, que «no hay evidencia científica de que el uso de la mascarilla cause retraso del lenguaje». A este respecto, agrega que por el momento lo que se manejan son «impresiones» que han llegado desde el ámbito sanitario, social y educativo, lo que no le resta importancia al asunto, dicho sea de paso.
«Esto es preocupante y hay que prestar atención a estas percepciones para comprobar si tienen carácter sistemático. Es decir –recoge el citado comunicado–, hacen falta estudios para comprobar si se corresponden con datos significativos».
El consejo general de colegios de logopedas se muestra preocupado por el uso que los medios han hecho de estas informaciones, en ocasiones dando a entender que las impresiones son hechos contrastados. A este respecto añade: «Algunos estudios recientes, y también algunos resultados preliminares aún sin revisión de pares, parecen indicar que no es así». Es decir, desligan los posibles retrasos del uso de la mascarilla.
Desde el Colegio de Logopedas del País Vasco (CLPV), su presidente Antonio Clemente atiende a NAIZ para aclarar qué se sabe y qué está en fase de análisis. Abordamos, en primer lugar, una de las hipótesis que se manejan, el que concierne a los bebés alumbrados durante la pandemia y los posibles retrasos en el neurodesarrollo en los primeros seis meses de vida de estos recién nacidos (Shuffrey et al., 2022).
Con la boca cubierta
Tal y como explica Clemente, los efectos no se correlacionan ni con el uso de la mascarilla, ni con la exposición in utero a la infección de covid-19 de la madre, y se piensa que el estrés ligado a la pandemia de la mujer embarazada podría tener un papel en el neurodesarrollo de esta generación de bebés. De momento, agrega, hace falta más observación y tiempo. Y resta alarmismo, que no importancia: los autores indican que el retraso podría recuperarse por la gran plasticidad cerebral en el inicio de la vida.
«La gente no debe tener miedo a que se esté produciendo esto, porque el temor nos invalida. No hay evidencia científica, y los niños parece que están desarrollando el lenguaje de forma similar a como lo hacían antes de la pandemia. Lo que tienen que hacer los padres y las madres es interactuar con los niños, y si notan anomalías o están preocupados, consultarlo con un especialista y ver si las cosas se están desarrollando adecuadamente o no», recomienda.
Lo que es indudable es que la mascarilla supone un obstáculo para mantener una comunicación fluida, tanto para adultos como para menores, influyendo en la percepción del lenguaje. Pero en este sentido, ya hay estudios que habrían mostrado que «menores de dos años pueden reconocer palabras familiares a través de mascarillas opacas (Singh et al. 2021), y otro aún en fase de preimpresión ha mostrado que, en la interacción de bebés con sus madres, el uso de la mascarilla no supuso una disrupción en comparación sin mascarilla (Tronick et al. en prensa)», indica el consejo general de logopedas.
En los primeros años de vida lo que resulta de vital importancia para adquirir el lenguaje, según los expertos, «es estar rodeado de un entorno lingüístico». Es decir, la clave es lo que nos rodea, y no el hecho de ver a tu interlocutor o su boca. «Pensemos si no en las personas ciegas o con cierto déficit visual. A pesar de que estas personas tienen unas características particulares en sus aprendizajes, no tienen retraso del lenguaje de manera masiva por no ver la boca de su interlocutor. Los logopedas no tenemos las consultas llenas de niñas y niños con discapacidad visual», apuntan.
Bien es cierto que la boca, despojada de la mascarilla, nos da mucha información adicional. Su posición, la gesticulación, el movimiento… «Al cubrirla, los niños se pierden, por ejemplo, la sonrisa de quien les habla, y hay veces que les cuesta interpretar el gesto, el contenido de los enunciados… ¿pero por el hecho de no ver [la boca]? Puede ser, pero al final acaban compensándolo y no se ven en especial dificultad por ello. Sí que es cierto que cuando te diriges a un niño o a una niña con un tono imperativo siempre mira para ver qué gesto le acompaña, si se está de broma o en serio, incluso enfadado. Ese componente puede verse en dificultad, claro, pero es más de tipo emocional», aclara Clemente.
El entorno lingüístico
Volvamos pues a la clave, al llamado entorno lingüístico. «Lo que niñas y niños necesitan en condiciones normales es estar expuestos a una estimulación lingüística; es decir, estar en un lugar donde se está hablando. Con eso basta para que aprendan a hablar. Todos lo sabemos y eso es así. Aprenden en contextos naturales, y el principal es su casa, su familia, el hogar, y que sepamos los padres y las madres no están con mascarilla en sus casas», expone el presidente del CLPV.
Esto, leído en clave de confinamiento, nos da pistas sobre oportunidades perdidas, porque estudios han demostrado que cuanto más pobres son las interacciones lingüísticas, más pobre es el vocabulario de los niños. Partiendo de la base de que el hogar es la principal fuente y que las interacciones alimentan el lenguaje, «¿nos revela el post-confinamiento lo que ha ocurrido en los hogares?», nos preguntamos. «Indudablemente», afirma Clemente. Y añade: «Basándonos en la propia evidencia, hemos observado mayor interacción entre los padres y los hijos y mayor toma de conciencia de las dificultades que podían tener porque habitualmente no dedican tanto tiempo a las tareas. Han sido más conscientes, y eso ha hecho que haya habido muchas consultas derivadas de las propias familias, y no tanto de los centros educativos».
La pandemia ha arrasado con costumbres, ha puesto patas arriba la vida y condicionado los hábitos, pero ha dejado otras huellas positivas, como la toma de conciencia a la que apunta Clemente: la importancia de pasar tiempo juntos con nuestros hijos e hijas. Los expertos recomiendan compensar la falta de ciertas experiencias de los niños compartiendo tareas donde esté implicado el lenguaje, como leer cuentos, cantar canciones o jugar a las adivinanzas. Sencillo, divertido y gratuito. Solo requiere poner interés.
El ritmo de la capacidad lingüística
Los menores que hoy tienen tres años son niños y niñas a los que la pandemia llegó cuando apenas contaban el año. Con los primeros pasos, más o menos. Y después, confinamientos, cuarentenas y mascarillas. Para los recién llegados a este mundo, parte de la cotidianidad. Con la atención puesta en el desarrollo del habla y del lenguaje, NAIZ pregunta a Antonio Clemente qué deben tener en cuenta las familias con hijos de esas edades.
Los 2 años son un punto de inflexión, explica: «El niño tiene que ser capaz de juntar dos o tres palabras para hacer una protofrase, esto es: faltarán palabras como las preposiciones o los artículos, pero unirá palabras con carga semántica, si bien no tendrá ninguna corrección gramatical. Y tiene que tener un vocabulario comprensivo bastante amplio. A esa edad tienen un vocabulario de unas 50 palabras para referirse a objetos, personas, comida, juguetes… y entienden más de 200. Conforme pasan los meses, y alcanzan los 3, 4 y 5 años, desarrollan de una manera exponencial su capacidad lingüística. En torno a los 6 años tienen la capacidad muy desarrollada y perfectamente estructurada».
Recomienda tener en cuenta estos parámetros y, si no se cumplen, comprobar si puede tratarse de un inicio tardío, «que no es un tema baladí, porque es un predictor de que puede haber dificultades». Ante la duda, aconseja consultar con el especialista para diagnosticarlo a tiempo.

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