Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional

Erdogan presenta sus oficios de prestidigitador entre Rusia y Ucrania

Erdogan y Putin se saludan en el Kremlin, antes de una reunión. (Pavel GOLOVKIN/AFP)
Erdogan y Putin se saludan en el Kremlin, antes de una reunión. (Pavel GOLOVKIN/AFP)

La Turquía del neosultán otomano Recep Tayip Erdogan ha logrado convocar mañana en Antalya (sur de la península anatolia) a los ministros ruso, Sergei Lavrov, y ucraniano, Oleg Nikolenko.

Erdogan logró concertar esa cita, en el marco del Forum Diplomático, tras conversar con su homólogo y amigo, el presidente ruso Putin.

Con la OTAN enfrentando, con sanciones económicas y suministro calculado de armamento a Ucrania a la agresión de Rusia, Turquía, miembro de la Alianza militar Atlántica, mantiene una posición que se puede calificar como mínimo de bipolar.

Así, ha suministrado a Ucrania decenas de drones Bayraktar TB2, decisivos en la ofensiva de Azerbaiyán contra Nagorno Karabaj de setiembre de 2021 y que puso nerviosa a Rusia por sus implicaciones en la guerra en el Donbass.

En paralelo, y mientras Turquía es de los únicos países en el mundo que no exige visados a su histórico aliado ucraniano –el kanato tártaro de Crimea era deudor de la Sublime Puerta otomana–, se ha negado a condenar la agresión rusa y su cierre del estrecho del Bósforo, en el que tiene la llave por la  Convención de Montreux, ha sido puramente salomónico y no ha mermado en lo más mínimo la capacidad de la flota rusa del mar Negro y del Mediterráneo para hostigar a puertos en manos ucranianas como Mariupol y Odessa.

Turquía, como Israel –gendarme de EEUU en Oriente Medio–, se ha negado a cerrar las conexiones aéreas con Rusia, y ambos comparten mediación en el conflicto ruso-ucraniano.

Casualidades, hoy mismo ha tenido lugar un encuentro entre Erdogan y el presidente israelí, Isaac Herzog, en Estambul, el primero desde 2007 entre el Estado sionista y el Gobierno islamo-turco defensor de Hamas en Palestina.

Sobre la mesa, la participación de Ankara en el proyecto de un gasoducto hacia la temblorosa Europa, y en el que participan Israel, Grecia y Chipre, que comparten yacimientos gaseros en el Mediterráneo sobre los que Turquía exige su parte pese a que Atenas y Nicosia le niegan derecho alguno sobre aguas territoriales que afectan directamente a la plataforma continental anatolia.

No cabe duda de que el perfil bajo de Turquía respecto a la guerra de Rusia a Ucrania tiene que ver con su dependencia económica. La economía turca va a la deriva, con una inflación del 51% en 2021, por lo que precisa del vecino ruso para mantenerla a flote. Turquía depende además energéticamente de Rusia, con el 44% de importaciones de gas, y los turistas rusos, 4,7 millones el año pasado (18% de los visitantes extranjeros) y sus divisas son cruciales para contener el desplome de la lira turca.

Pero la oferta mediadora de Ankara va más allá de cuestiones económicas y afecta al reposicionamiento geopolítico por el que pugna Erdogan desde que en 2010 el Estado francés y, en menor medida, Alemania le cerraran las puertas a un eventual ingreso en la UE.

Desde entonces, el presidente turco se ha embarcado en el apuntalamiento de Turquía como actor regional, presentándose como el sucesor neotomano e islamista del fundador laico y republicano del país, Kemal Atatturk. Para ello ha forjado una alianza entre su partido piadoso, el AKP, y los panturcos ultraderechistas del MHP.

Turquía se ha implicado en prácticamente todos los conflictos que asolan a sus regiones circundantes, desde el palestino con el apuntalamiento de los Hermanos Musulmanes de Hamas en Gaza, pasando por las malogradas Primaveras Árabes y sus consiguientes guerras en Siria y en Libia, y terminando en el mencionado conflicto de Nagorno Karabaj, en el que su apoyo fue decisivo para la victoria militar azerí sobre los armenios.

Y lo ha hecho enfrentándose pero a la vez negociando con la Rusia de Putin en Siria y Libia, y llegando a acuerdos de reparto de influencias en intereses entre Rusia y Turquía, dos rivales regionales e históricos pero cuyos autoritarios líderes se necesitan y retroalimentan mutuamente.

La Siria fértil está en manos de Damasco, un protectorado de Moscú, a excepción de la provincia de Idleb, salafo-yihadista y protegida por Ankara, y de una franja norte fronteriza ocupada por Turquía para debilitar a los kurdos de Rojava (Kurdistán sirio).

Libia está partida en dos a la altura de Sirte, ciudad natal del desaparecido Gadafi. La Tripolitania occidental está apadrinada por Ankara y la Cirenaica oriental responde a una alianza de Rusia con Egipto y los Emiratos Árabes.

Ambos conflictos siguen irresueltos pero permanecen en stand-by.

Y no descarto que de la reunión de Antalya pudiera darse algún tipo de avance negociador. Que no solucionará el problema, pero que responderá a la máxima que guía a su anfitrión: ocultar los crecientes problemas internos con una huida hacia adelante aprovechando conflictos externos, pero sin resolverlos y manteniéndolos secuestrados para sus propios intereses.

Es la marca Erdogan.