Víctor Esquirol
Crítico de cine

«Mass»

Presentada hará ya más de un año en el Festival de Cine de Sundance (y revalidada meses después en la sección New Directors de Zinemaldia), ‘Mass’ lo tiene todo para ser considerada como una de las grandes revelaciones de la temporada. Al fin y al cabo, hablamos de uno de los debuts más sólidos de los últimos años, no solamente ciñéndonos a las ahora prolíficas cosechas del indie americano, sino más bien ampliando el marco al panorama mundial. Se trata, para poner la producción en contexto, del primer trabajo como guionista y director de Fran Kranz a quien, a lo largo de sus más de veinte años de carrera como actor, le hemos visto tanto en series televisivas (propuestas tan relevantes como ‘Frasier’, ‘The Good Wife’ o ‘Homecoming’) como en largometrajes evidentemente concebidos para la gran pantalla.

Entre estos últimos destacan sus colaboraciones con el ahora denostado (y antes alabado) Joss Whedon. Quien fuera el encargado de dirigir las dos primeras entregas de ‘Los Vengadores’, también tuvo tiempo para dar rienda suelta a su vena más autoral, con ‘Mucho ruido y pocas nueces’ (adaptación en blanco y negro, como ahora se estila, de la clásica comedia romántica de William Shakespeare), pero sobre todo con ‘La cabaña en el bosque’, la que sin lugar a dudas es la película de terror más importante en lo que va de siglo. Pues bien, tanto en las propuestas de pequeño como en las de gran formato, la cara y la voz de Fran Kranz se traducían en un alivio cómico salvador; en una especie de presencia amistosa con la que siempre se podía contar, para disipar cualquier crisis que se nos viniera encima.

Pero ahora que le tenemos detrás de las cámaras, su talento (que, visto lo visto, es equiparable al de los directores y guionistas más consagrados en el oficio) está al servicio de una gravedad que deja el cuerpo impregnado de malas vibraciones. No en vano, el tema abordado es un horror que nadie quiere experimentar en su propia piel. ‘Mass’ encierra, durante casi dos horas, a cuatro personas (dos parejas) en una habitación, y en cierto modo las «obliga» a hablar de un acto tan atroz, que las palabras, como no podía ser de ninguna otra manera, cuestan mucho de pronunciar. Y más aún cuestan de digerir. El título, por cierto, surge de un juego de palabras en su lengua inglesa original; un malabarismo macabro en el que «misa» y (tiroteo) «masivo» se hermanan bajo el mismo techo.

Unión imposible (al menos sobre el papel), que se ve reflejada en la situación que alimenta toda la trama. Las dos parejas que se encuentran en el único escenario de esta terrible función (a saber, una habitación de una pequeña iglesia, destinada a albergar los casos de mediación más peliagudos), hará años que juntaron sus destinos de la manera más trágica, pues quedaron para siempre emparentadas (¿y enfrentadas?) en sus respectivas condiciones de víctimas y (padres de) verdugos. El horror queda relegado al fuera de campo, mal enterrado en un pasado que, a pesar de todos los esfuerzos, sigue latiendo con rabia en un presente que queda tristemente condicionado por miedos, desconfianzas y rencores fatales.

Cuatro personajes y un solo espacio: a Fran Kranz solo le hacen falta estos elementos para preguntarse sobre la posibilidad de sentarse en la misma mesa que esta carga indeseada, mirarla a la cara y, además, acabar saliendo de esa habitación con el corazón y la conciencia más limpias. Lo hace asociándose con un poker de actores imponente (Jason Isaacs, Martha Plimpton, Reed Birney y Ann Dowd en uno de los mayores retos interpretativos de sus carreras), pero sobre todo exprimiéndose a sí mismo, tanto en la escritura como en la puesta en escena. En ambos aspectos, ‘Mass’ da un –pulcro– recital de nitidez en las ideas. La clarividencia emocional y la empatía humana como luz divina que disipa los nubarrones de la tempestad. El cine como salvación y refugio para las almas atormentadas.