Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional

Una de cal y otra de arena para China, noqueada por el covid-19

Absortos hasta hace poco por la trágica reedición de una guerra clásica en Europa, la cronificación del conflicto en Ucrania abre el foco internacional, pero este, condicionado por inercias, sigue pasando de rondón, con excepciones, sobre el escenario de la verdadera pugna mundial: el indo-pacífico.

Buses y coches destrozados durante las protestas contra el régimen pro-chino de Sri Lanka.
Buses y coches destrozados durante las protestas contra el régimen pro-chino de Sri Lanka. (Ishara S. KODIKARA | AFP)

Y eso que la región no para de generar noticias, que tienen y tendrán un impacto geopolítico en la larga y descarnada lucha entre EEUU y China por la hegemonía mundial.

El triunfo electoral en Filipinas del tándem presidencial conformado por el hijo del dictador Marcos y la hija del autoritario presidente saliente Duterte es un drama que elevará a categoría de ley la amnesia colectiva en torno a las víctimas de la dictadura y la impunidad del gobierno saliente en su criminal «guerra contra la droga».

Pero tiene su derivada geoestratégica. Tal y como hiciera Rodrigo Duterte, su sucesor, Ferdinand Marcos Jr, ya ha adelantado que mantendrá la política de acercamiento a China.

Esta política fue inaugurada por su antecesor, quien, nada más llegar a la presidencia en 2016 anunció explícitamente su ruptura con la Casa Blanca, un giro radical toda vez que Manila, antigua colonia española arrebatada por EEUU, era el aliado asiático más antiguo de Washington.

Ese mismo año, el entonces presidente Duterte ignoró el fallo de 2016 de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya que dio la razón a Filipinas en su disputa con China por la titularidad de varios territorios (entre ellos, parte del archipiélago Spratly) del mar de China Meridional, aguas por las que pasa el 30 % del comercio mundial y que Pekín reclama en casi su totalidad.

«Bongbong» Marcos ha anunciado que seguirá ignorándolo. «Un arbitraje no es un arbitraje si solo es para una parte. Así que no tiene sentido para nosotros», ha señalado, para añadir que «sabemos que el mar de Filipinas Occidental (como Manila se refiere a esas aguas) es un punto caliente geopolítico ahora, por eso tenemos que encontrar nuestra propia manera de gestionarlo».

El alineamiento con China no supone, en principio, que Marcos Junior vaya a romper definitivamente con Washington. Tampoco Duterte lo hizo y mantuvo finalmente el acuerdo militar de visita de tropas (VFA en inglés) con EEUU, piedra angular de las maniobras conjuntas entre ambos países, que han aumentado en los últimos años.

Además, Filipinas y EEUU mantienen en vigor el ‘Acuerdo de Defensa Mutua’, que data de 1951.

Sin embargo, no se descarta que el nuevo presidente intensifique los lazos con Pekín. No en vano el clan Marcos tiene una relación privilegiada con el gigante asiático, que no olvida que fue el dictador quien estableció hace 47 años relaciones diplomáticas con China.

Pekín no olvida y, más cerca en el tiempo, en 2007, abrió un consulado en Ilocos Norte, el feudo de los Marcos, para llevar a cabo su diplomacia de inversiones y acuerdos comerciales.  

El pasado mes de octubre, y cuando «Bongbong» Marcos era ya candidato «in pectore», la embajada china en Manila le recibió como invitado de honor a una exhibición fotográfica que incluía una imagen de su fallecido padre.

A lo que se ve, al PCCh no le duelen mientes para bendecir a crueles dictadores y a sus herederos. Y menos cuando de lo que se trata es de hacer lo mismo que EEUU hizo a España a principios del siglo pasado: expulsarle de Filipinas al considerarle un «imperio en decadencia».

Pekín está de enhorabuena en Filipinas, pero tiene un problema en su hasta ahora protectorado de Sri Lanka.

La feroz crisis economica y la corrupción y el clientelismo del clan Rajapaksa ha forzado la dimisión del gobierno y del primer ministro, Mahinda Rajapaska, y la represión del movimiento pacífico lo ha convertido en una revuelta contra la totalidad de la casta política.

El presidente, Gotabaya Rajapaksa, ha extendido el toque de queda y ha ordenado a soldados y policías que disparen a matar, pero algo ha cambiado en esta isla de 22 millones de habitantes y no precisamente para bien de Pekín.

Los Rajapaksa fundaron su legitimidad en la sangrienta victoria militar sobre los Tigres tamiles, etnia minoritaria de origen indio, y en la afluencia de inversiones y proyectos de la mano de la diplomacia del dinero chino.

Pero esta se ha revelado como una trampa, como ya empiezan a sospechar algunos gobiernos africanos.

La inversiones faraónicas (aeropuertos sin tráfico aéreo, centros de conferencias inservibles…) solo han servido para enriquecer al clan Rajapaska y para endeudar al país, dejándolo en manos de los acreedores chinos.

Sri Lanka, fuertemente castigada por la caída del turismo durante la pandemia, puede convertirse en el primer país del mundo cuyo régimen se tambalea desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania. No será el último, porque la crisis económica y alimentaria derivada de esa guerra no hará sino agudizarse.

Hablando de pandemia, China observa con tranquilidad lo que pasa en Filipinas, pero con recelo a su protectorado de la antigua Ceilán.

Pero tiene un grave problema en casa y se llama covid-19, concretamente la variante Omicron. Pese a que no logra estabilizar la situación en la confinada mega-urbe de Shanghai, donde la población protesta todos los días con cacerolas, y teme que se disparen los contactos en Pekín, sus autoridades insisten en la política cero covid.

Una política que «no es sostenible», ha advertido el máximo responsable de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, quien ha instado a China a adaptarse a las nuevas circunstancias de la enfermedad y a cambiar de estrategia, y a respetar los derechos humanos individuales.

Desde el inicio de la crisis sanitaria global, la OMS ha felicitado a China por su gestión de la pandemia. Hasta ahora.