Víctor Esquirol
Crítico de cine

Festival de Cannes: La alegre belleza de la película insignificante

Cannes es también fuente de glamour. Tom Cruise y Jennifer Connelly han presentado «Top Gun: Maverick».
Cannes es también fuente de glamour. Tom Cruise y Jennifer Connelly han presentado «Top Gun: Maverick». (Valery HACHE | AFP)

Ahora sí. La 75ª edición del Festival de Cannes da el pistoletazo de salida oficial con ‘Corten!’, de Michel Hazanavicius, divertida película (dentro de otra película) de zombies, cuya ligereza anticipa la belleza casi-sublime de ‘L’envol’, de Pietro Marcello, un cuento de hadas a partir de un regreso evocador al fin de la Primera Guerra Mundial.

Después de la tradicional primera jornada a modo de poco más que aperitivo, ya podemos afirmar que la 75ª edición del Festival de Cine de Cannes ha echado a andar. Lo ha hecho, esto sí, con la sensación de que en la Sección Oficial los platos fuertes aún se están calentando en la cocina. En cualquier caso, se ha desplegado la alfombra roja en la mítica e interminable escalinata que lleva al Grand Théâtre Lumière, y se ha puesto en marcha la imprescindible ceremonia de apertura, ese momento crucial en el que la fauna que habita la Croisette saca a relucir todo el lujo y la pompa asociadas a la Côte d’Azur. Aquí hemos venido a lucir modelos, y joyas, y accesorios, y tonos bronceados de piel… y a delatar lo horteras y decadentes que somos.

Pero ya está bien así, de verdad, porque en el ejercicio de querer proyectar una determinada imagen y, en realidad, estar mostrando otra muy distinta, radica buena parte de la esencia cannoise. Y ahí están Thierry Frémaux y Pierre Lescure, ‘los jefes de todo esto’, poniendo en pie a las más de 2000 personas que llenan tan distinguida plaza, y ahora entra la comitiva que compone el jurado de la Sección Oficial, capitaneado ni más ni menos que por su presidente, Vincent Lindon. Le acompañan Joachim Trier, Rebecca Hall, Asghar Farhadi, Noomi Rapace, entre otras distinguidísimas figuras del panorama mundial del cine de autor.

Pero hay más. En Cannes siempre hay tiempo y espacio para más. Ahora sube al escenario Forest Whitaker, cuya carrera empezara a volar aquí mismo, en 1988, a razón de la presentación de ‘Bird’, de Clint Eastwood, biopic en el que el ahora inconfundible actor se puso en la piel del legendario saxofonista Charlie Parker. Más de treinta años después de aquella revelación, el intérprete regresa a la ‘escena del crimen’ para recoger una Palma de Oro Honorífica, a razón –irreprochable– de una carrera trufada de trabajos memorables. Pero ya se sabe… hay más.

Acto seguido, el ambiente festivo siente el gatillazo de la llamada de la conciencia, o de la culpa… o simplemente de esos momentos patéticos en los que la Croisette intenta hacernos creer que le preocupa todo lo que suceda más allá de su ombligo. Silencio en la sala, la gran pantalla del teatro Lumière proyecta una primer plano de Volodímir Zelenski. El presidente de Ucrania conecta en directo con la audiencia más frívola del planeta para mandar un angustiado grito de socorro, ante la barbárica invasión que su país está recibiendo por parte del régimen de Vladimir Putin. Y claro, los ahí presentes no saben si aplaudir, si emocionarse, o si pedir a gritos que el proyeccionista nos haga olvidar el mal trago.

Pasa todo esto, en este preciso orden, o sea, que cuando nos hemos querido dar cuenta, estamos inmersos en la película de inauguración de esta 75ª edición, una propuesta que como cabía esperar, no tarda ni dos fotogramas en descubrirse como una alegre payasada. La platea, después de tantas emociones fuertes, respira aliviada.

El cine vuelve a obrar su magia y permite que nos evadamos con ‘Corten!’, de Michel Hazanavicius, con Romain Duris y Bérénice Bejo, respuesta francesa al título de culto japonés ‘One Cut of the Dead’. Como sucedía en aquel divertidísimo film originario, asistimos atónitos a una película de zombies… que, en realidad, es la filmación de otra película de zombies.

Y de nuevo, todo lo que vemos y oímos es tan malo (a todos los niveles) que por un momento nos olvidamos de que este es el mejor festival cinematográfico del mundo. Pero es que ahí está la gracia. Michel Hazanavicius (recordemos, vencedor del Oscar gracias a ‘The Artist’), sigue todos los pasos marcados, hará ya cinco años, por Shinichirô Ueda, convirtiendo la narración en un juego meta-fílmico que nos invita a tirar del hilo. Dicho de otra manera: de lo que se trata aquí es de ver qué hay detrás de cada movimiento brusco de la cámara, de cada frase de besugo o de cada –presunto– gazapo.

En la línea del diálogo que James Franco estableció entre su ‘The Disaster Artist’ y ‘The Room’, de Tommy Wiseau (esta última, considerada como la peor película de la historia del cine), la ‘Corten!’ de Michel Hazanavicius, muy en la línea de su autor, reivindica la calidad –artística– de aquello a lo que no se le presupone. Lo hace centrándose en el factor humano; es decir, retratando el sacrificado acto de filmar como un formidable acto de comunión; de unión irrompible ante la adversidad. Y aquí estamos, en el patio de butacas de la sala Debussy, riéndonos por lo mismo que nos hicieron reír Shinichirô Ueda y su equipo; preparándonos para esta nueva avalancha cannoise que, ahora sí, empieza.

Y por si aún quedaban dudas al respecto, el festival nos da la primera propina marca de la casa. La sección paralela de la Quincena de los Realizadores arranca con ‘L’envol’, de Pietro Marcello, quien presentara hará tres años la colosal ‘Martin Eden’, a partir del material literario a priori inadaptable de Jack London.

En comparación, la película que presenta este año es algo pequeño, diminuto… insignificante, podría decirse, y esta es precisamente la intención del autor italiano: reconciliarnos con esos juguetes de la infancia arrinconados por el implacable y voraz paso de la modernidad. ‘L’envol’ es, en este sentido, una película que enamora por el amor artesanal que hay detrás de cada una de sus imágenes.

Al principio, la pantalla trabaja con material de archivo del final de la Primera Guerra Mundial, y en este contexto nos situamos: en unas tierras francesas devastadas, pero donde también puede florecer el amor. La mastodóntica presencia de Raphaël Thierry se encariña de una niña, una recién nacida que supuestamente es su hija. Apoyándose en este vínculo, Pietro Marcello acelera el transcurso del tiempo, pero en ningún momento lo convierte en algo frenético. Al contrario.

Del mismo modo, el film nos envuelve con delicadeza en una atmósfera de cuento de hadas, en la que consecuentemente cuesta distinguir la fea realidad de las más bellas ensoñaciones. Hasta que ambas esferas pasan a ser exactamente la misma. Milagro cannoise, y de nuevo, apenas hemos aterrizado.