Víctor Esquirol
Crítico de cine

Navegar en un mar de historias

El programa triple del sábado demuestra que los genios no son solo los seres que conceden deseos, sino más bien los que son capaces de conjugar mágicamente palabras e imágenes. “Tres mil años esperándote”, de George Miller; “Boy from Heaven”, de Tarik Saleh; y “Frère et soeur”, de Arnaud Desplechin.

El australiano George Miller, inspirado y agradecido en Cannes.
El australiano George Miller, inspirado y agradecido en Cannes. (Loic Venance | AFP)

De momento, la 75ª edición del Festival de Cannes se está comportando como un complejo sistema de luces intermitentes. Dependiendo del día (o sea, de si la jornada es par o impar) hay que ir a buscar la luz en un sitio u otro. En parte por esto, la selección de películas se expande en los diversos frentes de unas secciones que no pueden contarse con los dedos de una sola mano. Ahí está la Sección Oficial a Competición como ese escaparate principal que, sí o sí, tiene que visitarse todos los días (aunque solo sea para poder tener controlado el palmarés)… ¿pero qué pasa cuando las películas que ahí se exponen no están a la altura de las expectativas? Pues que evidentemente habrá que satisfacerlas en otros sitios.

En la modesta carpa de la Soixiantième (rebautizada este año como sala Agnès Varda), se proyecta a primera hora, y fuera del Concurso por la Palma de Oro, el nuevo trabajo de uno de esos visionarios a los que, por suerte, todavía dejan hacer películas. El australiano George Miller, quien se coronara (por enésima vez) aquí mismo, hará ya siete años, con la colosal “Mad Max: Furia en la carretera”, vuelve a jugársela (porque solo así entiende la osadía de hacer una película) ahora con “Tres mil años esperándote”, cuento de hadas (aglutinador de otros muchos cuentos de hadas); un espectáculo híper-digitalizado en el que Tilda Swinton encarna una doctora de literatura que, en un viaje a Estambul, cruza sus pasos con los de un Djin encarnado por Idris Elba.

Un genio que obviamente le propone un trato irresistible a partir de tres deseos que se van a conceder, literalmente, por arte de magia. Una excusa tan buena como cualquier otra para que la fantasía eche a volar… esto sí, sin perder nunca de vista la escala humana del asunto. La narración del film está articulada a través de extensos diálogos entre los dos personajes mencionados; a partir del ensamblaje de las historias que ambos llevan consigo. De la habitación de hotel donde se ha producido el encuentro, salimos despedidos para aterrizar en las orillas del Mar Rojo, en una época tan pretérita que la magia aún tenía cabida en el corazón de las personas.

George Miller se deja llevar por los relatos que él mismo ha invocado, y ahora mismo nos pone en compañía del mismísimo Rey Salomón, y luego se zambulle en las sangrientas sucesiones dinásticas del Imperio Otomano… y al poco rato, sin apenas dejar tiempo para que podamos digerir todo esto, vuelve a un presente en el que no queda claro que esa fantasía de la que nos hablan la doctora y el Djin, pueda sobrevivir. Tan imaginativo como siempre, y tan valiente. El combustible de George Miller no se agota, está claro: “Tres mil años esperándote” es la demostración de que el cine puede seguir ofreciendo espectáculo (de primera) más allá del cada vez más yermo panorama que ofrecen las franquicias.

Mientras, ¿qué sucede en la carrera por la Palma de Oro? Primero, que Tarik Saleh, cineasta sueco de raíces egipcias, demuestra con “Boy from Heaven” que con la elección temática a una película a lo mejor le da para justificarse… pero no necesariamente para destacar.

El punto de partida de este thriller policíaco es claramente interesantísimo. A saber, el foco está puesto aquí en Al-Azhar, prestigiosa universidad de El Cairo (definida como la institución más importante del islamismo sunita), que resulta ser un objetivo político de máxima prioridad para el nuevo gobierno del país árabe. El gran imam de dicho centro educativo acaba de fallecer; a partir de aquí se abre una guerra -subterránea- para ver quién le sucederá en el cargo.

Aquí, como cabía esperar, cada estamento del poder tiene interés en colocar a su propio candidato en la mejor posición posible. Estamos pues ante una ocasión inmejorable para reflexionar sobre la secularidad (o no) de un estado demasiado empeñado en legitimarse a través del monopolio en el uso de la violencia. Un territorio ciertamente estimulante… malgastado aquí en un ejercicio de cine de género cargado de buenas intenciones (en la denuncia de la corrupción de un brazo ejecutivo deshumanizado), pero a la hora de la verdad, demasiado torpe en un montaje y un guion chapuceros, a la hora de intentar no dejar ningún cabo suelto.

Por último, el siempre imprevisible Arnaud Desplechin presenta “Frère et soeur”, junto a Marion Cotillard y Melvil Poupaud, drama familiar con una relación fraternal cainita siempre en el ojo del huracán. La tensión aquí viene brindada por la inminente muerte del abuelo y la abuela, sendos pilares de un núcleo de seres amados (y odiados) que desintegra a marchas forzadas. Para entendernos, es como si la “Magnolia” de Paul Thomas Anderson hubiera sido dirigida por las perretas y los arrebatos pueriles de Xavier Dolan.

Así se mueve la película, y así grita, y así patalea. Durante más de hora y media, en lo que cabría definir como auténtico tour de force de la locura. Desplechin en su -desquiciada- salsa, permanentemente enfrascado en una borrachera de imágenes, escenarios y situaciones irreconciliables. En un contexto en el que la reacción más racional es, efectivamente, la de la embriaguez al borde del coma etílico. Tan irritante como febril y, a fin de cuentas, genial. Arnaud Desplechin solo hay uno (porque el mundo solo puede permitirse a un cineasta así), y ya por esto hay que quererle.