Víctor Esquirol
Crítico de cine

La sombra del leviatán

Seguramente el nombre de Chris Williams no haga sonar demasiadas alarmas, pero cuando lo ponemos en el buscador de internet, todos los resultados que este nos devuelve, deben situarlo en un lugar privilegiado  dentro de nuestro corazón cinéfilo.

El monstruo es todo un personaje en esta película de Netflix.
El monstruo es todo un personaje en esta película de Netflix. (NAIZ)

Como codirector, Chris Williams consta en algunos de los trabajos que han conseguido lo que hará solo una década parecía impensable: que la Disney diera el sorpaso a la Pixar, confirmándose así el estatus de la matriz con respecto a una ‘filial’ que, durante un período glorioso, había ostentado el liderazgo mundial en el cine de animación.

Ahora esto ya no es así: la industria fílmica ha recuperado pues cierto equilibrio –antiguo–, y lo ha hecho sobre todo gracias a títulos como ‘Bolt’, ‘Big Hero 6’ o ‘Vaiana’, donde el mencionado Williams consta, como se ha dicho, en labores tan fundamentales como la dirección o la escritura de guion. Su rol como hombre fuerte en el seno de la casa de Mickey Mouse nos lleva a encontrarle también en trabajos tan cruciales como ‘Frozen’ (¿una de las últimas ocasiones en que el cine consiguió calar en el imaginario colectivo a partir de material casi-original?) prestando su voz a uno de los simpáticos personajes secundarios.

El caso es que cuando se cumplen seis años de su último gran proyecto (aquel en el que Dwayne ‘The Rock’ Johnson cantó las melodías de Lin-Manuel Miranda), Chris Williams estrena por fin una nueva película, haciéndolo por primera vez en condición de único realizador… y lejos del sello que le vio crecer. En Netflix podemos disfrutar de ‘El monstruo marino’, una producción propia avalada también por el sello Sony Pictures. Se trata, cómo no, de una cinta de animación renderizada por ordenador (como mandan los cánones del mainstream actual, vaya); una estupenda pieza de aventuras a medio camino entre los ‘Piratas del Caribe’, de Gore Verbinski, y la saga ‘Cómo entrenar a tu dragón’, de Dean DeBlois y Chris Sanders.

Luchando con monstruos

Ahora nos zambullimos en un vasto océano de clima tropical, donde como anuncia el título, los hombres (especialmente ellos) están en guerra con una serie de criaturas marinas gigantescas, que supuestamente amenazan con hundir cualquier barco que se atreva a surcar sus aguas. En esta tesitura, la acción navega básicamente en ‘La inevitable’, una nave comandada por otro personaje que también se dibuja con dos claras referencias en mente: el capitán Ahab (legendaria creación de Herman Melville para la igualmente legendaria ‘Moby Dick’) y el infame Long John Silver (esa inolvidable figura paterna de ‘La isla del tesoro’, de Robert Louis Stevenson, y que en cualquier momento podía convertirse en el ser más traicionero).

Pero el protagonista de esta historia no es este marinero (que en la versión original, por cierto, cuenta con la voz de Jared Harris), sino que en realidad lo es el joven y valeroso arponero que está llamado a sucederle, y también una intrépida niña que, llevada por las ganas irrefrenables de aventura, se ha colado en este navío en calidad de polizonte. Con ello, Chris Williams alimenta un diálogo inter-generacional que al conjunto le viene genial para desarrollar sus tesis. Porque ‘El monstruo marino’ es, como no podía ser de otra forma, una película que luce por sus paisajes coloridos, sus personajes pintorescos, sus espectaculares leviatanes y su afinada gestión de un ritmo narrativo casi siempre frenético…

Pero por encima de todo esto (nótese, virtudes que ya de por sí justificarían el visionado de un producto con una conciencia tan nítida del consumo ‘para toda la familia’), destaca el deseo de contraponer las viejas con las nuevas conciencias. De ecologismo hablamos, básicamente. O sea, del modo en que nos relacionamos con una naturaleza que a lo mejor antes creíamos que podíamos someter, pero que ahora entendemos que tenemos que respetar: porque matar a un monstruo, lo dejó claro Fumito Ueda en el magistral videojuego ‘Shadow of the Colossus’, es negar al mundo la posibilidad de una criatura formidable.

De repente, entra en escena el ‘Moby Dick’ de este relato, un imponente ser acuático de piel rojiza, que sin la necesidad de articular palabra, consigue hacerse entender y, sobre todo, querer. Con las principales piezas dispuestas sobre el tablero, Chris Williams despliega los encantos y explora los rincones más recónditos de un reino fantástico brillantemente diseñado para que nos queramos perder en él. Tal es así que la historia avanza con un espíritu expansivo que parece tener la vista puesta en las más que probables secuelas que van a seguir a esta ‘primera entrega’. Y está bien así, porque las mejores aventuras, ya se vivan en pequeño o gran formato, son las que nos dejan con la necesidad de repetir.