Beñat Zaldua

Gil Matamala y la victoria del 1-O

El referéndum del 1-O cumple hoy cinco años. La efeméride ha cogido al independentismo catalán  sumido en la enésima crisis entre ERC y Junts, lo que invita o bien a la impugnación de aquel otoño o a una nostalgia sin recorrido político. Conviene poner perspectiva, cinco años son un suspiro.

August Gil Matamala, protagonista aquel día junto a otros dos millones y testigo de décadas de historia catalana (y vasca).
August Gil Matamala, protagonista aquel día junto a otros dos millones y testigo de décadas de historia catalana (y vasca). (Oriol CLAVERA)

Cuesta creer, tras la enésima bronca entre ERC y Junts en el Parlament y a la espera de que se aclare el incierto futuro del actual Govern, que hace hoy cinco años el independentismo catalán echase al Ejecutivo español el mayor órdago con el que ha tenido que lidiar en la historia moderna. La tentación de culpar de la actual situación principalmente a la fragmentación y la división del soberanismo catalán, como se ha visto con la izquierda tras las elecciones italianas, es grande en los tiempos confusos que corren, pero sería injusto, además de políticamente inútil.

Si cinco años después del clímax del 1 de octubre el independentismo se mira al espejo y se pregunta con tristeza cómo pudo llegar a tan glorioso momento, es, principalmente, porque el Estado español se negó a dar una resolución democrática al conflicto planteado por Catalunya de forma impecable, con una demostración de voluntad desobediente ejemplar, nunca vista en Europa en lo que va de siglo.

Los análisis de los principales protagonistas se intuyen más cercanos de lo que las polémicas diarias dan a entender

Al soberanismo catalán, más bien a sus líderes, cabe preguntarle sobre sus responsabilidades en la improvisación que siguió al 1-O, que dejó en evidencia que el propio grupo dirigente se vio ampliamente superado por los acontecimientos. Cabe pedirle cuentas, quizá, por esa ciega pugna partidista que se mantiene y que desembocó en una declaración de independencia que, probablemente, ninguno de sus dos principales protagonistas -Puigdemont y Junqueras- deseaban. Se le puede invitar a pensar en el papel de la represión en la ampliación de la desunión y las batallas internas. La represión se emplea porque funciona, en Catalunya y en todas las esquinas del planeta Tierra. En el peor escenario, te aniquila; en el mejor, te obliga a dedicar a labores antirrepresivas un tiempo y unos recursos preciosos. Y el culpable de la represión, siempre, siempre, siempre, es quien la ejerce.

Al independentismo catalán, de hecho, no hay ni que pedirle autocrítica, ese tiempo ya pasó. Hay que pedirle, si fuese el caso, diagnósticos certeros de lo que ocurrió, lo más consensuados posibles. Los análisis de los principales protagonistas, de hecho, se intuyen más cercanos de lo que las polémicas diarias dan a entender. Es absurdo pensar que ERC espera resultados prácticos de la mesa de diálogo con el Gobierno de Pedro Sánchez; sabe que eso no ocurrirá, pero la mesa encaja con el clima de distensión y el control de daños represivos que los de Junqueras creen que conviene al movimiento y a la consolidación del partido como principal fuerza del catalanismo.

Es igualmente absurdo pensar que el núcleo dirigente de Junts crea de verdad que se le puede quitar el candado a la declaración de independencia, proclamar la República en el Parlament y cumplir así un debatible mandato del 1-O. Es más fácil pensar que esta retórica le sirve para atraer a los independentistas anclados en los sucesos de hace un lustro, hurgar en las contradicciones de ERC y ganar tiempo mientras reconstruye un espacio soberanista conservador que el procés dejó hecho trizas.

El desenlace final de aquel otoño fue tan dramático que impide, quizá, que los diferentes sectores consensúen y, mucho menos, expliciten un diagnóstico compartido, pero las bases para hacerlo están, objetivamente, más asentadas de lo que a primera vista pueda parecer.

En cualquier caso, el quinto aniversario del 1-O no es una fecha para pedir absolutamente nada al independentismo catalán. Es más bien el momento de darle las gracias. Por aquel septiembre insurreccional y aquel referéndum desobediente, porque fue glorioso, porque a uno todavía se le eriza la piel al ver los vídeos de aquella jornada, por dejar con el culo al aire a todo un Estado español mediante 6.000 urnas clandestinas y por demostrar que el trabajo de miles de personas, combinado con la acción institucional, es capaz de llevar a una acción desobediente de una envergadura inédita a centenares de miles de personas. Gracias.

PP y PSOE evitaron en el último momento que la CE propusiese una mediación formal España-Catalunya. Estaban ahí

El desánimo actual invita a veces a impugnarlo todo, a pensar que el desenlace del 2017 catalán invalida la tesis de la vía catalana a la independencia. Yo no creo que sea así. Según desvela en su último libro la directora adjunta de “La Vanguardia”, Lola García -poco sospechosa de romances independentistas-, PP y PSOE evitaron en el último momento que tras aquel 1-O la Comisión Europea propusiese una mediación formal entre España y Catalunya. Estaban ahí, lejos todavía de la independencia, pero quizá más cerca de lo que el desenlace final ha dado a entender.

El 1-O, el independentismo sumó muchísimo, pero una de las grandes lecciones es que, ante la cerrazón antidemocrática española, hay que sumar más. Esta realidad es injusta para el soberanismo, obscenamente ventajista para el Estado español y pone sobre las espaldas de la izquierda española -léase Podemos, Comuns, IU, etc.- una responsabilidad democrática que a día de hoy no parece estar dispuesta a asumir y que, evidentemente, la sitúa también en una situación ventajista. Pero la vía sigue siendo válida.

Aquel 1-O yo no presencié ninguna carga. Tuve la fortuna de acompañar a August Gil Matamala a votar. Desde la perspectiva que dan más de 80 años de vida y lucha recién cumplidos, sus palabras a media mañana del 1 de octubre de 2017, con la Policía española y la Guardia Civil secuestrando urnas violentamente y la gente resistiendo, fueron: «Nosotros ya hemos ganado».

Pueden sonar muy optimista, visto lo visto un lustro después, pero hay que conocer al protagonista -hay un libro estupendo de David Fernández y Anna Gabriel- y recordar que cinco años son un suspiro en el que el independentismo no ha perdido un voto. Militante del PSUC desde los años 60, independentista de primera hora, abogado de mil causas perdidas, Gil Matamala acompañó hace 47 años a la madre de Jon Paredes “Txiki” mientras fusilaban a su hijo en Cerdanyola.

Cuando uno acumula tantas derrotas, aprende a identificar las victorias.