
Entre los aspectos más eficaces de la campaña comunicativa que se ha construido en torno a Giorgia Meloni, sin duda el hecho de ser madre siempre ha tenido mucha importancia. Defensora de la familia tradicional, la primera ministra italiana nunca se ha casado pero sí tiene una hija, Ginevra, con su pareja Andrea Giambruno, periodista en Mediaset.
La pequeña tiene seis años, pero ha sido junto a su madre la coprotagonista de la cumbre del G20 en Bali. No porque haya aparecido diciendo algo, sino por su mera presencia ahí, entre los grandes del mundo. Para muchos ha supuesto una instrumentalización, pero al mismo tiempo ha puesto de nuevo el foco sobre la gestión de la maternidad entre las mujeres, sobre todo las que tienen un rol público.
Tanto en Italia como en el resto del mundo occidental, ser madre y seguir con el trabajo sin volverse loca es un tema muy de actualidad. Las propuestas para mejorar esta condición han sido muchísimas, pero todavía las mujeres siguen estando en indefensión total. Trabajos precarios, horarios absurdos, imposibilidad económica de conciliación entre despachos, chupetes y qué decir si se opta por amamantar al bebé. No se ve claro el horizonte.
En Italia estos últimos días ha sido también noticia la decisión de una influencer, Francesca Guacci, de cerrar las trompas de Falopio con solamente 23 años de edad: «No quería tener hijos, porque necesitarían amor, tiempo y atención, cosas para las que mi vida no deja tiempo». Instructora de fitness todavía muy joven, esta decisión radical ha generado mucha polémica mientras en el avión oficial del Estado que llevaba a Giorgia Meloni a Bali tomaba sitio Ginevra.
«Win-win»
En su libro-manifiesto ‘Io sono Giorgia’, la pequeña ocupa un sitio crucial en la narración. Doña Giorgia no pudo conocer a su padre, que se escapó a Canarias, pero ahora el papel de la familia (tradicional) unida le resulta una clave sobre todo desde el punto de vista electoral.
Cabe recordar que en cuanto a derechos civiles Italia está muy por detrás de otros países europeos, y su población es ultraconservadora y con tendencias católicas. Nada nuevo, esta es la «mayoría silenciosa» del Belpaese, bien conocida sobre todo desde el bando derechista.
No sabemos hasta qué punto este viaje de Ginevra ha sido planificado, pero constituye una de estas jugadas comunicativas con un final muy exitoso, porque ha creado una situación en la que las dos opciones eran victoriosas. Por un lado, Meloni, única mujer que ha llegado al cargo de primer ministro en la historia republicana italiana, ha enseñado la posibilidad de que confluyan trabajo (¡y qué trabajo! una cumbre internacional) y maternidad. Y por otro, ha recordado de nuevo a la izquierda que está bien hablar de mujeres y derechos, pero cuando hay que concretar todo mandan siempre los hombres, como ocurre en el Partido Democrático.
¿Es un poco populista? Sí, mucho, un mensaje de «fácil asimilación», como los geles que se toman los ciclistas cuando no tienen tiempo para ingerir azúcares complejos durante una carrera. El caso es que unas cuantas mujeres de bajo nivel social se han sentido representadas por esta joven señora de 45 años que consigue hacer todo y con pocas (aparentes) ayudas.
Una Meloni de izquierdas
El impacto comunicativo se ha redoblado cuando han empezado las críticas desde la izquierda. «Y los hijos de los migrantes, ¿qué? Ellos no tienen avión de Estado», «Las obreras no podrían llevar a sus hijas a las fábricas», «Meloni, mujer-madre-cristiana, cree que estar cerca de su hija tiene prioridad sobre su presencia en una cumbre internacional»... Son frases que se han podido leer en periódicos de izquierda como ‘La Stampa’ o ‘La Repubblica’ y que han provocado la reacción de doña Giorgia desde sus redes sociales: «Tengo derecho a ser madre a mi manera y derecho a hacer todo lo que pueda por esta nación sin dejar a Ginevra separada de su madre. ¿Vais a opinar sobre mi modo de ser madre? Os doy una noticia: ‘No’».
Otras periodistas, por contra, se han declarado de acuerdo con las palabras de Meloni. Y el presentador Fiorello, cuya hija fue cuidada por la mismísima líder de Fratelli d‘Italia cuando era más joven y necesitaba un trabajo, ha apoyado a la política romana, que, hay que recordarlo, iba al Parlamento hasta los últimos días de embarazo.
El experimento comunicativo, si podemos llamarlo así, ha funcionado. Las encuestas dicen que el partido de Meloni sigue volando (más del 30% ahora) y la izquierda se está hundiendo, adelantada también por los renacidos Cinco Estrellas, de modo que en este momento no llegaría al 17%.
Así que el Partido Democrático está buscando desesperadamente entre sus fijas una «Meloni roja», apostando por ejemplo por Elly Schlein, vicepresidenta de la región Emilia Romagna, una joven nacida en Suiza en una familia italo-americana muy-muy acomodada, abiertamente bisexual, ecologista... y sin hijos.

En febrero habrá probablemente congreso del PD, cuyo secretario Enrico Letta ya ha dimitido tras las elecciones. De momento la partida «maternidad/trabajo» la está ganando, paradójicamente, la derecha.

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