Beñat Zaldua
ZARAUTZ
Interview
Unai Pascual
Investigador Ikerbasque del Basque Centre for Climate Change (BC3)

«El valor instrumental monetizable en el mercado se impone a otros valores»

La minusvaloración de la naturaleza es, en último término, la causa detrás de las crisis de biodiversidad y climática que vivimos. Así lo establece un amplio estudio publicado el miércoles en ‘‘Nature’’. Tiene como autor principal a Unai Pascual, al que pedimos que profundice en el tema.

(Andoni CANELLADA | FOKU)

 El artículo que acaban de publicar está basado en el informe del Ipbes de hace un año. ¿Qué importancia tiene que salga ahora en “Nature”?

Publicar en una revista como “Nature” es un poco como hollar uno de los ochomiles de la ciencia. Primero, porque obtiene una repercusión global. Segundo, porque de alguna manera, crea un sello de calidad. Significa que ese artículo ha sido minuciosamente revisado por múltiples expertos y que tiene un nivel científico alto. Da cierta garantía de fiabilidad al trabajo realizado. Por último, refleja el interés de la comunidad científica en el tema.

El artículo repasa, dentro de una tipología más amplia, los tres valores específicos que otorgamos a la naturaleza. El valor instrumental -cuando nos sirve para algo-, el intrínseco -aquel valor que tiene de por sí- y el relacional -el construido por nuestra interacción con él, más simbólico-. Y alertan de que vivimos una «crisis de valores». ¿A qué se refieren?

Estos tres tipos de valores existen, todos los tenemos y los expresamos de una manera u otra. Sin embargo, normalmente, en la toma de decisiones no se consideran todos; se suelen considerar mucho más los valores instrumentales. Y dentro de estos, se hace más hincapié en aquellos que el mercado puede monetizar. Es una valoración muy sesgada, por lo tanto, porque solo contempla ese conjunto de valores instrumentales monetizables por el mercado.

La crisis de biodiversidad y la crisis climática son manifestaciones de la crisis de valores que tenemos como sociedad y como individuos. Cuando fomentamos valores más individualistas y materialistas, al final, lo que hacemos también es ir olvidando y enterrando ese otro tipo de valores que están latentes. Los ponemos en el fondo de la pirámide y llevamos a la cúspide esos valores que tienen más que ver con la parte material, individualista, de crecimiento económico, de consumo. Si la diversidad de valores no se plasma en cómo hacemos las leyes o en cómo nos comportamos, entonces tenemos una crisis de valores que genera una serie de crisis como la climática o la de biodiversidad. Lo que argumentamos en el artículo es que la raíz del problema está en esa crisis de valores.

Que como sociedad y como individuos tendamos a priorizar esos valores tampoco parece que obedezca a una ley de la física. ¿Cómo nos han llevado ahí?

En las facultades de Economía, yo vengo de ahí originalmente, el mantra del crecimiento económico se estudia todavía como si fuese una realidad inamovible, incuestionable. Tenemos un problema muy grave, porque de ahí salen líderes políticos, empresarios, etc. Tenemos naturalizado en nuestro ADN sociológico que el crecimiento económico es bueno de por sí, porque genera empleo y otros argumentos, pero no nos damos cuenta de que el crecimiento económico agudiza estas crisis y que todo esto va a venir de vuelta. Es decir, estas crisis que ya tenemos también van a desfavorecer ese crecimiento económico, por lo que, incluso desde esta óptica muy restrictiva, no tiene mucho sentido.

Ahora se habla del desacoplamiento, de la posibilidad de lograr un crecimiento económico utilizando cada vez menos materias primas. ¿Qué opinión le merece?

Hay mucho debate, pero creo que nos distrae. Lo que necesitamos es que el impacto de nuestra actividad, sobre todo la extractiva, se reduzca, independientemente de lo que pase con el crecimiento. Puede haber un desacoplamiento relativo en un lugar concreto en un tiempo dado, pero habría que ver dónde se están contando las emisiones, porque lo que ocurre muchas veces es que las emisiones se trasladan a otros países, se contabilizan en el lugar de extracción de la materia prima o de producción del producto que luego se exporta a ese lugar supuestamente desacoplado. Lo que tenemos que observar es el nivel global, no un solo país o una sola región, y lo que está ocurriendo es que el consumo y las emisiones siguen creciendo y el impacto sobre la biodiversidad sigue aumentando. Salimos de la pandemia y ya estamos superando los niveles previos. Los debates pueden estar bien, pero lo que necesitamos es que las emisiones globales bajen, y no está ocurriendo. No está ocurriendo para nada.

¿Cómo se le da la vuelta?

Pues no es fácil, pero en ello hay que poner el empeño. Yo creo que algo va cambiando, poco a poco. Tanto la sociedad como la ciencia se van cuestionando este tipo de mantras y cuestiones de fe. Imagino que en su época el esclavismo se vería como una cosa super normal. Si el hombre blanco tenía mayor capacidad intelectual y los otros eran bestias, entonces teníamos derecho a apropiarnos de ellas. Llegó un momento en que, con mucho trabajo, la sociedad se rebeló. Diría que, con la crisis climática, estamos acercándonos a ese punto.

¿Falta mucho?

Aún falta, pero estos procesos pueden acelerarse de golpe. Al final siempre hay una minoría que ejerce de punta de lanza, crea las contradicciones más importantes y luego todo se va desencadenando. Son los social tipping points, puntos de no retorno. Se emplea esta fórmula cuando hablamos de cambio climático, con procesos como el deshielo, que ya no tienen vuelta atrás, pero también funcionan socialmente. A menudo, basta con que, digamos, un 20% de la población, muy concienciada y activa, actúe y se organice para generar una ola imparable. Eso es lo que se necesita ahora, la verdad.

En el artículo hablan de cuatro medidas. Las dos primeras son bastante intuitivas: reconocer e incorporar a las tomas de decisiones esa diversidad de valores de la naturaleza. La tercera complica algo las cosas: institucionalizar y normativizar la presencia de esos valores en todos los niveles de decisión. La última se refiere a un cambio en las normas sociales y prefiero que sea usted quien la explique.

Son cuatro palancas y esta última es la más difícil de aplicar. Es darnos cuenta de que, por ejemplo, el concepto de bienestar, de desarrollo, de progreso, que tenemos incorporado en nuestro ADN sociológico no es el más adecuado. Se nos ha ido imponiendo de forma muy sutil, pero tenemos que repensar todas estas cosas. Es la palanca más compleja, pero un pequeño cambio real en este tipo de perspectivas genera movimientos en cascada y tiene el potencial de cambiar un montón de cosas que pueden ser muy positivas tanto para la justicia como para la sostenibilidad.

Además, necesitamos las cuatro palancas. No nos vale con las dos primeras, o con tres. No nos podemos quedar en hacer un proceso participativo para decidir el futuro de unos árboles. Hay que activar el resto. Es como un acorde en una guitarra, tienes que tocar todas las notas para que suene bien. Es así como se generan sinergias y procesos que multiplican su efecto. El resto es ir poniendo parches.

En esa reformulación de conceptos y tener en cuenta los valores de la naturaleza, el estudio destaca la importancia de las comunidades locales y los Pueblos Indígenas.

Sobre todo de estos últimos. Para empezar, es una cuestión de justicia y respeto a esos valores que tienen, de los que hemos hablado antes, y que han sido y siguen siendo los guardianes de la biodiversidad que queda en pie en la Tierra. Su aporte es crucial. Hay que tener cuidado con no romantizarlos, pero es muy importante ser consciente de que no es casual que la gran biodiversidad todavía existente se concentre en el Sur Global. Estos Pueblos han mantenido o incluso aumentado de forma milenaria la biodiversidad del planeta. Porque esto es algo que no se mantiene de por sí, también se maneja o se gestiona. Tener en cuenta su conocimiento y sus valores es de justicia, igual que hay que tener en cuenta la evidencia de la ciencia moderna occidental. Es importante reconocerles a las comunidades indígenas, desde una de las principales referencias de la ciencia occidental, el valor que tiene su conocimiento ancestral para transitar hacia un mundo más justo y sostenible.

Le recojo este último guante. En los últimos meses han sido varios los artículos que, desde este tipo de revistas científicas de gran prestigio, cuestionan el sistema económico. Esto no era fácil de ver hace unos pocos años. ¿Van cambiando las cosas en la comunidad científica?

Yo creo que la evidencia es tan aplastante que se van moviendo, sí, y se empiezan a aceptar planteamientos mucho más interdisciplinarios, como los que planteamos. También porque somos muchos los investigadores que estamos empujando esa puerta.