
Se dice de los cónclaves papales que quien entra como Papa sale como cardenal y quien entra como cardenal acaba erigido obispo de Roma. Vincent Keymer se asoma, a sus 20 años, a la élite del ajedrez mundial, aunque eclipsado por la terrorífica armada india de los Gukesh, Erigaisi y Praggnanandhaa, como bien ha demostrado ganando el «Freestyle Chess Grand Slam» celebrado en la localidad alemana de Weissenhaus, por encima de la élite mundial.
Porque de su talento nadie duda un ápice. No en vano fue uno de los analistas de Dommaraju Gukesh en el reciente Mundial que el prodigio de Chennai ganó sobre Ding Liren. Y lo que es más espectacular, se ha llevado los 200.000 euros del primer premio del «Fresstyle Chess Grand Slam», eliminando por orden de aparición escénica a Alireza Firouzja en cuartos de final, a Magnus Carlsen en semifinales y a Fabiano Caruana en la finalísima.
Este torneo de «Freestyle Chess», «Chess 960» o «Fischer Random» ha reunido en Weissenhaus a lo más granado del ajedrez actual, incluyendo a Magnus Carlsen e Hikaru Nakamaura, remisos a participar en torneos a ritmo clásico, pero que ven en este «Free Style» una manera de revitalizar la creatividad del juego, huyendo de la excesiva teorización que, a niveles tan altos de jugadores por encima de los 2.700 e incluso 2.800 puntos ELO, aburre a sus protagonistas.
El concepto de «Free Style», propuesto en 1972 por Bobby Fischer tras proclamarse campeón del mundo en ese mismo año, supone que los organizadores sortean minutos antes de las partidas la posición de las piezas –torres, caballos, alfiles, rey y dama–. Hay un total de 960 posibilidades distintas y una vez descartada la posición habitual de las piezas y también la misma posición, solo con el rey y la dama con los colores cambiados, las otras 958 posibles combinaciones provocan que las aperturas y defensas clásicas no tengan lugar. Obligan a los Grandes Maestros a pensar por sí mismos, sin que cuenten con los patrones de los programas informáticos, de forma que los errores de bulto saltan a la vista y hasta el número uno mundial corre serio peligro de meter la pata hasta la ingle.
Ello, según las estrellas del tablero, los motiva mucho más, ya que tal es su perfección ante el posicionamiento clásico, que son capaces de realizar de memoria no menos de 20 o 25 movimientos de casi cualquier apertura. Es decir, con el «Freestyle Chess» ganaría el factor deportivo y lúdico ante el científico, y más con un «aguinaldo» de 200.000 euros para el ganador.
Ya el año pasado hubo un primer torneo de postín, con la presencia de los mejores ajedrecistas del momento, con victoria de Magnus Carlsen y la constatación de que aquel Ding Liren no era ni sombra de su mejor versión.
Juventud al poder
Un año más tarde, Ding no ha estado en tierras alemanas, pero sí un Dommaraju Gukesh eliminado en cuartos de final por Fabiano Caruana –subcampeón mundial en 2018 y actual número dos del ranking FIDE–, el único, junto con Carlsen, Nakamura y Erigaisi, que supera los 2.800 puntos ELO–, un Nodirbek Abdusattorov también apeado en el cruce de cuartos –por Magnus Carlsen–, igual que Alireza Firouzja y Hikaru Nakamura, todos ellos apeados del Top 4.
Este torneo ha vuelto a evidenciar la pujanza de una nueva ola que no se limita a los prodigios de la India. Vincent Keymer ya estuvo muy cerca en 2023 de darle un disgusto a Magnus Carlsen en la Copa del Mundo, ya que el alemán le ganó una partida a ritmo clásico al noruego, teniendo este que hacer prácticamente magia para remontar en los desempates.
Dicen los expertos que Keymer recuerda en su estilo a nada menos que Anatoli Karpov, por hacer gala de una profunda comprensión estratégica de las posiciones, un entendimiento de qué se cuece en las 64 casillas que le ha valido para tumbar con piezas blancas a la flor y nata del ajedrez y aguantar sin aparentes problemas cuando le ha tocado jugar con negras.
Amén de tener un corazón de acero. Este «Grand Slam» ajedrecístico, que vivirá diversos torneos, ha tenido entre sus novedades que la plataforma Chess.com ha ido mostrando el ritmo cardíaco de los jugadores en el transcurso de las partidas. Así, se ha podido ver algún que otro jugador superando de largo las 150 pulsaciones en momentos de máxima tensión, luego de más de tres horas de partida, mientras que Keymer, por más que sus colores faciales suponen su marca de agua, poniéndose colorado o pálido según los vaivenes de la partida, ha aguantado como un roble sin terminar de pasar de las 120 pulsaciones, haciendo gala de una sangre fría implacable ante cualquier estrellón, desmintiendo a aquellos que le achacan falta de «instinto asesino».
Otra de las grandísimas sorpresas ha sido el uzbeko –compatriota de Abdusattorov– Javokhir Sindarov, que a sus 19 años ha terminado en cuarta plaza, luego de caer en semifinales ante Caruana y frente a Carlsen en la pelea por la tercera plaza. Pero amén de desbancar a Nakamura en cuartos de final, estuvo más que a punto de batir a Caruana en las semifinales. El ítalo-estadounidense precisó de la «Muerte Súbita» para deshacerse del uzbeko, cuando este había tenido a Caruana contra las cuerdas en la primera partida lenta de la ronda, aceptando las tablas que, de no haber sido por sus 160 pulsaciones y el cansancio de las cuatro horas de refriega, jamás hubiera aceptado porque tenía a Caruana con el agua al cuello, y eso que «Fabi» jugaba con blancas.
Guerra con la FIDE
Pero como siempre hay un pero, este «Fresstyle Chess Grand Slam» ha llegado con la enésima polémica entre la Federación Internacional, la FIDE, y las grandes estrellas, principalmente Carlsen y Nakamura.
En primer lugar, la FIDE se negó en redondo desde el primer minuto en concederle la nomenclatura de «campeonato del mundo» a este torneo. A través de sus redes sociales, Magnus Carlsen acusó a la FIDE de ejercer coerción sobre los jugadores, además de incurrir en abuso de poder y promesas incumplidas. Según el noruego, el presidente federativo, Arkady Dvorkovich, habría asegurado que los jugadores podrían participar libremente en el Freestyle Chess Tour sin repercusiones en su estatus dentro de la FIDE. Sin embargo, la Federación impuso un requisito claro: cualquier jugador que desee competir en el circuito alternativo deberá firmar una renuncia que los exima de sus obligaciones contractuales con la propia FIDE.
Carlsen, que lleva meses mostrando su rechazo a la FIDE y su estructura de torneos, no ha dudado en preguntar abiertamente a Dvorkovich en su publicación: «¿Abandonarías?». Una pregunta que, sin duda, refleja la creciente tensión entre el noruego y la institución que rige el ajedrez mundial.
La Federación ya expuso su postura. Según un comunicado oficial publicado del pasado día 3 de este mes, considera que un auténtico Campeonato del Mundo debe contar con un sistema de clasificación transparente e inclusivo, algo que, según ellos, el Freestyle Chess Tour no garantiza. Al ser un torneo con jugadores seleccionados a dedo, la FIDE no está dispuesta a reconocerlo como una competición oficial.
Sin embargo, la exigencia de que los jugadores firmen un documento de renuncia para poder participar en el evento alternativo ha generado críticas y una creciente sensación de división dentro del ajedrez profesional.
El Freestyle Chess Tour, promovido por empresarios y patrocinadores privados, representa un modelo diferente de competencia, más enfocado en la espectacularidad y la participación de la élite. Para muchos, se trata de una alternativa necesaria ante el estancamiento de la estructura de torneos de la FIDE. Para otros, es simplemente un intento de privatizar y mercantilizar el ajedrez.

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