Periodista

El cálculo de Turquía tras el histórico llamamiento de Abdullah Öcalan

Dirigido por la coalición islamo-panturca formada por el AKP y el MHP (lobos grises), el Gobierno intentará aprovechar el escenario para condicionar la alianza entre kurdos y kemalistas, y abrir la puerta a un proceso que permita a Recep Tayyip Erdogan presentarse a la reelección.

Protestantes portan la fotografía de Abdullah Öcalan.
Protestantes portan la fotografía de Abdullah Öcalan. (Yasin AKGUL | AFP)

El 27 de febrero, Abdullah Öcalan, el encarcelado líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), comunicó que, tras más de 40 años de lucha armada, la guerrilla kurda tendría que organizar un congreso para disolverse. A diferencia de otros procesos de diálogo, no impuso condiciones: no incidió en una autonomía o en los derechos básicos para los pueblos de Anatolia, y subrayó la necesidad de iniciar una nueva era de colaboración entre las comunidades turca y kurda.

Más allá de las razones por las que el líder kurdo apuesta decididamente por la paz, ¿por qué Turquía permite ahora una nueva apertura, sobre todo cuando en las fronteras de Anatolia ha conseguido mermar la capacidad operativa de la milicia? ¿Y qué significa que el panturco Devlet Bahçeli haya sido el encargado de anunciar y respaldar el proceso? A modo de resumen, con este paso Recep Tayyip Erdogan intentaría erosionar la alianza táctica entre kurdos y kemalistas y abriría la puerta para presentarse de nuevo a los comicios presidenciales, mientras que, más allá de estos intereses particulares, el protagonismo de Bahçeli mostraría el interés por pacificar la región del Estado profundo turco.

Empecemos, pues, por los intereses del líder panturco y el Estado profundo. Después del fundador y golpista Alparslan Türkes, Devlet Bahçeli es el único líder que ha tenido el Partido de Acción Nacional (MHP), la fuerza panturca de referencia en Turquía. Su discurso siempre ha mantenido la misma línea: con los «terroristas» no se negocia. De hecho, el MHP ha sido el principal opositor a los procesos de diálogo establecidos desde 1993. En el último, finalizado en 2015, Bahçeli llamaba «traidor» a Erdogan.

Los tiempos han cambiado y ahora es Erdogan quien permanece en segunda fila del proceso, mientras su aliado Bahçeli da la cara y contradice la máxima del nacionalismo turco: no se negocia con «terroristas». Y este rol central del panturco es representativo y esperanzador: más allá de sus intereses particulares, podría reflejar la posición del Estado profundo, que entendería que necesita a los kurdos para expandir su influencia en Oriente Medio. La declaración de Öcalan incide en recuperar las relaciones históricas entre los pueblos: hasta el siglo XX, la comunidad kurda fue aliada subalterna de la Sublime Puerta otomana.

Este cambio de actitud del Estado nos lleva inevitablemente a Siria, a la autonomía de Rojava y a los cambios radicales que ha sufrido Oriente Medio desde el 7 de octubre de 2023. Ankara lleva años mostrando su nerviosismo por el avance de las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) y, durante el transcurso de la guerra, ha dirigido operaciones terrestres contra sus posiciones en 2016, 2018 y 2019. Si no fuera por el respaldo estadounidense a los kurdos, Ankara ya habría arrasado Rojava. Pero EEUU está presente. Al igual que su alfil, Israel, que fue el único país que reconoció la independencia del Kurdistán iraquí tras el referendo de 2017 y que, de forma constante, lanza interesados mensajes de hermandad al pueblo kurdo.

El de Rojava es el principal conflicto por resolver en Siria y dos aliados como son EEUU y Turquía parecen apostar por agendas diferentes. Ante la situación de bloqueo actual, Ankara podría beneficiarse al buscar una alianza con los kurdos que aleje la influencia israelí, controle la presencia de Irán y permita generar una zona bajo su completa influencia económica y política. Pero para que ocurra esto, las partes tienen que ceder en Siria.

De momento, el Estado turco pretende desmantelar la autonomía kurda e integrar a las milicias en el Ejército sirio, para así evitar que se implante un sistema de gran autonomía como el del Kurdistán iraquí. Por su parte, en Rojava reclaman que la nueva Constitución siria reconozca derechos a los pueblos y, dada la situación sobre el terreno, quieren que esos derechos incluyan el control militar de sus fronteras. Si bien todos los grupos ligados al PKK secundan la apuesta de Öcalan, las SDF rechazan abandonar las armas: llevan años insistiendo en que no son parte el PKK.

El Estado turco pretende desmantelar la autonomía kurda e integrar a las milicias en el Ejército sirio

A diferencia de otros procesos de diálogo, el actual se centra, principalmente, en cuestiones de seguridad. El Estado turco, como la región y el mundo, es cada día más autoritario. Además, entre otras razones, el último proceso de diálogo colapsó por la reivindicación de democracia del movimiento kurdo. Eso quedó claro cuando el encarcelado líder Selahattin Demirtas repitió en tres ocasiones que no haría presidente a Erdogan, quien, haciendo cálculos electorales, apostó por el panturquismo, acorraló al movimiento kurdo y terminó siendo investido presidente.

Como legado de este período quedan los acuerdos de Dolmabahçe, anunciados en el icónico palacio estambulí con representantes del Gobierno y del prokurdo HDP, que estipulaban ambiguas concesiones democráticas para los pueblos de Anatolia. Sin embargo, poco después, Erdogan salió en público a rechazarlos y dijo no haber tenido constancia del acuerdo. Pese al optimismo, prudencia: Turquía puede cambiar de opinión en cualquier momento. Más si cabe cuando en la ecuación está Erdogan.

Los intereses de Erdogan podrían ser diferentes a los de Bahçeli: quiere mantenerse en el poder. Líder pragmático que ha sabido adaptarse a los cambios de guion que requiere el ejercicio del poder, Erdogan fue quien, en su época dorada, permitió cierta apertura con los kurdos y armenios e impulsó el último proceso de diálogo. El problema entonces fue que todo dependía exclusivamente de él. Y cuando sus intereses cambiaron, y el proceso se hizo pesado electoralmente, él lo dejó morir. Este personalismo fue la principal crítica de la oposición kemalista, que entonces pedía llevar las conversaciones al Parlamento.

Teniendo en cuenta que en cada paso que da Erdogan busca rédito electoral, esta nueva apertura beneficiará a la alianza formada por el MHP y el Partido Justicia y Desarrollo (AKP). En primer lugar, la pérdida de votos panturcos podría no ser excesiva: el auge como potencia palía las incoherencias ideológicas y no existe un referente panturco ilusionante; además, como continúan las operaciones contra las alcaldías kurdas en Turquía y las posiciones de la milicia kurda en Irak y Siria, la alianza gubernamental podrá afirmar que la guerrilla, que no impone condiciones, realmente está capitulando. En segundo lugar, este movimiento por la paz puede afectar a la alianza entre kurdos y kemalistas y encuentra una ranura por la que Erdogan podría volver a ser elegido presidente.

De acuerdo con la Constitución, si Erdogan termina este mandato, no podrá volver a presentarse a la carrera presidencial. Para volver a ser candidato tiene dos opciones: que el Parlamento le retire la confianza, por lo que su mandato no computaría, o que se redacte una nueva Constitución que incluya alguna cláusula que le permita presentarse. En ambos casos, la alianza entre Erdogan y Bahçeli no cuenta con la mayoría parlamentaria necesaria de 360 de los 600 diputados.

Es ahí donde entra el prokurdo DEM y el posible apoyo de sus diputados, que podrían alegar la imperiosa necesidad de reformar la Constitución. ¿Este hipotético texto legal abarcaría un sistema descentralizado o amplios derechos para las minorías? Atendiendo al comunicado de Öcalan, probablemente no.

Parece que Erdogan finalmente intentará presentarse a los comicios. Entonces, será de nuevo el favorito, pese a una última década marcada por el autoritarismo gubernamental y la crisis económica

Poco a poco los actores comienzan a posicionarse y parece que Erdogan finalmente intentará presentarse a los comicios. Entonces, será de nuevo el favorito, pese a una última década marcada por el autoritarismo gubernamental y la crisis económica. En un movimiento que aventura elecciones anticipadas, la principal oposición, el kemalista Partido Republicano del Pueblo (CHP), ha anunciado un congreso para elegir candidato presidencial. Tiene dos opciones: el carismático alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, y el antiguo miembro del MHP y actual alcalde de Ankara, Mansur Yasas. El primero de ellos será el elegido si la «Justicia turca», connivente con Erdogan, no termina por inhabilitarlo por alguna de las causas judiciales abiertas.

El CHP derrotó al AKP en las principales ciudades de Anatolia en últimos comicios locales y estuvo cerca de conseguirlo también en la carrera presidencial. En un partido con rumbo y liderazgo, el problema es que sus buenos números electorales, así como los éxitos recientes, contaron con la colaboración inestimable del movimiento kurdo, que no presentó candidatos o pidió desviar su apoyo al bloque anti-Erdogan. Si bien el pueblo kurdo no volverá a ser engañado por el presidente turco, este aspira, voto a voto, a allanar el camino para posibilitar un ¿último? mandato.