El plano más largo de tu vida
[Crítica: ‘Blind Spot’]
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Más teoría general de la locura festivalera. Los grandes certámenes cinematográficos son esos templos en los que se congregan los dioses y los acólitos que les rinden pleitesía. Importa el plural (que confirma el carácter politeísta de esta demente religión) y por supuesto, la distinción entre carácter mortal y divino. En el primer grupo entramos los periodistas, la buena gente de la industria y lo que, al fin y al cabo, debería ser más sagrado: el público. En el segundo bloque entran los cineastas. Obviamente. Esos seres superiores que han alcanzado dicho estatus mediante su trabajo: obras maestras (o esto dicen) que nos ayudan a entender esos aspectos de la vida que, a veces, no pueden ponerse en palabras. El lenguaje oral y escrito, ya lo sabemos, tiene sus limitaciones. El de las imágenes, por lo visto, no tantas.
El caso es que las reglas del juego nos dicen que para llegar al Olimpo, antes hay que haber mostrado credenciales. Las puertas no se abren solas, antes debe demostrarse la valía; el talento. Volviendo a la Tierra, es por esto que cuesta tanto ver a un debutante en las secciones oficiales de los grandes festivales. En Cannes, en Venecia, en Berlín y, por supuesto, en Donostia, pesa (y mucho) el pedigrí. Se llama coherencia para con los méritos acreditados de los autores, pero también se llama miedo... a que el premio gordo del palmarés se lo lleve alguien con nula entidad.
Solo que claro, toda regla tiene su excepción, y hasta en esas grandes casas parece que hay espacio para los que acaban de llegar; para los de nombre –aún– desconocido. Nosotros todavía no hemos visto ningún trabajo suyo, pero el Comité de Selección, claro está, sí. Ahí está la esperanza, y esta es la verdad: a estas alturas, Naomi Kawase (por poner un ejemplo) puede llegar a estas citas con la inercia de su hoja de servicios, pero a Tuva Novotny (ahí íbamos), esto no le sirve. Pongamos a trabajar el buscador de internet: resulta que esta joven actriz acaba de hacer su debut como directora, y que este es tan potente que, por lo menos, le ha puesto ni más ni menos que en la carrera por uno de los premios más prestigiosos del séptimo arte.
Zinemaldia descubrió, a ultimísima hora, y sobre la bocina, otra seria candidata a llevarse la Concha de Oro. ‘Blind Spot’ llama la atención desde la ficha técnica. Ahí, vemos cómo las labores de montaje se han saldado con una ‘X’. Ningún nombre en este trabajo tan fundamental porque, efectivamente, nadie se ha hecho cargo de él. ¿Cómo? Pues de la única manera posible: solventando toda la historia con un solo plano. La acción comienza en la cancha de balonmano de un instituto. Ahí, un grupo de chicas está disputando un partido cuyo seguimiento como espectador se hace complicado. La cámara, muy inquieta, ha decidido enfocar solo una portería. Lo que sucede en el resto de la cancha, tenemos que descifrarlo a través de los -confusos- estímulos sonoros que nos llegan.
Estamos ahí, pero como si no. Se multiplican los ángulos muertos, los puntos ciegos. En esos rincones que no alcanzamos a ver se produce, para mayor desespero, todo lo importante, lo que condicionará y transformará a los personajes. Termina el partido y nos vamos hasta el vestuario, y de ahí pasamos al patio exterior del centro, y de ahí al hogar de la protagonista... donde, de nuevo, va a pasar algo inenarrable. Infilmable, si se me permite. Las palabras no llegan; las imágenes, tampoco.
Apenas han pasado quince minutos y la maldita ficha dice que aún nos queda hora y media para llegar a la línea de meta. Nosotros queremos escapar, pero Novotny nos lo impide. Cuando nos hemos querido dar cuenta, ya estamos metidos, de lleno, en la noche más larga de nuestra vida, convertida esta en un solo plano, brillantemente ejecutado. La debutante se pone al nivel de cineastas tan experimentados como Aleksandr Sokurov, Sebastian Schipper, Shahram Mokri o Erik Poppe. Maestros, todos ellos, de las secuencias interminables; de los relatos que se escriben sin ningún punto y aparte.
‘Blind Spot’ es exactamente esto. Una narración que transcurre en un solo párrafo. Una coreografía colectiva a ratos deslumbrante, en la que pasamos de la amplitud de la toma general a la asfixia del primerísimo primer plano sin mediación alguna del oxígeno. El lenguaje, una vez más, parece no tener límites. Novotny, campeona en apnea. Se sirve de un aparato formal de altura para que tomemos -auténtica- conciencia de cómo el tiempo y el espacio (terriblemente reales) ahondan en el drama humano desarrollado. A nivel formal, la película es una lección magistral de cómo hacer cine sin tener que pasar por la sala de montaje. Sin respirar, vaya. El corte, descubrimos en medio de tanto sufrimiento, se descubre como ese alivio que ahora se nos niega. No se puede apartar la mirada. No se puede descansar. Zinemaldia nos aprieta el cuello hasta el último instante.