Antonio Altarriba: «Estamos cometiendo la locura de dejar de ser locos»
Antonio Altarriba (Zaragoza, 1952) es uno de los creadores más significativos dentro de la novela gráfica. Premio Nacional español del cómic con «El arte de volar» en 2009, lleva poniendo voz a las viñetas de dibujantes como Luis Royo o Quim desde sus comienzos en el Colectivo Z y su publicación homónima de finales de los 70.
En los libros de Altarriba el análisis social, político e histórico aparece siempre atravesado por la reflexión en torno al arte y al acto creativo. Con Yo, loco, segunda parte de la trilogía del yo o trilogía egoísta, como el propio autor la define, Altarriba y el dibujante José Antonio Godoy Keko, firman una de las novelas gráficas más interesantes de los últimos años. Acaban de recoger el premio Tournesol en el Festival del Cómic de Angulema y, por cierto, vive en la calle Angulema de Gasteiz, última parada del tranvía, esa “nave de los locos” que es otro de los escenarios en los que se ambienta este cómic. Toda una señal, dice Altarriba.
El premio Tournesol en Angulema para «Yo, loco» viene a corroborar el éxito de «Yo, asesino» y convierten al tándem Altarriba-Keko con esta obra en uno de los referentes del cómic europeo.
Con “Yo, asesino”, obtuvimos el premio de la crítica en Angulema y el premio de los libreros al mejor cómic del año. Con “Yo, loco”, el premio Tournesol ha sido una sorpresa. Es un premio que a mí me gusta especialmente. El profesor Tornasol, ese sabio despistado pero a la vez genial, ha sido uno de mis personajes preferidos dentro de la serie de “Tintín”, pero sobre todo me ilusiona porque es un premio que se entrega al cómic que mejor defiende una postura ecológica desde planteamientos políticos. La ecología depende sobre todo de la actividad de las grandes corporaciones y de sus decisiones. Las industrias petroleras, alimenticias y también la industria farmaceutica.
«Yo, loco» gira en torno a una especie de conspiración farmacéutica dedicada al diseño de cuadros patológicos a medida de los medicamentos que luego se comercializarán para tratarlos. En el cómic aparecen enfermedades como la ritifobia, la filoplastia, el frotismo, la hipografía, que tienen cierto aroma de ficción.
Todo lo que se dice en el libro está documentado: la lista de enfermedades mentales, las cifras sobre el espectacular incremento del listado de trastornos mentales en los últimos años. Uno de los datos que se da en el libro es que al final de la Segunda Guerra Mundial, en 1946, la OMS reconocía una lista de 26 enfermedades mentales y que, a día de hoy, esta lista ronda ya las 400. Es cierto que el mundo se ha desquiciado mucho y que la siquiatría y la sicología han avanzado para afinar y definir mejor cuáles son los trastornos que nos afectan pero también nos queda la sospecha de que muchas de esas supuestas enfermedades tienen un componente social, político y comercial. Al mismo tiempo, hay otras tendencias que por el contrario apuntan a descatalogar ciertas prácticas que antes eran catalogadas como enfermedades.
¿Como la homosexualidad, presente en el cómic en la figura de Enrique, el protagonista de «Yo, loco»?
Efectivamente, la homosexualidad estuvo en la lista de los trastornos del comportamiento de la OMS hasta 1990. Cuando se crean etiquetas que por su nombre impresionan como la hiperactividad o la leuterofobia y se crea un cuadro descriptivo de una sintomatología determinada, eso empieza a sonar a desajuste, ¿dónde termina la peculiaridad del carácter y dónde comienza la patología?
El guion de «Yo, loco» recuerda a la tesis de Michel Foucault en «Vigilar y Castigar» y la genealogía histórica de instituciones disciplinarias como la escuela, el cuartel, el penal y también el manicomio.
Es evidente que la construcción del loco es histórica, cultural; la definición de la locura ha ido variando en función de la moral, la ética, la religión. En estos últimos años estamos asistiendo a esta proliferación del trastorno y a un consumo excesivo de medicamentos. Si patologizamos todo corremos el riesgo de quedarnos sin margen para la diferencia.
Algo así como una locura de segundo grado. Un delirio por patologizar todo.
Exactamente, el cómic viene precedido por una cita de Pascal, en la que el filósofo francés viene a decir que el ser humano está tan inevitable y necesariamente loco que la mayor locura sería intentar negarlo. Estamos en esta doble locura. Estamos cometiendo la locura de dejar de ser locos.
En «Yo, loco», Otrament, que es la empresa ficticia encargada del diseño de cuadros clínicos, tiene su sede en el antiguo edificio de la Caja Vital de Salburua. En el cómic, Keko ha dibujado este edificio en forma de panóptico, circular y de cristal, como una atalaya de vigilancia.
A mí el edificio de la antigua sede de la Caja Vital me gusta arquitectónicamente. Me interesa cómo un edificio así se integra arquitectónicamente en un parque natural. Las vigas externas del edificio, que son una de sus características más significativas, son una especie de barrotes en un edificio muy abierto. Esa oposición entre lo abierto y cerrado es, en última instancia, una oposición entre locura y normalidad en el cómic y, al mismo tiempo, entre lo natural y lo artificial. Al loco se le encierra. El loco es un ser incómodo frente a ese comportamiento más civilizado o culturizado. En el libro se hace referencia a Vang Gogh, al Quijote, a locos sublimes dentro de la creación artística. Las salidas de tono resultan incómodas pero son, al mismo tiempo, reveladoras y hermosas.
Todos sus libros, además de ese contenido más político o histórico, están escritos desde una intención poética y expresiva. En «Yo, loco» el mundo onírico de Ángel y la dimensión que le da el dibujo expresionista de Keko inclina la historia hacia una dimensión mucho más simbólica que el thriller conspiranoico y farmaceutico que cuenta.
El cómic hay que cuidarlo literariamente. El cómic tiene una dimensión muy coloquial. La mayor parte de los personajes dialoga a través de los bocadillos. Para hacer que eso sea verosimil, los personajes tienen que hablar concisamente sin demasiado añadido poético, pero los bocadillos son un simulacro del lenguaje hablado, no son lenguaje hablado. Todo ello hace que tanto los bocadillos como esos cartuchos de texto explicativo muy importantes en “El Arte de Volar” y también en la trilogía del Yo estén narrados más literariamente.
El uso de la narrativo de la primera persona, de ese yo que ya estaba en «El Arte de Volar», donde usted se convierte en su padre, pero también en los diferentes yos de la trilogía, ¿apunta también a ese universo mas poético, más íntimo?
Son razones distintas que quizá llevan a un resultado muy similar. En “El arte de volar” comencé a escribir el guion en tercera persona. La historia de mi padre es algo que él me la había contado miles de veces. El problema empezó cuando me puse al teclado. Esa distancia con un otro que es muy cercano, mi padre, me incomodaba mucho. Me quedé bloqueado. Se me ocurrió la idea de tomar su voz. La historia comienza diciendo que mi padre soy yo; un recurso narrativo, pero tan fuerte, que se convierte en el resumen del libro. Una historia de amor entre un padre y un hijo que se resume en una frase: mi padre soy yo.
En “Yo, asesino” y “Yo, loco” intento hacer algo crítico con las imposturas en las que vivimos. Nos hemos dado tan buena conciencia que, aunque reconocemos que el mal existe, nos parece algo ajeno. Hemos conseguido aseptizar tanto el asesinato que, prácticamente, se convierte en un trámite burocrático. Se argumenta con una política sobre la inmigración ilegal lo que realmente es una política asesina por dejación en el Mediterráneo. Yo planteo un protagonista que es el asesino, el loco, representaciones de dos grandes males de la sociedad contemporánea pero sostenidos por un yo que es inculpatorio pero, a la vez, un yo inquisidor. Yo, asesino, pero, ¿y tu?
La reflexión sobre el arte es constante en su obra, tengo la sensación que también desde un planteamiento muy poco condescendiente con el arte moderno.
En toda esta trilogía el mundo del arte es un tema transversal. Vivimos en un momento de desconcierto en torno a lo artístico en todo tipo de creación. ¿Cuáles son los mecanismos que hacen que una obra sea un referente cultural y otra quede excluida? ¿Existen esos criterios de calidad que hacen distinguir el arte de la birria? Desde ciertas posiciones creativas arte es todo lo que quien se considere artista diga que es arte. Duchamp y los dadaístas en general tomaron este planteamiento como una reacción contra la sacralización y el culto a la creación artística del momento. Esto que en Duchamp era una broma antisistema sirve hoy como excusa para justificar otro tipo de mistificación de productos.
El plagio y el juego con el simbolismo le sirven para relacionar farmacopea y religión. Uno de los personajes centrales aparece crucificado sobre una cruz de farmacia.
El símbolo de la farmacopea al que estamos acostumbrados siempre me ha parecido inquietante. Al fin y al cabo es una serpiente enroscada en un cáliz con todo lo que puede tener de profanación del cáliz como sangre de cristo en la que se vacía el veneno. Ese paralelismo entre el veneno físico de los fármacos, destinado a reforzar nuestra salud biológica, puede tener parangón con otro que busca nuestra sanación espiritual y moral, con otra especie de veneno que induce a creencias y dogmas que coartan la propia libertad.
«Yo, mentiroso» será la tercera parte de esta trilogía egoísta.
El tema va a ser la impostura política. Si alguna virtud ha tenido la crisis y la corrupción que nos ha tocado vivir en estos años es que ha dejado a las claras y en pelotas todos los hilos que mueven las marionetas, cuáles son los auténticos poderes y cómo hemos llegado a un punto en el que decir una mentira ya no pasa factura. Los políticos son unos mentirosos compulsivos que saben que, aunque mientan, el ruido que son capaces de generar después en los medios de comunicación hace que ese comportamiento mentiroso se convierta en algo normal. Esperamos tenerlo listo para finales de 2020. Yo tengo las primeras páginas del guion y Keko me ha enviado los primeros lapiceros; ya tenemos un casting de personajes y tenemos el color que se va a utilizar en la bicromía. En el asesino fue el rojo de la sangre; en el loco el amarillo, un color estridente muy asociado al delirio; y en este último, el color que vamos a utilizar es el verde.