La fórmula contra las fórmulas

Casares (Hendler) es un perito asexual, apolítico y acartonado al volante de Martha (Marini), una octogenaria Miss Daisy culta, rica y del todo desinhibida a quien debe diagnosticar cuando las neuróticas hijas de ella la internan en un hospital psiquiátrico. Dos polos, por lo tanto, guían la película dirigida por Daniel Hendler (‘Un cabo suelto’): la luminosidad de un cuento aspiracional y liberador en brazos de la cultura (como la ‘Medianoche en París’ de Woody Allen), y luego las lógicas a contratiempo de una cierta épica detectivesca contra la violencia tras la falsa la imparcialidad del procedimiento (llámese algoritmo), basada en un caso real. A manos de un investigador sin prisas, la primera se desarrolla con mucha más soltura que la segunda.

Ello se debe a un guion disperso, escrito a muchas manos, que se trama entre anécdotas de poco calado (el robo de un Dalí, un romance meramente sintomático) y atajos argumentales sin mucho pudor. Las 27 noches que la madre pasa internada van resolviéndose de cualquier manera. A pesar de lo afilado de algunas réplicas, la vacuidad en acción deja muy sola al único personaje volumétrico del reparto, la acaudalada Martha, aunque en realidad ella resulte interesante ante todo por la combinación improbable de excentricidades atractivas.

Menos valiente es el film al abordar el terror silencioso que el coro de cómplices silenciosos van inoculando en la avispada señora entre la medicación y los protocolos deshumanizantes, hasta convertirla en otra de los Titicut Follies de la clínica. Tampoco a ellos les mira nunca de cara, resulta más rápido y eficaz pintar una blanca reivindicación sobre la aceptabilidad de la diferencia. Agradable, formulaica denuncia de los formularios; una perfecta película de Netflix.