Pablo L. OROSA

Mozambique paga la crisis climática y su mala gestión

Mozambique es el tercer país africano más expuesto a los desastres medioambientales. Los ciclones, como Idai que dejó más de mil muertos el pasado marzo, resultan cada vez más devastadores, mientras el sur del país sufre una prolongada sequía que ha destruido el 60% de las cosechas. Tras la factura del cambio climático se esconde una deficiente gestión política.

Un grupo de personas trata de salvar sus enseres tras el paso del ciclón Idai el 15 de marzo de 2019 (CC Denis Onyodi _Climate Centre)
Un grupo de personas trata de salvar sus enseres tras el paso del ciclón Idai el 15 de marzo de 2019 (CC Denis Onyodi _Climate Centre)

Diez días antes de que el ciclo Idai destrozara todo su universo, que se extendía desde la Praia Nova hasta los huertos que hay a las afueras de Beira, junto a la cementera, Alberto Bonissa ya advirtió lo que iba a pasar: que el agua se lo iba a llevar todo; y que cuando intentaran volver al barrio seguirían teniendo sed.

«Las inundaciones aquí», una sucesión de caminos de arena mojada entre casas de planta abaja, paredes desconchadas y techos de zinc sujetados por piedras y bloques de cemento, «son constantes. La última ocurrió hace apenas tres semanas», confesaba entonces. Son tantas las veces que el Índico se revuelve contra la ciudad, la segunda más importante del país, hogar de más de 500.000 personas, que los habitantes de Praia Nova llevan un registro de las mismas a través de las manchas de humedad que dejan en las paredes.

En varias ocasiones el Ayuntamiento, dirigido desde 2003 por una escisión del grupo opositor Renamo, el Movimiento Democrático de Mozambique (MDM) de Daviz Simango, ha intentado realojar a los residentes de Praia Nova en un entorno más seguro. «Es posible que tengamos que trasladar a 100.000 personas a áreas más seguras de debido al aumento del nivel del mar», advertía Simango en 2016, mientras presentaba su famoso plan ‘Beira 2035’ para convertir la ciudad en la primera urbe mozambiqueña resiliente al cambio climático.

 

«En enero ya tuvimos lluvias torrenciales: llovió durante ocho horas seguidas. El agua se metió adentro y tuvimos que cerrar durante un día para limpiar todo», señala uno de los camareros del Clube Naútico, uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad. El plan de Simango nunca se llegó a ejecutar: circular por el centro de la ciudad sigue siendo una yincana entre baches, el sistema de drenaje es incapaz de absorber siquiera una pequeña tormenta y en Praia Nova, los que sobrevivieron, siguen sin agua potable. «Eso es lo peor. Cada vez que necesitamos agua tenemos que cargar con uno de estos bidones -dice Alberto señalando uno de esos icónicos recipientes de plástico de color amarillo y 20 litros de capacidad- hasta el grifo de un vecino que nos deja cogerla. Suelen ser 4 veces al día, o 5 si tenemos que lavar ropa».

El país, sumido en la crisis económica que acompaña habitualmente en África a cualquier crisis política, es incapaz de gestionar una crisis climática, la trinidad de la crisis, que no ha provocado pero que tampoco sabe cómo enfrentar. Según el Global Facility for Disaster Reduction and Recovery (GFDRR), Mozambique es el tercer país del continente más expuesto a desastres medioambientales como ciclones, sequías e inundaciones pese a que la emisión media de carbón de los ciudadanos mozambiqueños es 55 veces menor que la de los estadounidenses y casi 17 menos que las de un español.

Un desequilibrio geopolítico que no palian las ingentes ayudas de cooperación que recibe el país, convertidas en otra fuente de corrupción. «Tengo la impresión de que las autoridades no han hecho sus tareas, ha habido una profunda negligencia en la manera en la que el sistema de alertas ha sido manejado», denunció Simango tras conocerse que la inmensa mayoría de las víctimas mortales del ciclón se concentraron en las zonas rurales de la provincia donde el moderno sistema de alarmas no sirvió para evitar la catástrofe.

«Mozambique no estaba preparado. No había mapas de zonas vulnerables a inundaciones, ni barcos de rescate, ni helicópteros ni otros medios básicos. La capacidad de respuesta interna a desastres como este es igual a cero», insistía el líder político no alineado. De hecho, en las primeras horas del desastre fue la aviación sudafricana y la armada india quienes se pusieron al frente. Después, cuando llegaron las epidemias de cólera, ya fue el turno de las agencias internacionales de cooperación. El Gobierno, mientras, actualizaba la lista de muertos.

La sequía suma 1,6 millones de personas en riesgo de hambruna

 Por la televisión que hay en el salón pasan sin parar imágenes de los desastres medioambientales en el norte de Mozambique. Las reproduce Al Jazeera y también TVE Internacional. El arquitecto Diogo las ha visto demasiadas veces, pero todavía le siguen emocionando. 1.200 kilómetros al sur de Beira, algo más de 16 horas de trayecto, Maputo sigue conmocionada.

Lo que ocurre es que la capital tiene también su propio desastre ambiental en vigor. Una sequía que obligó en febrero del pasado año a declarar el estado de alerta naranja: se realizaron pequeños cortes de suministro y se prohibió regar los jardines. Aunque no se llegó a proyectar el ‘Día Cero’ como en Ciudad del Cabo, Maputo es según todos los expertos la próxima urbe de África austral que sufrirá los embates del cambio climático en forma de falta de agua.

«Se suman dos problemas, por un lado la reducción de las lluvias asociada al cambio climático, y por otro todo el agua que pierde por las canalizaciones», explica el arquitecto. Su condominio, ubicado en la ‘cidade de cemento’, cuenta con tanques externos para paliar los cortes de suministro. En el resto de la ciudad, los vecinos tienen que cargar bidones amarillos para abastecerse. Incluso en los restaurantes para lavar los platos.
 

 

Para 2035, está previsto que la ciudad duplique su población hasta los 3,5 millones de habitantes, lo que multiplicará la presión hídrica sobre una región ya al límite de su capacidad. La presa Pequenos Libombos, a una hora de Maputo y encargada de abastecer a las comunidades agrícolas que rodean la capital, alcanzó en 2016 su nivel más bajo, un 13%. El reciente acuerdo con el reino de Eswatini para el llenado de la presa ha permitido aliviar la situación.

Una mejora que no ha llegado todavía a los agricultores de la zona, quienes han visto como la sequía, paralela a una tasa de deforestación del 0,58% anual y la proliferación de los eucaliptales, ha afectado a más de 126.000 hectáreas en el sur de Mozambique: en algunas zonas han perdido hasta el 60% de la cosecha.

El Gobierno se ha visto obligado a acudir al mercado internacional para comprar alrededor de 200.000 toneladas de maíz y evitar una situación que ha dejado ya 1,6 millones de personas en necesidad de asistencia alimentaria inmediata y al país sumido en una nueva trinidad de desdicha.