Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

ETA en el debate de Madrid pero no en el vasco

ETA ha estado mucho más presente en la campaña madrileña que en Euskal Herria. En realidad, y pesa a que a este lado del Ebro todavía hay pendientes casi todos los retos sobre la resolución del conflicto armado, el debate ha eludido casi por completo lo que antes capitalizaba la discusión pública. En la capital española, por el contrario, las tres siglas se han convertido en fetiche arrojado con frivolidad por parte de la candidata del PP a la alcaldía, Esperanza Aguirre, que arenga a sus masas convenciéndoles de que todo voto que no acabe en su bolsillo lo hará en el de un inexistente comando Madrid en versión municipalista. Progresivamente el debate sobre ETA, sobre el conflicto vasco, sobre víctimas o reparación ha dejado paso a una nebulosa enfangada, desapegada de la realidad y que únicamente tiene sentido como tótem con el que la derecha arrea a quien amenaza sus privilegios. Si no estás conmigo eres ETA, amigo de ETA, primohermano de ETA o pariente segundo en grado de consanguineidad. Esa es la lógica y nada tiene que ver con lo ocurrido en Euskal Herria y el Estado durante las últimas décadas, aunque sí provoca un desgraciado impacto colateral sobre el relato y cómo se abordan las soluciones.

El cara a cara de Aguirre contra Manuela Carmena, aspirante de Ahora Madrid y verdadera amenaza para la «lideresa» del PP fue ejemplo. ETA apareció al hablar de planes urbanísticos, de corrupción, de gestión municipal. Daba igua de qué se discutiese, si es que se llegó a argumentar sobre algo, porque la organización armada vasca siempre encontraba su hueco en la agenda, arrojada como farisea razón de autoridad por la marquesa de Génova. Tan denigrante fue el espectáculo que un importante sector social madrileño, incluso quien había asumido barbaridades similares sin pestañear en el pasado, se llevó las manos a la cabeza. ETA ya no es un problema, según el CIS, sino un argumento, un  que el extremo centro exprime, junto a Venezuela, cuando se ve acorralado y carente de razones al explicar su gestión. La certeza de que Aguirre utiliza políticamente y banaliza un asunto tan serio se extiende. Por desgracia, la mancha de sentido común se para en seco en el Ebro, que se lleva estas novedosas ideas hasta desembocar en el Mediterráneo.

Casi al mismo tiempo en que Aguirre se embarraba, decenas de personas eran apaleadas en Gasteiz mientras protegían a tres jóvenes condenados a seis años de cárcel siguiendo la terrible teoría de que «todo es ETA». Aplicando la misma lógica formulada con Carmena, muchos podrían haber llegado a la conclusión de que si se utiliza a la organización clandestina para criminalizar a una candidata de Ahora Madrid, podría estar ocurriendo lo mismo con Igarki Robles, Ibon Esteban y Aiala Zaldibar. Más aún cuando la sentencia afirma que no había hechos violentos imputables a los jóvenes. Era una deducción fácil de establecer pero, sin embargo, cuesta. Una cosa son las frivolidades e infamias que escandalizan en Madrid y otra cosa son los jóvenes encarcelados, todavía estigmatizados con el «algo habrá hecho»

No es fácil cambiar las mentalidades. Son muchos años de machaque. Más complicado aún es hacerlo ahora en tiempo de elecciones. En este ámbito el terreno de juego lo marca el Estado y quienes podrían ayudar a la hora de hacer un poco de pedagogía no van a poner en riesgo su apuesta electoral por un problema que ni les va ni les viene. Es así de crudo. Ser didácticos sobre los aspectos positivos de respetar los Derechos Humanos de todas las personas y acabar con la excepcionalidad política en Euskal Herria es todavía un asunto pendiente. Por desgracia, nadie se moja. Mira que sería fácil recordar el apoyo de Mariano Rajoy al proceso de paz colombiano, los impulsos desde diversos ámbitos internacionales o los ejemplos de reconciliación desarrollados en municipios vascos como Orereta. Por no hablar de las frivolidades como citar a declarar al humorista Facu Díaz por «entaltecimiento». Pese a ello, nada se mueve y todo sigue bajo la misma lógica. No olvidemos que, si Aguirre usa el fetiche con tanta soltura es porque todavía aporta réditos políticos a la derecha. Aunque sea caricaturizando algo tan serio. Por eso nadie se atreve a mover un dedo.

 

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