Simon Maina (AFP)

De chancletas abandonadas a juguetes en Kenia

Mujeres keniatas comenzaron hace años a recoger chancletas amontonadas en las playas para reciclarlas y convertirlas en elefantes, loros, peces y jirafas de colores. Hoy aquel gesto, aquella primera gota en el océano, es una empresa consolidada que sigue luchando con mucho arte.

Objetos reciclados puestos a la venta.
Objetos reciclados puestos a la venta. (Simon MAINA | AFP)

Enredadas entre las algas, enterradas bajo la arena, arrojadas a las rocas... Desgraciadamente, los pedazos de chancletas forman ya parte del escenario de las playas de Kenia, a donde llegan tras ser arrastradas por los ríos o por las olas incluso desde el otro extremo del planeta.

Durante años se han ido acumulando en las orillas de la costa keniata chanquetas de todos los tamaños y colores. Pero, curiosamente, la cantidad de plástico depositada es cada vez menor; no porque lleguen menos chanclas a su costa, sino porque hay quien se dedica a recogerlas para reciclarlas después.

El proyecto lo desarrolla la empresa keniana Ocean Sole, que convierte esos desechos y otras piezas de plástico en coloridas esculturas o juguetes para niños. Y, además, nunca les falta material. «Sea rico o pobre, todo el mundo tiene un par», señala Lillian Mulup, trabajador de la empresa. «Son muy populares y baratas, por lo que cuando se retiran unas se sustiyuyen por otras nuevas sin problemas».

La contaminación provocada por el plástico es alarmante. Hay plástico en todos los lados, desde la falla oceánica más profunda hasta el Ártico. Se ha hallado plástico en el plancton más microscópico e incluso en el vientre de las ballenas. Se recicla menos del 10% de este material y la mayor parte termina obstruyendo los vertederos y los océanos.

Basura convertida en arte

Quien pasee por la playa keniata de Kilifi podrá comprobar la gravedad del problema. Llega plástico continuamente y en ingentes cantidades. Y es fácil ver a gente recogiendo chancletas, tapas de botellas, cepillos de dientes o envoltorios de caramelos. «Podemos recoger hasta una tonelada en un recorrido de apenas dos kilómetros», explica Mulupi mientras se agacha a por un trozo de goma verde que, aparentemente al menos, ella sabe lo que es.

Sally Adolwa la acompaña en la tarea. Dice que regularmente encuentra basura procedente de países lejanos. Los desechos pueden provenir de India, de Filipinas... A veces nos sorprendemos».

Debajo de un árbol, grandes bolsas llenas de desechos se clasifican por categorías. Los plásticos duros y las botellas de PET se revenderán a recicladores. Sin embargo, las chanclas, elaboradas principalmente con espuma y otros plásticos similares a la goma, las compra Ocean Sole, que las envía directamente a un taller de reciclaje de Nairobi donde se limpian meticulosamente y se pegan para formar placas multicolores.

Después, docenas de artesanos, a menudo ex carpinteros, los tallan a modo de esculturas y objetos con formas diversas pero, sobre todo, de animales, por ser los más demandados y los que más fácilmente se venden. Jirafas, loros, pulpos, elefantes, peces... Pequeños, grandes, enormes... Eso sí, la cantidad de material empleado sorprende mucho. «Cada obra requiere unas 2.000 chancletas», explica el director de producción, Jonathan Lenato, quien destaca que el calzado de plástico no solo proviene de las playas, sino también de los ríos y alcantarillas de los barrios marginales de Nairobi.

«Recibimos alrededor de 1,2 toneladas a la semana. Conviértalo en meses, en años (...) Eso es un montón de chanclas», alerta Lenato. Ocean Sole afirma reciclar, en total, entre 750.000 y un millón de chanclas al año y haber creado alrededor de 100 puestos de trabajo a tiempo completo. Y es consciente a la marea de plástico a la que se enfrenta: según diversas estimaciones, entre 19 y 23 millones de toneladas de plástico se acumulan en las aguas del globo cada año, una cifra que se espera aumente considerablemente en las próximas décadas si no se interviene a tiempo.

En sus orígenes, el proyecto no fue más que una gota en el océano. En 1997 la conservacionista marina Jeanne Church, conmocionada por los escombros abandonados en las playas, propuso a las mujeres keniatas de las islas Kiwayu recoger las chanclas, reciclarlas y transformarlas en objetos de colores.

Con sede en Nairobi, aquella sencilla iniciativa es actualmente una empresa que se distribuye a lo largo de la costa de Kenia. Todos sus productos se manufacturan en África a partir de materiales reciclados. Todos.