NAIZ (Argazkiak: Oswaldo RIVAS/ AFP)

“Volcano boarding” en Cerro Negro

Cada vez más turistas suben hasta la cumbre del volcán Cerro Negro con un único propósito: deslizarse a toda velocidad por las faldas de este macizo nicaragüense montados en una tabla. Es una práctica conocida como “volcano boarding”. Pura adrenalina, aseguran.

Turistas subiendo en grupo a la cima del volcán.
Turistas subiendo en grupo a la cima del volcán. (Oswaldo RIVAS | AFP)

Comparado con otros volcanes de la zona, Cerro Negro, con sus 728 metros, es una cima pequeña. No emite fumarolas y sus 23 erupciones han cubierto su superficie con una capa oscura de ceniza y arena que se asemeja a una loma desértica convertida en punto de encuentro de quienes quieren praticar el “Volcano boarding”, consistente en deslizarse a gran velocidad por su ladera sobre una tabla.

La erupción que se produjo en 1992, una de las más violentas, cubrió con ceniza y arena gran parte de Lechecuagos, el poblado más cercano al volcán, a 25 kilómetros de León, en el oeste del país. La última sacudida considerable fue en 1999, por lo que, según los lugareños, «ya le toca de nuevo». Aun así, lejos de ahuyentarlos, la amenaza atrae especialmente a los turistas.

«Estás en un volcán activo y puedes caminar en la cima. Es muy interesante. Es rápido el deslizamiento. Es muy peligroso, sí, pero también genera mucha adrenalina», confiesa Anna Müller, una turista alemana de 27 años que está preparada para iniciar su aventura.

En su veloz descenso, va dibujando una línea recta que deja tras de sí una estela de polvo. Como ella, turistas de Alemania, Holanda, Estados Unidos e Israel llegan hasta el volcán para disfrutar a tope durante 40 segundos de adrenalina, que es lo que tarda el trayecto. «Hay que vivir la vida como si fuese el último día», añade Carina Mora, una surfista portuguesa de 29 años que esta vez cambió el mar por la arena de un volcán.

Recuperación del turismo

El Cerro Negro, en la cordillera de los Maribios, forma parte de la llamada Ruta de los Volcanes, instituida por las autoridades de turismo y que incluye varios colosos activos en la región del Pacífico.

Como hormigas en fila, los visitantes llevan a cuestas unas tablas rectangulares de distintos colores. Suben por un camino serpenteante, guiados por lugareños que celebran el regreso de los cheles, como se les conoce a los extranjeros de tez blanca y cabellos claros. Cada paso que dan provoca que la ceniza se levante y vuele al viento.

Su presencia significa una notable fuente de ingresos para las familias del pueblo. Se trata de un alivio a una actividad golpeada tanto por la pandemia de covid-19 como por la situación política que atraviesa Nicaragua.

Anna Müller reconoce que fue difícil volver a viajar por la pandemia, sobre todo por las restricciones establecidas en Alemania. «Aquí [en Nicaragua] todo está más abierto», dice.

En la luna

El inicio del deporte extremo del sandboarding en volcanes lo stúan en 2006; hoy, en León hay, al menos, una docena de agencias de viaje que movilizan hasta 40 turistas a diario, cada una.
 
«Costó mucho que regresara otra vez el movimiento (...) Es el único lugar, creo yo, en el mundo, donde se puede practicar boarding en un volcán activo, y eso le añade un plus a la experiencia», comenta Lesther Centeno, guía de Bigfoot, una de las empresas pioneras en el negocio.

El paquete turístico incluye transporte al cerro, trajes de protección, tablas e instrucción para lograr un deslizamiento seguro. «Es la mejor experiencia humana que puedes sentir; estás en contacto con la tierra, sientes su calor. El inicio, la subida  requiere un esfuerzo, lógicamente, pero  cuando llegas arriba y desciendes después... Quieres subir de nuevo...», explica la surfista Mora.

Unos metros más allá, con la cara salpicada de arenilla negra, el francés Cotte Guy relata que su experiencia fue «estupenda». Mientras se quita el traje de protección, Guy bromea comparándose con un astronauta en la Luna. El paisaje que le rodea mientras habla es arenoso con grandes rocas y oquedades.

«Tres años en seco»

En diciembre comenzaron a llegar extranjeros, pero «hemos pasado tres años en seco; el turismo fue un caos», se lamenta Matilde Antonio Hernández, una guardaparques  miembro de un centro comunitario que custodia el parque volcánico.

Cerca de una docena de comunidades asentadas en las faldas del volcán, con una población de 500.000 personas, están implicadas de forma directa o indirecta en la atención a los turistas. Por eso se alegran de que la situación haya cambiado. «Fue muy duro en esos años. Hoy en día está bonito el turismo, está avanzando a pesar de la crisis que hemos vivido», comenta Enrique González, un habitante que trabaja portando las tablas a los cheles, repartiendo fruta y elaborando, vendiendo o alquilando tablas de sandboarding.